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Pese a lo que pudiera parecer, en la segunda incursión de la Vuelta por territorio portugués, no hubo ni batalla ni milagro. Aunque pasó la etapa por Aljubarrota, donde los portugueses comandados por Juan I vencieron, un 14 de agosto, a los castellanos, y también ... por Cova de Iria, el lugar en el que la Virgen se apareció a los pastorcillos de Fátima y los peregrinos vieron como oscilaba el sol, la segunda etapa se desarrolló entre los límites habituales de cualquier carrera ciclista de manual, y su desenlace se pareció, más o menos, a lo que se intuía desde el inicio en Cascais, aunque todo fue más lento de lo esperado, porque los ciclistas llegaron a Ourém con casi una hora de retraso. Tampoco el paso de la Vuelta por el territorio del legendario Joaquim Agostinho, el héroe muerto cuando se le atravesó un perro en una llegada en el Algarve, inspiró al pelotón. No era el día con tanto viento de frente.
Así que sin la épica de la batalla ni la mística del milagro, o al menos alguna sorpresa, ganó un llegador joven, el australiano Kaden Groves, de 20 años, otro de esos talentos que van apareciendo en el pelotón, y se vistió de líder Wout Van Aert, que acabó segundo la etapa y se metió en el embalaje para rebañar los segundos que le permitieran relegar a McNulty, el primer portador del jersey de líder, y vestirse de rojo. No demasiado lejos de lo que se esperaba cuando los ciclistas aguardaban el banderazo de salida.
Por la campiña portuguesa, subiendo hacia el norte y, por tanto, recibiendo el viento de cara, lo que retrasó todavía más a los corredores, la etapa que los organizadores habían catalogado como de media montaña fue más una ruta de medias montañas, puertos chatos, sin dificultades, pasables para cualquier profesional y más todavía cuando las fuerzas siguen intactas después de un aperitivo suave como el del sábado. Podía ser el escenario indicado para una fuga, y eso pensaron el joven vitoriano Ibon Ruiz, del Kern Pharma, y el veterano marbellí Luis Ángel Maté, del Euskaltel, que disputa su última Vuelta, gozó de la deferencia en la víspera de salir el primero de la contrarreloj, a petición propia, y decidió darse una alegría, o como quiera que los corredores le llamen a un esfuerzo baladí de 140 kilómetros, para protagonizar una fuga sin esperanzas.
Así que cuando fueron cazados, sin demasiado esfuerzo por parte del pelotón, los intereses de los equipos que buscaban la victoria a través de una llegada masiva, se volvieron a activar. Después de unos últimos kilómetros peligrosos, en descenso, después de atravesar el puerto de Batalha, que no llegaba ni a escaramuza, y una caída dentro de los últimos cuatro kilómetros en la que se vieron afectados Narváez y Tarling, todo se resolvió a la velocidad de los llegadores, para alegría del primero, Groves, por su victoria, y del segundo Van Aert, por su liderato, aunque también aspiró al doble premio. «Por supuesto que quería ganar la etapa», confiesa el belga. «Mi equipo hizo un gran trabajo para que se llegara al sprint. Es una pena acabar segundo, pero también sabía que llegar entre los tres primeros significaba llevar el maillot rojo, así que, después de todo, es un buen día».
En realidad, no salió todo como estaba previsto por el Alpecin, el equipo de Groves, porque sus dos compañeros que debían acompañarle en los últimos metros, Xandro Meurisse y Edward Planckaert, sufrieron sendos percances en los kilómetros finales y no pudieron estar a su lado. «Tuvimos que hacer todo lo contrario de lo que estaba pensado», Decía el ganador de la etapa. Cuando las cosas acaban bien, da igual tener que superar los inconvenientes. «Es una buena manera de empezar la Vuelta, porque ha sido un año difícil para mí. Llegué súper motivado para cambiar la tendencia y tengo que agradecerle a mi equipo por su gran trabajo».
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