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La primera etapa parecía mansa. Mentira. El Tour nunca se deja domesticar. Lobo. Siempre muerde con sus caídas. Nada más cruzar la meta el danés Jakob Fuglsang, uno de los favoritos al podio, se subió a una ambulancia. Un relámpago de sangre le ... bajaba de la ceja derecha. Tenía abierta la piel del codo. La caída a 20 kilómetros del final en Bruselas le había dejado «aturdido», según desveló uno de sus gregarios en el Astana, Pello Bilbao. «Le ha costado arrancar, pero luego ha cogido buen ritmo». Fuglsang se levantó de la lona tras caer en el primer asalto. Golpe seco, pero no cedió tiempo. En cuanto alcanzó la raya pidió una ambulancia. Al hospital. A descartar daños. «Espero que sea sólo un susto», deseó Bilbao. Al final, el danés no tenía nada roto. Le dieron unos puntos para cerrar la primera dentellada del Tour.
De la otra caída del día salió el ganador de la etapa y primer líder, el holandés Mike Teunissen. Su suerte fue la desgracia de su compañero Groenewegen, que tropezó a dos kilómetros de Bruselas. Otro escalofrío. Thomas fue uno de los afectados, aunque sin secuelas. «Nairo se ha librado por los pelos», resoplaron en el Movistar. Mientras, en el Jumbo bramaban. Su velocista estaba en el suelo, desconsolado. Groenewegen es la bala del conjunto holandés.
Con él tachado, Teunissen se quedó sin trabajo que hacer. Es su lanzador. Así que improvisó y se metió en el sprint. Libre. Buena sensación. Es un holandés elástico. Campeón de mundo sub'23 de ciclocross y buen rodador. Aprovechó que Matthews y Colbrelli se precipitaron y que a Sagan y a Ewan se les acabó el gas bajo la pancarta en un sprint en ligera subida. Los pasó por la izquierda con unos ojos tan claros que parecen amarillos. El maillot que ya lleva. Treinta años después de Erik Breukink, otro holandés se sienta en el trono del Tour.
La etapa inicial de esta edición que hace reverencia a la historia de Eddy Merckx pasó revista a la geografía del mito belga. 'El Caníbal' paseó por la salida ubicada en la Plaza Real de Bruselas mientras descorría la ovación que le dedicaba su público a los dos lados de las vallas. Su leyenda sigue viva. La etapa era suya. Pisó Woluwe-Saint-Pierre, donde creció. Cruzó por Etterbeek, el pueblo en el que estudió. Entró en Laeken, escenario de su primera carrera...
A Merckx, un chaval inquieto que no dejaba de dar vueltas en bici dentro de la tienda de ultramarinos de sus padres, le apodaron de niño 'Tour de France'. Algo intuían. Quiso primero ser futbolista. Hasta que notó que su talento natural era girar los pedales. Con 12 años se apuntaba a carreras frente a rivales de 18. Les plantaba cara. Pronto corrió por Bruselas y alrededores la noticia de que había un fenómeno. Lo fue con 24 años, cuando ganó hace medio siglo el Tour de 1969, y lo es hoy, ya con 74 años. Su etapa, la que abrió este Tour, la ganó el inesperado Teunissen y la pelearon otros.
Si a la imagen de un ciclista en pleno esfuerzo le borras la bicicleta, queda la silueta de un hombre arrodillado. Así viven en Bélgica este deporte. De rodillas. Devotos. Belga es Greg van Avermaet, ganador de la París-Roubaix y campeón olímpico. Ante él hay que ponerse en pie. Es un ejemplo de cómo honrar el maillot amarillo. Fue líder del Tour el año pasado, hasta que perdió veinte minutos en la meta de La Rosiere frente a Geraint Thomas. Aquella tarde el público le aplaudió a rabiar por su defensa numantina del liderato durante una semana. El 'amarillo' es sagrado. Esa túnica cumple 100 años. De rodillas.
Van Avermaet sabía que esta vez el maillot no estaba a su alcance. Así que decidió rendir pleitesía al 'Caníbal'. «La mejor manera de homenajear a Merckx es atacar y pasar primero el Muro de Grammont», dejó dicho en diciembre, cuando el Tour presentó este recorrido. Van Avermaet tiene palabra. Eso le han enseñado en casa. Sus dos abuelos y su padre fueron ciclistas, gregarios.
Le contaron las historias extraordinarias de Merckx, el mito que vistió de amarillo 111 veces. Van Avermaet llevó ese color en 2016 y 2018. Vive a 30 kilómetros de Bruselas, conoce cada palmo de la geografía de Merckx. Y se fugó desde la Plaza Real para coronar en honor al 'Caníbal' el empedrado Muro de Grammont, la capilla del Tour de Flandes. Subió la cuesta de rodillas. Por Eddy. Arriba se puso en pie, ya como primer líder de la montaña, y se dejó atrapar por el pelotón.
Continuaron adelante sus tres compañeros de fuga, el eritreo Berhane, el danés Würtz y el belga Meurisse. Las cunetas eran una fiesta. Bélgica celebraba el regreso del Tour. Ni un metro libre. La historia de las mejores clásicas late sobre estas curvas y adoquines. Hubo pavés, claro. No podía faltar. Y tenía que haber sprint. La escapada quedó sentenciada por el ritmo del Deceunick (Viviani), el Lotto (Ewan) y el Jumbo (Groenewegen). Luego lo intentó el francés Rossetto. Cayó en la misma red. Cualquier pedazo del Tour vale oro. No se regala nada. