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Bajo el régimen comunista de la República Democrática de Alemania (RDA) no existía el Tour. Al otro lado del Muro, el ciclismo era La Carrera de la Paz, una prueba que ensalzaba todos los valores de aquella dictadura, tan alejados del 'capitalismo' de la Grande ... Boucle. Una de las estrellas de pelotón alemán era Dieter Wiedemann. La Stasi -órgano de Inteligencia y Seguridad- trató de hacer de él un ejemplo. Pero no. No pudo ponerle fronteras al amor. El ciclista se había enamorado de una joven de la Alemania Occidental. En 1964, alargó un entrenamiento y cruzó la frontera. Desertor. Tres años después, Wiedemann iba detrás de Tom Simpson cuando el británico se desplomó antes de morir en el Mont Ventoux durante el Tour de 1967.
El Muro tardó en caer. Desde la casa familiar de Jens Voigt se veía aquella tapia que partía Berlín. «Mis padres pirateaban las televisiones occidentales. Había que tener cuidado con eso. No lo podíamos contar en la escuela», recuerda. Así vio por primera vez una carrera de la que sólo había oído susurros, el Tour. «Era 1981. Yo tenía diez años y me acuerdo bien de la cara de Bernard Hinault». Ya entonces supo que tenía que volar por encima de aquella pared. Y lo hizo: tanto voló que llegó un día a ser líder y a ganar una etapa en aquella carrera prohibida.
A los 14 años ingresó en el TSC Berlín, una férrea escuela para jóvenes deportistas. Coincidió con Erik Zabel. El horario lectivo estaba dividido entre los libros y la bicicleta. Los fines de semana eran para las carreras. Y si ganaba, el único premio era un diploma. «Nunca pensé que con esto se pudiera ganar dinero». Así se formó Voigt, en duelos a muerte con la otra escuela de élite, el Dynamo, donde estaba Jan Ullrich. De su escaso tiempo libre, recuerda las tardes de los domingos, cuando se juntaba en casa con Cornelia y Ronny, sus hermanos, y cantaban juntos. No había más lujos en aquella Alemania del Este.
Voigt, Zabel y Ullrich nacieron a tiempo para ver la caída del Muro de Berlín en 1989. Se les abrieron así las puertas de otro mundo. Y del Tour. Zabel ganó en seis ocasiones el maillot verde de la regularidad. Ullrich se impuso en la edición de 1997 y acabó cinco veces segundo: 1996, 1998, 2000, 2001 y 2003. Raymond Poulidor, en tres ocasiones segundo y en cinco, tercero, tiene el título de 'eterno segundón', pero son el neerlandés Joop Zoetemelk, con seis, y Ullrich, con cinco, los que más han ocupado esa plaza.
En 2001, cuando se sentía mejor que nunca, Ullrich volvió a caer ante Armstrong. No llegaba a su altura. Ni siquiera cuando soltaba su rabia de campeón, como en el ascenso al Peyresourde. Nada que hacer. «Si fuera por talento natural, ya habría ganado varios Tours», aseguraba su director, Rudy Pevenage. ¿Qué ocurría entonces? El técnico belga lo explicó con un paralelismo: «En cuanto a la forma de afrontar el ciclismo, Jan es el americano, y Armstrong, en cambio, es tan duro consigo mismo y tan riguroso como un alemán». A Pevenage le brotaban las definiciones comparativas: «No es un maniático de los entrenamientos como Merckx. Jan practica el ciclismo para ganarse la vida, pero nunca se ha dejado llevar por la pasión de la bicicleta».
A juicio del director del Telekom, Ullrich varió su rumbo, hacia abajo, en 1998. Dos años antes había sido segundo en el Tour tras Riis, entonces compañero de equipo. Y en 1997 logró la victoria final. Aún permanecían en su entorno los esquemas de la rígida escuela de la República Democrática de Alemania. «En su adolescencia todo estaba programado. No tenía que pensar. Hacía lo que le mandaban». Con el triunfo en el Tour llegó la fama de ser el primer alemán que lograba la ronda gala; el eco mediático; el abandono. En 1998, Pantani le destrozó en el Galibier. «Sufrió como una desmotivación», contó Pevenage. Desde entonces no volvió a encontrarse. En 1999, una caída en la Vuelta a Alemania le apartó del Tour, y un año después se presentó en el prólogo de Futuroscope con 2,5 kilos de más: el Tour se le quedó corto; para cuando reaccionó, en el Joux Plaine, Armstrong ya estaba muy lejos.
Por eso, en 2001 se tomó la ronda gala como una apuesta a todo o nada. Pareció retornar a su mejor pasado. Eludió la Vuelta a Alemania y rebajó peso en el Giro, arrastrándose en la primera mitad de la prueba italiana, para luego emerger poco a poco. Después visitó los Pirineos. «Me gustan estos puertos. He disfrutado entrenando en ellos», dijo a su regreso a Merdingen, su hogar. Ullrich hablaba por primera vez de 'placer', no de 'trabajo'. Se concentró en casa con su preparador personal, Peter Becker, con el que trabajaba desde 1986, desde su paso por la Escuela Nacional de Deporte de Berlín Este. Se afiló en sesiones de siete horas de bicicleta.
Cuando se presentó en Dunkerque, en el prólogo, el problema del sobrepeso era ya historia. Y lo mismo ocurría con su falta de motivación: la había sepultado. Incluso se había cubierto con la pátina de moral que da el título alemán de fondo en carretera. Igual que cuando ganó el Tour'97. El método germano funcionaba: llegó al Tour mejor que nunca. Hasta se demostró a sí mismo su carácter ganador con ataques en el Peyresourde y Pla de Adet. Pero aun así no pudo con Armstrong. Su puesto fue, de nuevo, el segundo en otra de aquellas ediciones que, tras la confesión de dopaje del estadounidense, permanecerán para siempre sin ganador. Como si nadie las hubiera visto; invisibles como el Tour al otro lado del Muro.
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