Gino Bartali, en el Tour de Francia. Afp

Veinte años sin Gino Bartali, mito ciclista y salvador de judíos

Falleció el 5 de mayo de 2000 sin haber contado nunca que salvó a 800 personas de ir a los campos de concentración nazis con los pasaportes que transportó ocultos en su bicicleta

Martes, 5 de mayo 2020, 12:20

Veinte años ya sin Gino Bartali, que murió el 5 de mayo de 2000 con 86 años. En uno de sus programas televisisos, Michael Robinson, fallecido la semana pasada, recogió la emocionante historia deportiva y humana de este mito ciclista. En ese capítulo de 'Informe ... Robinson', el hijo de Bartali relata una de las últimas conversaciones con su padre, ya al borde del final. Gino le deja como herencia un consejo de vida: «No olvides que el último traje no tiene bolsillos». No nos llevamos nada de este mundo. Mejor, entonces, ser generoso. Así fue Gino Bartali.

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El ciclismo se alimenta de duelos. Entre locales y extranjeros, atractivos y ariscos, preferidos y odiados... buenos y malos, en definitiva. Cuando Jacques Anquetil, con el cáncer a punto de tumbarle, se cruzó con su víctima habitual, con Raymond Poulidor, le dijo: «Otra vez vas a ser segundo». Cuando, ya con 76 años, Julio Jiménez le pidió una foto dedicada a Federico Martín Bahamontes, su enemigo tantas veces, éste la firmó así, con toda la mala leche: «Para »Julito«, mi mejor gregario». No hay carrera sin pelea.

El 'western' también se nutre de duelos. Es un género donde el odio, la venganza y la «justicia por tu mano» son parte del paisaje. En 1962, John Ford subió a las pantallas «El hombre que mató a Liberty Valance», una historia llena de personajes crepusculares, complejos. Habla del honor, del sacrificio por amor, de la distancia entre la realidad y la leyenda. James Stewart, 'Ransom Stoddard', es el nuevo americano: abogado, pacifista, justo. John Wayne, 'Tom Doniphon', es el viejo tipo rudo del 'oeste': valiente, duro, de pistola en mano. Los dos se enamoran de 'Hallie', de Vera Miles. Y los dos se enfrentan, a su manera, al pistolero Liberty Valance, asesino a sueldo de los terratenientes. El revólver que atemoriza, que hace bajar los ojos.

James Stewart, al final, tiene que traicionarse a sí mismo. Su ley del Este no vale en el Oeste, en la selva. Y agarra una pistola para salir a la arena frente a Liberty Valance. No sabe disparar. No sabe matar. Sabe que va a morir. Sin embargo, contra toda lógica, acaba con el pistolero. Sus acobardados vecinos le aclaman. Es un héroe a su pesar. Le empujan a ingresar en la política, a ser el líder del pueblo. Stewart se resiste: se siente con la manos manchadas de sangre. Ahí le rescata John Wayne. Le cuenta la verdad: en aquel duelo, Stewart no mató a Valance. Fue él, Wayne, escondido en la penumbra, quien apretó el gatillo. Un asesinato a sangre fría, cobarde. Y, aun así, una acción llena de honor, generosidad, amor y sacrificio. Al acabar con Valance y otorgar todo el mérito a Stewart, Wayne se condena: 'Hallie' se casará con el héroe, con el hombre que cree haber matado a Liberty Valance, con el futuro senador. Wayne elige destino: la felicidad de 'Hallie' a cambio de su desgracia. Desaparece, calla y, mucho tiempo después, muere anónimo. Un tal Tom Doniphon. Al entierro acuden el senador y su esposa, los únicos que saben quién mató de verdad a Valance.

Mussolini le ordena ir al Tour

A John Ford le hubiera gustado la historia de Gino Bartali, el campeón ciclista de la Italia fascista de Mussolini que, en realidad, salvó de los campos de exterminio a 800 judíos. Todo sucedió antes de que Ford filmara ese 'western', pero no se conoció hasta 2003, tres años después de la muerte del ciclista italiano. Medio siglo atrás, en los cuarenta, la Italia de entreguerras estaba dividida entre dos héroes: unos con Bartali; otros con Fausto Coppi. A Bartali lo adoptó Benito Mussolini. Al fascismo le venía bien un campeón así: un italiano católico, duro y conquistador. A Coppi lo repudió la Iglesia por liarse con una mujer casada, por adúltero, por comunista, por ateo. Dos Italias. Dos ídolos. Dos ciclistas maravillosos. Bartali era mayor. Lo hizo todo antes: con sólo 22 años deslumbró en el Giro de 1936, el primero que ganó. Igual en 1937. Y no repitió en 1938 porque Mussolini le ordenó dejar la carrera de casa y marchar al frente, al Tour de Francia. Misión cumplida. El 'Monje volador' conquistó París. Bartali, sin querer, era la bandera de la Italia fascista.

