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Marc Hirschi tenía que ganar una etapa así. Cuenta con las dos ruedas que hacen falta, talento y hambre. Y sin el freno del miedo a los descensos. Es un ciclista de veras. Hay pruebas de sobra. Acaba de cumplir 22 años. Es su primer ... Tour. En el inicio de la ronda, en Niza, tuteó a Alaphilippe, el gran cañonero del pelotón y su verdugo. En los Pirineos sostuvo el pulso de su fuga frente a los cuatro mejores en el muro de Marie-Blanque, Roglic, Pogacar, Bernal y Landa. Ya mereció aquella etapa que se le escapó en el sprint. El Tour no conocía al tal Hirschi y ahora se divierte con él. Empieza a tararear su nombre. Le gustan los dorsales así y por eso disfrutó al verle de nuevo escapado, otra vez a lo bestia, en la rampas volcánicas del Macizo Central. El escenario ideal para su bautizo. La primera victoria de las que vendrán.
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Lanzado a la perfección por el equipo Sunweb, el joven suizo desplumó a Soler y Schachmann cuando quiso en el puerto de Suc au May (2ª) y luego resistió el acoso del grupo de Alaphlilippe y Pello Bilbao. Solo contra todos. A solas con el Tour. Después de treinta kilómetros de fuerza en los repechos y destreza en las bajadas, le esperaba Sarran, el pueblo de Jacques Chirac. La meta. Allí estaba el premio que merecía y al fin logró. La recompensa del Tour. En la meta clavó una cruz, el símbolo de Suiza, para que nadie olvide jamás a este extraordinario recién llegado.
En el fondo, Hirschi siempre ha querido ser Cancellara, su vecino. Creció a su sombra. «Vivo a 300 metros», dice. En Ittingem, cerca de Berna. En 2008, cuando Cancellara regresó con la medalla de oro de contrarreloj de los Juegos de Pekín, fue recibido en el pueblo. Los críos se pegaron por un autógrafo. En ese sprint, Hirschi también fue de los vivos. Guarda aquel garabato como un tesoro. Ahora, el mito es su asesor. No le van mal los consejos. Ya ha sido campeón del mundo y de Europa sub'23 y, sobre todo, ya le conoce del Tour. De veras. El amigo pequeño del jubilado Cancellara tiene esa fragancia de gran corredor.
Cancellara, en cambio, no se llevaba con Peter Sagan. Tan rivales. A Sagan le puede el genio. No durmió bien tras ser descalificado el miércoles por cornear con el hombro a Van Aert en el sprint de Poitiers. El joven belga se revolvió, indignado. Y el viejo eslovaco le replicó: «Relájate». Cuando estaba Cancelara, el que se rebelaba era Sagan, el nuevo. Hoy le toca el papel del veterano. Y, claro, vuelve el pique eterno entre el maestro y el alumno, Sagan y Van Aert, condenados a pelear por la misma plaza. Así, cabreado, salió el eslovaco en la decimosegunda etapa. Sacó el látigo y su equipo, el Bora, se echó al hombro la jornada más larga, 218 kilómetros. Con Sagan enfurruñado, la fuga de Luis León, Erviti, Politt, Walscheild, Asgreen y Burgaudeau no iba a encontrar destino.
Al paso por Saint Leonard de Noblat la escapada seguía sin distanciarse. Es el pueblo de 'Poupou', de Raymond Poulidor, fallecido en noviembre. El ciclista que nunca ganó el Tour e hizo de eso la clave de su fama. El eterno segundón. A la entrada hay un restaurante que ofrece el 'menú Poulidor'. La broma entre la clientela es inmediata: «Estará lleno de segundos platos». Salvo a Poulidor, a nadie le gusta ser segundo, el primero de los que pierde. Y Sagan, en cierto modo, se parece en eso a 'Poupou'. Es uno de los corredores del Tour que más etapas ha terminado segundo. Ufff. Sagan echaba humo y seguía acelerando a los suyos. La fuga estuvo a dos minutos durante más de 150 kilómetros. Eso es sinónimo de tortura para todos, los de delante y los de detrás.
Una vez apartada la escapada, el objetivo de Sagan era lanzar a su compañero Schachmann. Lo hizo. Pero el alemán se fue con Soler y tres del Sunweb, Benoot, Andersen y Hirschi. El Macizo Central hizo el resto. Ni un metro llano. Detrás, Roglic, bien rodeado por el Jumbo, se limitó a citarse para mañana en la cima del Puy Mary con sus rivales, Bernal, Pogacar, Landa... Esta etapa era para otros. Hirschi. El suizo notó que el público ha vuelto a abarrotar la cunetas como si se hubiera disipado el miedo al virus. Vio una carretera entoldada con el pinar. Bosques, lagos, bicicletas... Como en Suiza. Hirschi se siente en el Tour como en casa. Flechazo. Esta relación va para largo.
Aprovechó el apoyo de sus gregarios y en el puerto de Suc au May, una cuesta de segunda con trozos de primera, impuso su jerarquía ante Soler y Schachmann. Ya no miró atrás, sólo hacia Sarran, hacia su futuro extraordinario. Tampoco el grupo de Alaphilippe, Herrada y Pello Bilbao se le arrimó. Hirschi se columpió en cada giro del descenso, apretó erguido y de puntillas en cada repecho y le descubrió su rostro al Tour. Ya se conocen. Y más que van a conocerse. A la Grande Boucle le encanta que ganen ciclistas así.
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