Tour 2008. Los ciclistas suben la Bonette-Restefond, con Andy Schleck como líder. EFE
Faltan 57 días para el Tour

Donde voló Bahamontes y sufrió Induráin

El Tour está repleto de escenarios de leyenda, como la Bonette-Restefond, un coloso alpino que alcanza los 2.802 metros de altitud y pone al límite el organismo de los ciclistas

Viernes, 5 de mayo 2023, 00:48

Relato de un periodista testigo de la subida a la Bonette-Restefond en el Tour de 1993: «Recuerdo el silencio. Casi absoluto. Sin viento. Sin aire. Sin vegetación. Sólo sol y piedra. Los coches tenían prohibido tocar la bocina porque es un parque natural. Recuerdo ... a Induráin, trágico, con el maillot abierto. Como Rominger, como todos. Lentos. Boquiabiertos. Luego me contaron que no se habían atacado. Que a esa altitud sólo se puede subir a un ritmo, como podían». La cima vio pasar primero a Robert Millar. Y a minuto y pico, a Rominger e Induráin, camino de su tercer Tour. Todos con el lazo de asfalto de la Bonette al cuello. Ahogo. «Es el puerto que más me ha hecho sufrir en el Tour». Lo dijo Induráin. Esa frase talla al coloso. Alto: 2.802 metros. Donde el oxígeno escasea. La luna alpina. Más elevada que el Galibier (2.645 metros) y el Iserán (2.770).

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A la Bonette le puso un camino el emperador Napoleón III, en 1861. Quería un acceso directo entre el mar de Niza y el corazón de los Alpes, Briançon. Una vía para las mulas. Eso fue hasta mediado el pasado siglo. Hasta que llegó el asfalto. Por eso es una montaña joven en el Tour. Sin más historia que cuatro pasos. Y los dos primeros tuvieron el mismo nombre: Federico Martín Bahamontes. Claro. En 1962, fue el primero por la cara sur (etapa Juan les Pins-Briançon), y en 1964, por su lado norte (etapa Briançon-Mónaco).

La Bonette (25 kilómetros, al 6,5% de desnivel) resume bien la historia de Bahamontes. Lo bueno y lo malo. Creció como repartidor a pedales por las calles verticales de Toledo. Con sacos de patatas al hombro. Con la arrogancia de pararse, por ejemplo, en la cima de la Romeyère a lamer un helado. En 1962 hizo algo parecido en el estreno de la Bonette-Restefond. «Este puerto con su pico granítico sobrepasa todos los fenómenos de la naturaleza propuestos a los ciclistas», escribió Jacques Goddet, patrón de la Grande Boucle. Bahamontes coronó primero; a casi dos minutos pasó Pauwels, y Gaul, a tres y medio. El 'viejo' Bahamontes (34 años). Épico otra vez. Y también desesperante. Le cogió miedo al descenso. «Bajó como un jubilado», maldijo Goddet. Las dos caras del 'Águila de Toledo'. Las dos primeras ascensiones fueron suyas.

La tercera es de Robert Millar. La que vio penar a Induráin. La de los ciclistas en silencio. Fue la etapa entre Serre Chevalier e Isola 2000, con la Bonette como antesala del final en la estación de esquí. Por arriba desfiló Millar. Hace dos décadas. Tiempo de sobra para cambiar. Hoy Millar tiene 64 años, se llama Philippa York y es vecina de Dorset, al sur de Inglaterra. Cuando cruzó solo la Bonette tenía una esposa francesa y dos hijos. Ahora está casado con su nueva mujer, Linda Purr. Cambio de sexo. De época. Millar domó la Bonette, pero no tuvo fuerzas para Isola 2000. Allí, el primero fue Rominger, con Induráin a rueda. Luego llegaron más, como Chiapucci, Jaskula, Riss, Delgado, Mejía... «Este puerto mata lentamente», definió Antoine Blondin, cronista del diario 'L'Equipe'. Es una montaña que aparece poco pero que siempre tiene hambre de nuevas víctimas.

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Evans a rebufo de Sastre

El Tour regresó por última vez a esa cumbre en 2008, en la edición que figura en el palmarés de Carlos Sastre. Aquel día no sucedió nada. No lo quiso la Bonette-Restefond. Es un puerto ajeno a las reglas. Otro universo. Mineral. Hasta allí no sube ni el bosque. Sólo se atreve algún regimiento del Ejército francés. El viento cambió el guion y apagó la mecha del CSC, el equipo del líder Schleck y de Sastre. Aguó la fiesta. El líder, el rival, era Cadel Evans, que subió con ellos, a rebufo. El australiano iba contando los días para ganar el Tour: sólo le quedaba uno por pasar, el de Alpe d'Huez, donde iba a perder todo lo que al final ganó Sastre.

Bajo la pancarta de la Bonette pasó primero un sudafricano, John-Lee Augustyn. Tiene desde entonces el honor de estar en esa breve lista que comparte con Bahamontes y Millar. Como al toledano, le asustó el descenso, azotado por ráfagas de costado. La Bonette se baja como se sube: en silencio. Con la mirada clavada en las curvas. Augustyn perdió el control en uno de esos giros y cayó por un terraplén de grava tan empinado que ni a gatas era capaz de regresar al asfalto. Para cuando lo hizo, la etapa ya se le había escapado.

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