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Pero Europa y el ciclismo iban a cambiar. Llegaron la II Guerra Mundial y un joven corredor con perfil de ave zancuda, con rostro melancólico y las mejores piernas que nunca hasta entonces habían pisado este deporte: Fausto Coppi. Si Bartali era Antonio Salieri, el músico que creaba sus obras sudando durante durante meses y noches en vela, Coppi era Mozart, el genio al que bastaba con sentarse al piano para obrar el prodigio. Cuentan que entre 1946 y 1954 Coppi culminó con éxito todas sus fugas. Si se iba, nadie podía atraparle. Aquel ángel picudo tocó su cielo el 10 de junio de 1949. Tenía ya el Giro atado. De sobra. La etapa 'reina' era, pues, un trámite por las cuestas de la Madeleine, Vars, Izoard, Montgenevre y Sestrieres. Coppi no necesitaba atacar a Bartali, sometido a su dominio. Pero Coppi creía en la belleza de la locura. Un loco. Maravilloso. Se fugó solo a 190 kilómetros de la meta. Como escribió Dino Buzzati, era «una etapa que devora a los hombres».

Ahí, a través de la RAI, se escuchó la narración de una hazaña, de tres frases que ya son un lema: «Un hombre solo al comando. Su maillot es blanco y celeste. Su nombre, Fausto Coppi». Siete horas de pedaleo, de oración. Los aficionados se arrodillaron al verle pasar por el Izoard camino de la victoria. Aún se escucha en los Alpes el eco de aquel día. Coppi ganó cinco Giros, dos Tours, el Mundial, la París-Roubaix y tres Milán-San Remo. Bartali, 'sólo' dos Tours, tres Giros, cuatro Milán-San Remo y tres Giros de Lombardía. Y, ¿cuántos Tours y Giros más tendrían sin el parón de la guerra? Hitler y Mussolini cambiaron la historia del ciclismo y dejaron en blanco buena parte de la juventud de dos de los grandes talentos de este deporte. Los símbolos de las dos Italias. La roja y la católica. Eso se decía. Aunque la película real era otra: Coppi fue llamado a filas para luchar en el frente africano con las tropas del Duce, en la División Ravena. Acabó prisionero de los británicos. Mientras, Bartali, el preferido de Mussolini, se entrenaba en silencio por la Toscana. Los soldados se cuadraban al verle pasar. El gran Gino. El ciclista del Régimen. Eso parecía...

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Salvoconductos en bici

Coppi, el revolucionario, pedaleaba veloz hacia un final trágico. Falleció en 1960. Apenas tenía 41 años. Víctima de la malaria, la enfermedad que le invadió durante una cacería en Burkina Faso. Bartali acudió a su entierro en Castellania. Lloró por él. Habían peleado durante veinte años por la gloria deportiva, no por cuestiones ideológicas. Rivales, sí; enemigos, no. Bartali falleció mucho después, en 2000, ya anciano. Y sólo tres años más tarde se supo que en su vida había un episodio oculto, digno de la mejor película de John Ford. Fue Bartali el que mató a Liberty Valance. Y lo hizo como John Wayne, a oscuras, en secreto. Héroe anónimo

Que comience la película, la real: Gino Bartali nació el 18 de julio de 1914. Predestinado. Ese día el Tour subía el Galibier. Ese verano empezó la I Guerra Mundial. Era como Coppi, hijo del campo. De oficio, pobre. Creció con hambre y cuando le vino el triunfo, comió, bebió y fumó todo lo que pudo. Con su perfil de centurión romano. Creyente, piadoso y el segundo italiano, tras Bottecchia, que puso su nombre al Tour.

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De todo eso ya se había hablado y escrito miles de veces en 2000, cuando murió. Pero nada se sabía de lo que luego contaron los hijos de Giorgio Nissim, un judío italiano que durante la II Guerra Mundial había tejido una red clandestina para salvar a centenares de judíos destinados a los campos de concentración centroeuropeos. Los herederos de Nissim levantaron con su testimonio un monumento a Bartali, el salvador de 800 perseguidos.

Para evitar que acabaran en la cámara de gas, los judíos italianos necesitaban un salvoconducto. Nissim conseguía esos pasaportes falsos. ¿Y quién los llevaba? ¿Cómo sortear las barreras de los vigilantes nazis? Varios sacerdotes católicos que colaboraban con Nissim conocían a Bartali. Se lo propusieron. Ser descubierto suponía el paredón. El ciclista toscano, un icono en su país, aceptó. Se jugó el cuello sin decirlo. Y, así, muchas mañanas desmontaba el sillín y metía los papeles en los tubos del cuadro de su bicicleta. Salía a pedalear, llegaba a los controles y los soldados le saludaban, ¡firmes! El gran Gino, un campeón, un patriota. ¿Cómo iban a registrarle? Por aquellos entrenamientos sobrevivieron 800 judíos. Bartali no lo contó nunca. A su entierro, en Florencia, acudió una multitud. Homenaje al campeón. Tres años después se supo que había sido aún más. Un héroe a lo John Ford. Que impriman la leyenda.

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