Aquel sábado, la historia del Tour comenzó a pasar una página. La de Miguel Induráin. La carrera casi centenaria eligió para eso un puerto nuevo, sin pasado, sin nada especial: Les Arcs, una estación alpina. Todo se resumió en un gesto insólito, de crispación en ... el rostro granítico del navarro, dueño de la carrera durante los cinco años anteriores. La alarma se disparó con una palabra repetida: «Sales, sales».
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Induráin, a tres kilómetros y medio de la meta, se convirtió en un clavo. Tieso. Deshidratado. Por primera vez. Bajo un diluvio y sólo pedía agua con sales. Incendio en los pulmones. «Era como una esponja», dijo su director, José Miguel Echávarri. Le multaron por avituallar a su líder. Qué remedio. Era una etapa gigante. Pasó de todo: Jalabert desfalleció, Bruyneel y Zulle acabaron en los barrancos del Roselend, el líder Heulot se retiró con la rodilla astillada, Leblanc firmó una victoria enorme... Pero de aquel sábado permanece sobre todo una imagen. Única. La conversión en humano de un mito: Induráin doliente. Rominger fue el segundo aquel día, a 47 segundos de Leblanc. Riis entró séptimo, a 56. El navarro, atornillado al asfalto, perdió 4 minutos y 19 segundos. La afición española, acostumbrada ya a celebrar fiestas en lugar de siestas, se quedó helada. Como su ídolo. Era un Tour frío, húmedo. Sumergido. El Tour que no ganó Induráin. El de Bjarne Riis.
En Les Arcs se intuyó la derrota. Pero no se confirmó hasta diez días después. Hasta Hautacam. Ya en los Pirineos. Era el 16 de julio, la mañana que Induráin cumplió 32 años. Esa tarde se le escapó el sexto Tour. Por cuatro veces le atacó Riis en Hautacam. «Las tres primeras he podido seguirle, a la cuarta me ha reventado», reconoció en la meta el navarro. «Está muy fuerte, iba con el plato grande», añadió. Riis aplastaba la catalina de 53 dientes. Brutal. Induráin se plegaba sobre la de 39. «Viendo eso no había que pensar más», zanjó. De esa multiplicación de dígitos salió su hundimiento. Perdió más de dos minutos y medio en la cima. Allí, arriba, Abraham Olano dejó una frase que tiempo después, tras la confesión de dopaje de Riis, se llenó de contenido. «Riis no sólo estaba fuerte, estaba demasiado fuerte». Ese «demasiado» es sinónimo de EPO, una sustancia dopante. Riis y la mayoría de sus gregarios en el equipo Telekom corrían con gasolina extra: repostaban en la farmacia. Era la moda de los años noventa. Mayoritaria.
Hubo un tercer escalón en el camino de Induráin hacia la guillotina. El desfile más triste, el de la etapa diseñada como un homenaje del Tour a su figura. La que concluía en Pamplona. Un maratón entre Argeles Gazost y la capital navarra: 262 kilómetros con los altos de Soulor, Aubisque, Marie-Blanque, Soudet y el cruel Larrau, el puerto que ingresaba en la tierra del ciclista villavés. Antes de arrancar la jornada, Riis era el líder, con 2.42 sobre Olano y 2.54 sobre Rominger, compañero del guipuzcoano en el Mapei. Olano y el suizo se volvieron locos. El Mapei destrozó la carrera desde la salida. Trataron de acorralar a Riis y se inmolaron. Acabaron el noveno y el décimo de la general, tan lejos del podio. Su despliegue suicida agostó también las reservas de Induráin. Esperó hasta la puerta de Navarra para su entierro. En Larrau. Bajo un cielo ceniciento, cómplice. La niebla tapó su hundimiento final. Lo hizo más íntimo. Niebla firme; tierra movediza. Cuando las cámaras conectaron, el ídolo local ya estaba decapitado. La afición rotulaba en las cunetas el trazado de una carretera casi invisible. Fue un homenaje en vida para el campeón caído. Induráin vino a morir a casa.
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Aquella etapa la ganó Dufaux. Con él llegó a Pamplona Riis, líder sin respuesta. Navarra aclamó al verdugo de su hijo preferido. A 20 segundos entraron Virenque, Ullrich, Leblanc, Ugrumov, Escartín y Luttenberger. Lejos, a ocho minutos, andaban Rominger, Olano e Induráin. Acababa de cerrarse su página. Y lo hizo como la había abierto: sin una estridencia. «No sufráis. Tranquilos. No pasa nada», les dijo en la meta a sus abatidos compañeros. Fue un entierro acallado por los aplausos. Ese Tour lo ganó Riis cuatro días después en París. Con su delfín Ullrich al lado y con Virenque subido al tercer cajón del podio. Luego se clasificaron Dufaux, Luttenberger, Leblanc, Ugrumov, Escartín, Olano, Rominger e Induráin. Decimoprimero, a 13 minutos y 22 segundos de Riis. Como mejor equipo paseó por los Campos Elíseos el Festina. Dos años después, en pleno Tour, la policía de aduanas halló un arsenal de EPO reservado para el conjunto galo. Durante el Tour de 1996, la eritropoietina latía en el corazón de Bjarne Riis y en las venas del Telekom mientras celebraban el 'sexto' de Miguel Induráin.
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