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Para apenas 150 metros los velocistas necesitan fuerza, pólvora en las piernas, colocación e instinto, además de tener delante un buen lanzador. Y valor, claro. Es una profesión de locos. Entre ellos, hay unos pocos que añaden a ese abanico de cualidades la invisibilidad. ... Óscar Freire, por ejemplo, sabía convertirse en una sombra silenciosa. La cámara sólo le detectaba bajo la pancarta. Felino. Pedales retráctiles. Un salto y pieza a la boca. Así le quitó una Milán-San Remo a Erik Zabel cuando el alemán ya levantaba los bajos. Le rebasó una sombra cántabra.
El italiano Elia Viviani también sabe correr sin que se le vea. Tiene alrededor al equipo Deceuninck, una máquina de triturar, pero él se despreocupa. No suele matarse a codazos por la posición. Espera al final. Silba y acuden Morkov y Richeze. Le hacen hueco y a 150 metros del final aparece él, como la recta de Nancy, para agarrar al sprint la cuarta etapa de este Tour. Ya tenía victorias en el Giro y la Vuelta. Ya tiene la colección. El Deceuninck lo pasa bien en la ronda gala con Viviani y con el líder, Alaphippe. Falta que Enric Mas se destape en la montaña para redondear el festival.
«Ha sido un día cómodo», resumió Valverde. Así es la comodidad del Tour: calor y 213 kilómetros más o menos llanos. Su compañero Imanol Erviti, en cambio, sintió algún escalofrío durante la entrada en descenso a Nancy. «Estas etapas, utilizando una expresión de fútbol, son para salir a por el empate», dijo el navarro. Sus líderes, los del Movistar, Landa y Quintana, no tuvieron ningún percance. Y ya viene la media montaña. Alivio. Será por la edad, por ser debutante, pero Enric Mas, compañero de Alaphilippe, lo vio todo de otra manera. «Ha sido un día muy nervioso. Íbamos bajando hacia Nancy a 80 por hora y nadie frenaba. Bueno, el Tour es así». Lo está conociendo. Es esta carrera hay que estar preparado para lo peor en el mejor escenario del mundo.
Recorrer Francia alumbrada por el sol de julio es un privilegio. La salida de la cuarta etapa desde Reims, con las vidrieras de Chagall quedándose con toda la luz de la catedral, encaminó a los ciclistas hacia la jugosa campiña que va de Champaña hacia Lorena. Verde y amarillo de los sembrados. Cruces blancas en memoria de tantos soldados caídos. Y vacas. De eso sabe el belga Frederik Backaert, ciclista por la mañana y campesino por las tardes en su granja de Flandes. Su familia vive de la tierra, de cien hectáreas de campo y más de 200 vacas. A Backaert le motivan los recorridos como el de esta cuarta jornada del Tour. Con él se fueron otras dos historias, la del suizo Michael Schar y la del francés Yoann Offredo. Los tres conocían de sobra el final de su aventura: iban a ser capturados. Qué más da.
Schar, del conjunto CCC, es el gregario necesario. Sobre el poderoso hombro de ciclistas como él se sostienen los líderes. Offredo es otra cosa. Corre, como Backaert, en el equipo Wanty belga. Su misión en el Tour es aparecer. Levantar la mano en escapadas así para que el mundo les vea. Offredo está habituado a ponerse en pie tras tropezar. El pasado 24 de marzo, en el G. P. Denain, se cayó en un tramo adoquinado. Conmocionado, no podía mover ni brazos ni piernas. Se asustó, claro. Fue trasladado en helicóptero al hospital de Lille. Dos meses después volvió a competir, en los Cuatro Días de Dunkerque. Y sufrió otra caída. Más puntos de sutura. Tan abollado estaba que casi descartó inscribirse en este Tour. Pero... A última hora llamó a su director. Se atrevía con la Grande Boucle pese a haber competido esta temporada en solo tres carreras. Ahí estaba, camino de Nancy, la elegante meta de la cuarta etapa.
Detrás, manteniendo siempre a tiro al trío fugado, el pelotón del líder que hace feliz a Francia, Alaphilippe, se daba un respiro. Menos estrés. Al fin un rato sin electricidad. Del trabajo duro se encargaban Offredo, Schar y Backaert, el más acostumbrado. En la granja no hay festivos. Ni vacaciones cuando termina la temporada ciclista. En octubre se dedica a limpiar los establos, a echar una mano a su padre, al que pronto, cuando deje este pasatiempo juvenil del ciclismo, relevará. El Jumbo del velocista Groenewegen y el Sunweb de Matthews les apartaron del camino en la última cota, ya con Nancy a la vista. En este Tour cargado de montaña, los velocistas reclamaron su coto.
El bosque, peinado a raya por la carretera, dio paso al vértigo. A Nancy, ciudad bien vestida, se entra cuesta abajo. Cualquier error habría provocado una explosión. Afortunadamente, nadie patinó. Calmejane quiso adelantarse al sprint. Estaba condenado. Como Groenewegen, que malgastó el trabajo de su equipo. Ni se colocó bien ni tuvo reprís. La última curva estaba a 1,5 kilómetros del final. Iba a ser un sprint sin obstáculos. Fuerza y puntería. Asomaban la narices de todos. Alaphilippe, de amarillo, abrió la puerta del kilómetro final. Tomaron posiciones Kristoff, Ewan, Sagan, Groenewegen...Todos a la vista. Y por la izquierda, invisible hasta que encendió la luz en esos 150 últimos metros, surgió Viviani. «En el sprint de la primera etapa perdí la rueda de mi compañero Richeze. Eso no podía volver a pasar. Tenía esa espina clavada», contó el italiano. Se le desclavó en Nancy, donde completó su colección de triunfos en las grandes vueltas.
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