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En el llano, cerca de Tarascon-sur-Ariège, refugio de cátaros, el pelotón de los favoritos refleja el estado de la cuestión. Mientras Jorgenson sirve de apoyo a Vingegaard cuando el hombre vestido con el jersey de puntos rojos necesita aliviarse en la cuneta sin ... perder la marcha y Mikel Landa le pregunta a Remco Evenepoel si necesita algo y tiene que bajar al coche a buscarlo, como un doméstico, que era como llamaban hace años a los gregarios, justo entonces, Pogacar, joven y despreocupado, se saca una lata de cocacola del bolsillo, y se la bebe, sin importarle demasiado si al nutricionista del equipo le hace mucha gracia que se salte las normas. Pogacar tiene sed y bebe, tiene hambre y come; tiene energía y ataca. Por instinto, lo dice tal cual. Y sonríe, el muy canalla, cuando somete a sus rivales, sin una pizca de odio o de rencor, sin que la palabra venganza entre en su vocabulario. «Es un juego, se gana y se pierde». Y ya está. «Visma controló mucho. Rodaron fuerte en las subidas, pero nunca estuve preocupado. Estaba feliz de mantenerme hidratado y lleno de energía».
A diez kilómetros de la meta, Jonas Vingegaard apuesta a ese juego del que habla Pogacar y pierde. Tenía una sola bala en la recámara, apuntó, disparó y, como si fuera un truco de magia espectacular, Tadej la paró con los dientes, esos que exhibe tan a menudo en la línea de meta cuando gana.
En una etapa de desgaste, en la que los ciclistas atravesaban la línea en Plateau de Beille de uno en uno y como almas en pena –con Cavendish, Gaviria y Demare rozando el fuera de control–, el ciclista esloveno comenzó a cimentar su tercer triunfo en la gran ronda francesa, por delante de Vingegaard, que después de cinco kilómetros intentando soltar la rueda de su rival, desistió cuando todavía quedaban otros cinco, y claudicó ante el primer ataque de Pogacar, que ni siquiera fue tan brutal como otras veces. «Probablemente esperaban que no sobreviviera al ritmo de Jonas hasta el final», dice. «Estaba un poco al límite cuando atacó, pero después sentí que él estaba sufriendo un poco. También estaba al límite. La última vez que intentó dejarme ir, me di cuenta de que era mi turno de pasar a la ofensiva». Un acelerón, unos metros de distancia y al danés se le vino encima esa falta de preparación desde su caída en la Itzulia, que hasta ahora había podido mantener a raya gracias a su indudable talento y una capacidad enorme de resistencia. Honor al caído, que no dejó de intentarlo.
Después de una etapa larguísima, de desgaste, en la que el Visma de Vingegaard quiso llevar el ritmo siempre, las alubias se cocieron en los quince kilómetros de ascensión a Plateau de Beille, con una fuga sin esperanza, en la que figuraban, entre otros, Enric Mas y Richard Carapaz. El ritmo lo había llevado Kelderman justo hasta el comienzo de la subida, que desmoraliza al verla desde lejos, en una larga recta, porque la primera rampa es del 10%. El neerlandés se retiró entonces y tomó el relevo el estadounidense Jorgenson, por delante de su líder Vingegaard, y de Pogacar, que llevaba junto a él a Adam Yates. También viajaban en ese autobús Remco Evenepoel, y su sombra Mikel Landa, además de Carlos Rodríguez, que aguantaba todavía, sin nadie de su equipo por los alrededores.
A casi 30 grados de temperatura, con los ciclistas cocinándose en su propio jugo, y después de mantener un ritmo muy alto, Vingegaard jugó su única carta. Atacó con fuerza y el grupo se deshizo, aunque Pogacar no pareció tener que hacer ningún esfuerzo excesivo para soldarse a su rueda y seguir así cinco kilómetros, pese a los acelerones esporádicos del danés. Cuando restaban 5,4, y con Vingegaard lanzando señales de agotamiento, fue el turno del esloveno, con un ataque a medio gas, nada del otro mundo para lo que acostumbra. Vingegaard ni siquiera se esforzó en seguir su estela, se dio por vencido. Se quedó solo mientras Pogacar volaba hacia la meta en otra exhibición de poderío para ganar su tercera etapa, después de vencer en seis en el Giro de Italia, y postularse para suceder a Marco Pantani, autor de un doblete en 1998, después de 24 años. Por detrás, el esfuerzo de Evenepoel para alcanzar a la pareja de oro había sido baldío y también se rindió.
«Sentí que no tenía suficiente explosividad en mis piernas para aguantarles», confiesa el belga. «Intenté seguir un poco a Vingegaard, pero él mantuvo un ritmo muy alto. Entonces decidí concentrarme en hacer hueco con los que venían detrás». Debuta en el Tour y asegura que la experiencia está siendo buena. «He visto que mi compañero Mikel Landa también ha hecho una muy buena etapa, podemos estar contentos con esta semana». Carlos Rodríguez entró en crisis y comenzó a perder tiempo. Solo Mikel Landa, experto en mil batallas, mantenía el tipo.
En la meta, casi todas las esperanzas de Vingegaard de repetir victoria en el Tour se esfumaron. Pogacar entró esprintando; el líder del Visma, sacando la lengua de agotamiento, a 1,08m. Luego, una sucesión de ciclistas dolientes. Evenepoel, a 2.51; Mikel Landa, que supo regularse, a 3.55. Almeida a 4.43; Adam Yates a 4.56. Rodríguez, con el mismo tiempo de Buitrago, a 5.07. Las diferencias con Pogacar en la general empiezan a ser siderales. Vingegaard está a 3,09 y Evenepoel, a 5,19. Los demás pierden más de diez minutos. Queda una semana, pero el Tour empieza a estar sentenciado. «Ahora la clasificación parece consolidada», dice Pogacar, «pero ya pensaba eso cuando llevaba 1,14 de ventaja. Tengo que seguir concentrado durante seis días y mantener la misma mentalidad».
Joven, ganador y despreocupado. «Espero tener un buen día de descanso», y se ríe de nuevo.
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