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Con el rostro afilado y los pómulos hundidos por el esfuerzo, sudando todavía, Primoz Roglic pedalea en la bicicleta estática, al aire libre, recibiendo el viento fresco de la sierra que se sitúa entre el Iregua y el Najerilla; tierra arcillosa, roja, cubierta por los arbustos de acebo, la pinocha, y las primeras hojas secas que empiezan a caer de las hayas.
Sonríe con moderación, como quien sabe que ha cumplido su obligación y ha devuelto las cosas a su sitio. Ha completado el puzzle, pero siendo consciente de que es ciclista, que cualquier ventana abierta puede provocar una ráfaga de viento y desordenar de nuevo las piezas. En el Picón Blanco, allá en las alturas de Espinosa de los Monteros. O, quién sabe, porque el destino es caprichoso, en la contrarreloj final en Madrid, que no es probable, en realidad casi imposible, pero también le decían eso cuando Pogacar le arrebató su mejor oportunidad de ganar el Tour, que ya acunaba entre sus brazos.
En una etapa monotemática que todos sabían que se resolvería en la ascensión final, las carreteras estrechas o anchas, los repechos y los badenes que jalonaban la ruta entre extensos viñedos y pueblos con sabor, solo eran distracciones esporádicas, como la fuga levemente consentida, únicamente un trampantojo que nadie entre los que se juegan, o se jugaban, la Vuelta, tuvo en consideración. Todos tenían en la mente los nueve kilómetros finales, eso era lo importante. Guardaron las fuerzas para ese último empeño de la jornada. Para O'Connor y su equipo se trataba de resistir el ritmo de los otros; para Enric Mas y el Movistar, la cuestión era atacar y esperar respuestas. En el Education First de Carapaz, la táctica soñada en el autobús pasaba por lo mismo. Tal vez quien más claro lo tenía era el Bora de Roglic, a solo cinco segundos del pertinaz líder, porque le bastaba distanciar al maillot rojo en seis para vestirse de nuevo con la preciada prenda.
Claro que luego los planes salen de una manera o de otra, porque las estrategias se entrecruzan y chocan. Lo que se escribe en la pizarra queda muy estético con rotuladores de colores, pero aparece el peligro de que suceda lo que un futbolista apócrifo le comentó a su entrenador después de una derrota: «Es que los jugadores contrarios que dibujó, en el tablero estaban quietos, y cuando el árbitro ha pitado, se empezaron a mover».
Así que casi sin moverse, para el espectador televisivo, a bastante velocidad según observador a pie de rampa, empezaron los del Bora de Roglic a machacar al pelotón que se despobló en segundos. Primero Roger Adriá, después Daniel Felipe Martínez, que golpeaba los pedales con saña para conseguir que él, Vlasov y Roglic dejaran a los demás con un palmo de narices, Las dudas de Carapaz, Mas y O'Connor, hicieron el resto. Dudas o certezas, quién sabe, porque podían cuestionarse a sí mismos o a los demás, o estar convencidos de que no podían seguir el ritmo. «Les dije a mis compañeros que no necesitaba ganar la etapa», confiesa Roglic, «pero, aunque no diré sus nombres, algunos dijeron que no tenían otra cosa que hacer, así que tirarían para que ganase». Y así, como si no pasara nada, se precipitó el desenlace. «Tuve que tomar una decisión, así que como todos estamos en el mismo bando, pensé que a por ello». Qué fácil explicarlo, qué complicado hacerlo.
Cuando Martínez se retiró, Vlasov dio un relevo supersónico y le pasó el testigo a su jefe. A 4,9 kilómetros de la meta, antes de la siguiente curva cerrada, los perseguidores vieron por última vez al esloveno hasta que observaron cómo pedaleaba y sonreía con moderación sobre la bicicleta estática recibiendo el aire de la sierra. Para él fue como una excursión por el campo. «Tenía muy buenos recuerdos de esta subida y no me ha decepcionado. Es un puerto maravilloso». El anterior líder empieza a pasar página. «Mis pensamientos están centrados ahora en el lunes, tomando cerveza, sentado en una terraza y relajándome».
Roglic ya es líder; Enric Mas, después de un arreón posterior, se queda a solo 26 segundos de O'Connor en la lucha por la segunda posición. «Sabíamos que Roglic iba a actuar así», dice el ciclista del Movistar. «Le van muy bien las etapas monopuerto, como ha demostrado», y se rinde a la evidencia. «Ha ganado y además ha metido tiempo. Solo puedo darle la enhorabuena. Nosotros hicimos un muy buen trabajo», y lo analiza: «Creo que metimos un poco de tiempo a Richard y O'Connor, así que estoy contento».
Con este panorama, y a dos días del final de la Vuelta en Madrid, Carapaz todavía tiene esperanzas de alcanzar el podio en la pelea con O'Connor, que puede quedar noqueado definitivamente en una etapa brutal con final en Picón Alto y seis puertos de montaña más en los 172 kilómetros de recorrido. También Mikel Landa, que se redime un tanto, para ascender hasta el noveno puesto, puede encontrar su oportunidad en la penúltima jornada.
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