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El ciclismo, que parece tan antiguo, es en realidad un deporte reciente, de poco más de un siglo. La cima del Ballon de Alsacia lo sabe bien. Para cuando por allí pasó el Tour, sus densos bosques tenían tantos árboles como historias. Quedan testigos en ... la cima. Como una escultura de Juana de Arco, símbolo de Francia, de su independencia, de las viejas guerras con los ahora alemanes. Luego, cuando terminaba el siglo XIX, Napoleón III tuvo que pagar su derrota frente al enemigo teutón con los territorios de Lorena y Alsacia. El Ballon era la frontera. De esa afrenta para los franceses no queda en el puerto rastro de piedra, sólo los rumores que, dicen, habitan la fronda. Sí hay en cambio un monumento dedicado mucho más tarde a los soldados que dejaron sus vidas rastrillando las minas sembradas por el ejército germano en la II Guerra Mundial. El Ballon ha sido siempre una encrucijada. La 'línea azul', lo llaman. Y allí, en un rincón junto a tanto recuerdo, se levanta un menudo obelisco en memoria de René Pottier, el primer ciclista que subió el primer puerto de la historia del Tour: el 11 de julio de 1905.
El Ballon era una linde, territorio de contrabandistas, aliados de un mar de abetos, pinos, abedules y hayas donde era imposible localizarles. Era y es un bosque en sombra. Entonces, el ciclismo tenía un carácter reivindicativo. Era una cuestión nacional. Francia organizó la carrera París-Brest-París en 1891 para probar la supremacía de sus deportistas sobre los alemanes. Guerra sobre bicicletas. En 1905, año de la tercera edición del Tour, la ronda gala andaba alicaída, a punto de extinguirse ahogada por las trampas de los participantes y las agresiones de los aficionados: en forma de golpes o de clavos sobre la carretera. Henri Desgrange, director de L'Auto –periódico organizador de la carrera–, encargó a uno de su redactores, Alphonse Steinès, que hallara una solución. Lo hizo: alargó la carrera y colocó por vez primera un puerto de montaña, el Ballon, la encrucijada donde tantas veces se habían topado Francia y Alemania. Llegar allí el primero sería un símbolo. Una cuestión nacional. El imberbe y cuestionado Tour se jugaba allí su futuro.
La primera etapa había sido un caos, con la carreteras minada de clavos. Desgrange mantenía secretas las rutas, pero ni así. Estuvo a punto de abandonar, de olvidarse de aquella maldita carrera. Todo cambió en la segunda etapa, con la subida al Ballon: allí nació de nuevo el Tour. Los corredores iban desde Nancy hasta Besançon y sobre las nueve de la mañana los mejores comenzaron a medirse con los diez kilómetros de la ascensión. Eran Cornet, el ganador del Tour de 1904, más Trousselier, Aucouturier 'El Terrible', Georget, Petit-Breton y Pottier. Los pioneros. Cuando nacieron ni siquiera se habían inventado unas bicicletas como las que montaban.
Pedaleaban sobre unas máquinas de hierro, de más de quince kilos y sin cambios de desarrollo. Tenían dos bicicletas: una para el llano y otra para las subidas. Las intercambiaban en carrera. Así ascendieron el Ballon. Primero atacó Cornet. Todos cedieron, incluido Pottier. Nunca se habían visto esas escenas, retorcidas. El que llegara arriba sería héroe nacional. Y lo fue Pottier, que uno a uno fue rebasando a sus rivales. Corría en el club ciclista de la firma Peugeot, una de las líderes del sector. Los obreros de sus fábricas vivieron aquel triunfo como una liberación. Pottier trepó por la carretera empenachada de abetos y dobló la cima. Cambió de bicicleta y se lanzó hacia la meta.
Cornet tuvo menos fortuna. El vehículo de su mecánico había sufrido una avería y estaba parado en mitad del puerto. En el ciclismo de entonces pedaleaba la fortuna tanto como las piernas. Pottier tuvo ambas e ingresó con ella en la historia del Tour. No ganó aquella edición, sino la siguiente, pero el Ballon lleva su nombre. Fue un mito enorme, y también trágico y efímero: en 1907 le encontraron colgado del clavo donde dejaba su bicicleta, amargado por un desplante amoroso.
Desde 1905, el Ballon forma parte de la historia del Tour, pese a que a partir de 1910 la Grande Boucle pisó sus verdaderos altares de piedra, los Pirineos y los Alpes. El puerto alsaciano pasó entonces a un segundo plano, aunque, de vez en cuando, se ha reservado páginas memorables en la memoria de la ronda: allí descubrió a Bartali, en 1937, y allí, en 1969, el ciclismo conoció a su nuevo dueño, Eddy Merckx.
La última escena notable del Ballon data de 1997, de aquel ataque masivo del Festina de Virenque que estuvo a punto de aniquilar a Ullrich y que, incomprensiblemente, se quedó en nada. Unos dicen que la ofensiva se fue al traste por el egoísmo del francés; otros, porque aceptó una generosa compensación económica del alemán. Vuelta al inicio: el Ballon siempre ha sido territorio de conflictos entre galos y germanos.
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