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Recuerdo los días de la infancia en los que mi padre me trasladaba a la épica del ciclismo. Aquellos pasos de los corredores profesionales por la calle Ramón y Cajal, a la vista del kiosko hostelero que regentaba la familia en el parque romántico de ... La Florida. Absorto ese crío de entonces al paso de aquellos jinetes de los setenta sobre los sillines angostos, con la esperanza de cazar una de aquellas gorras de visera rampante que representaban el objeto fetichista del deseo. O ese domingo por la mañana en el que vi escalar a Luis Ocaña la cima que extendía la pancarta de meta junto al santuario de Oro. Creo recordar que me imantó el paso de Eddy Mercks, aquel tiburón sin escrúpulos empuñando el manillar, una tarde por el circuito de Cervantes y La Senda en el Memorial Santisteban. Y las concentraciones del Kas en Labastida…
Por esa década el equipo amarillo con ribetes azules en las mangas clavó a Vitoria Álava con chinchetas y cinta de embalar en el universo de los pedales. La era de la capital planetaria de ese deporte, el eje de todas las ruedas. Hasta el punto de que el Tour, 'la grandeur' por excelencia, concedió un final de etapa a Gamarra, sede de la fábrica de los refrescos. Para mayor gloria de la ciudad y más aún de su corredor Nazábal, firmante de la fuga triunfal aquella tarde de 1977 que los aficionados guarden en un desván luminoso de sus memorias. Alavés, Baskonia…y Kas, firma que procuraba orgullo a la sociología local.
Los aficionados pueden visitar estos días, aprovechando la Vuelta a España que recibimos hoy, la muestra sobre aquel formidable conjunto y el carácter heroico del ciclismo pretérito y no tan lejano en la Casa del Cordón. Según se entra al noble edificio de la Corre, a mano izquierda, figuran las fotografías de todos los equipos que patrocinó la empresa de los Knörr. Una colección entera y recopilada por la irredenta pasión txirrindulari del abogado local Pablo Arregui.
En aquellas plantillas que formaron el bloque más poderoso del mundo por equipos figuran apellidos autóctonos como Mauleón, Martínez Urra, González Salvador, Murguialday, Basualdo, el gran Paco Galdos que quedó segundo en la general del Giro y otros más. Y corredores del calibre de Federico Martín Bahamontes, Julio Jiménez, Lasa, López Carril, Tamames, González Linares, Perurena, Manzaneque, 'Tarangu' Fuentes o ese Sean Kelly a quien vi cenar una noche de los ochenta con algunos compañeros en el hotel donostiarra Costa Vasca.
A través de los posados se observa la evolución hacia cierta modernidad en los maillots y las letras estampadas sobre el pecho. Y escenarios tan propios como el pie de la hornacina de La Blanca, Estíbaliz, la torre de Mendoza, el polideportivo de Mendizorroza, La Senda y Armentia. Un conjunto a una tierra pegado.
Figuras que evocan un ciclismo de riñones a cargo de hombres que se distinguían entre sí mucho más que en los tiempos actuales. Ahora, tan fibrosos y semejantes bajo las gafas oscuras y el casco reglamentario, parecen replicantes de sí mismos a ojos de los no entendidos en el calibre de las pedaladas. Escrito con todo el respeto debido, que a estas alturas aún no han incorporado motores a las bicis y el sufrimiento continúa a velocidades de vértigo.
En la planta baja cubren mesas las imágenes al modo de cromos gigantes de figuras mayestáticas. Léanse apellidos como Induráin, Mercks, Lejarreta, Thevenet, Valverde, Contador, Pogacar, Roglic, Chava Jiménez, Froome, Olano, Rominger, Pino… Y jerseys que evidencian la sima entre la ropa de antes y las indumentarias de hoy. Entre ellos uno del Bic. Naranja, claro, que aquel boli escribía fino.
Pablo Arregui ejerce la abogacía en pleitos laborales, pero se ve capaz de actuar como fiscal de sí mismo cuando admite su pecado confesable ante un tribunal hipotético. Habla del ciclismo, deporte del que se declara un «enfermo» irredento desde crío. A la edad oficial del retiro sigue montándose en el lomo menudo del sillín, pero su tendencia hacia el universo txirrindulari es tal que ha aunado la pasión con el trabajo. Antes que nada, de él y del destacadísimo excorredor Joseba Beloki partió la idea de montar la muestra que puede visitarse en la Casa del Cordón, aprovechando la Vuelta a España que recala en las carreteras alavesas con un final mañana de etapa en Villanueva de Valdegovía, tras salida desde Vitoria y escalada por partida doble del mítico alto de Orduña.
Durante la charla, Pablo repite varias veces la palabra 'orgullo'. Es el sentimiento que le anida por dentro cuando recuerda cómo coleccionaba las imágenes de todos los equipos que compusieron la legendaria 'marca Kas'. Una recopilación ardua, que solo se entiende desde la pasión por el deporte de las dos ruedas. «Yo tenía bastantes fotos y para el resto me he vuelto loco hablando con exciclistas», cuenta el letrado vitoriano que invita a ver la exposición en el noble edificio de la calle Correría. «De hecho hice copias para dárselas a la viuda de Luis Knörr», patrono y alma empresarial de aquel bloque amarillo que comandaba las clasificaciones por escuadras en las grandes rondas.
Arregui vuelve a pronunciar el vocablo 'orgullo' a la hora de evocar sus inversiones de tiempo, desvelo y jornadas de trabajo para mejorar las condiciones laborales de los militantes de este deporte. «He estado quince años en la Asociación de Ciclistas Profesionales, metido en el tema de los convenios, la Seguridad Social… De hecho participé en el primero porque antes no tenían ninguna cobertura. A la viuda de Santisteban, que murió en un accidente en el Giro, no le quedó nada. Y en otros casos, después de unas caídas terribles, se quedaban en unas situaciones lamentables». Razones, desde luego, por las que este abogado especializado en conflictos derivados del curro y con contactos pretéritos en el sindicato de futbolistas (AFE) se declara «muy orgulloso».
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