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Era el día del cambio de turno para los médicos de la Vuelta. La última etapa para Mikel Martínez y José Blázquez. Son médicos de Urgencias en los hospitales vizcaínos de Basurto y Urduliz. Saben de sobra que en su oficio siempre hay que ... estar alerta. A 41 kilómetros de la meta de Bermillo de Sayago escucharon la palabra que temen: «¡Caída!». Encontraron al italiano Simone Petilli en posición fetal, con convulsiones. Inconsciente. «No respiraba. Suele pasar en un golpe frontal», contó Martínez, que con el tubo de Guedel le liberó la tráquea. Pero se inquietó: había mucha sangre. En momentos así el diagnóstico tiene que ser inmediato y certero. La abundancia de sangre podía ser por una fractura craneal. Y no. Afortunadamente, procedía del profundo corte en una ceja del corredor del equipo UAE. Le faltaban varios dientes y tenía el rostro muy dañado. Pero ya en la ambulancia se recuperó. Comenzó a hablar y se identificó. Buena señal. Sufre traumatismo craneofacial y fue sometido a un escáner que descartó cualquier daño neurológico. La carrera también recuperó la respiración.
Petilli, de 25 años, disputaba su primera Vuelta. El año pasado terminó el Giro en el puesto 26. Paso adelante. Y tropiezo. Finalizó ese temporada en el hospital. Otra caída. Y mala. Fue en el Giro de Lombardía y, cosas del azar, también se produjo a 41 kilómetros de la meta. Patinó en el descenso del Sormano y se partió una vértebra, una escápula y una clavícula. Terminó la 'clásica de las hojas muertas' en la ambulancia, con todo el otoño por delante para soldar las piezas rotas. Esa cifra, el '41', es un peligro para él. Camino de Bermillo de Sayago, justo a esa distancia de esta meta de la Vuelta, el viento empezaba a alterar al pelotón. La etapa había sido, como dijo Valverde, «la más cómoda». Pero, como también advierten los viejos ciclistas, en este deporte hay que ponerse siempre en lo peor.
Y pasó. Petilli se fue al suelo. El belga Wallays se dio de lleno con él. Wallays, dolorido, agarró la bici y siguió. Petilli, como un muñeco sin pilas, permanecía sobre el asfalto, desarticulado. El impacto le había cortado la respiración. Convulsiones. Alarma. El hilo que nos une a la vida es leve. Los médicos de la Vuelta actuaron en un chasquido. Recurrieron al tubo de Guedel, ese desatascador de tráqueas que tantas vidas ha devuelto. Es el ángel de la guarda que a Mikel Martínez le sirvió para recuperar al belga Kris Boeckmans tras aquella caída cerca de Murcia hace tres años. Antes, en la Vuelta de 1985, Fernando Astorqui lo había usado para rescatar a Jaume Salvá, que se ahogaba en su propia sangre. Un perro había saltado de un balcón y organizó una carnicería en el pelotón. Astorqui recurrió primero al tubo y luego, boca a boca, liberó la garganta del corredor mallorquín, que hoy es uno de sus mejores amigos.
Al ciclismo le siguen a rueda escenas así, dramáticas. La última es la de Petilli. Tras el primer escalofrío y el susto al comprobar que le faltaba la respiración, la tensión bajó. El corte de ocho centímetros en una ceja había salpicado de sangre la escena. Ya en la ambulancia, el corredor reaccionó, conoció a los médicos y se identificó como ciclista del equipo UAE. «Eso nos tranquilizó», dijo Mikel Martínez. Hubo otro hecho que calmó la alarma. La ambulancia, dotada de aparatos de soporte vital, permaneció a cola del pelotón. Si la situación hubiera precisado más urgencia, el vehículo habría adelantado a la carrera.
Hasta el hospital de Zamora acompañó al corredor el médico José Blázquez, que debuta como Petilli en la Vuelta. Durante el viaje, el ciclista siguió comunicándose. El escáner confirmó la impresión inicial de los facultativos. Petilli, que quedó ingresado, regresará a su casa con unos cuantos puntos de sutura, algún diente menos y una cifra amenazante, el 41. A esta distancia de la meta se ha caído dos veces.
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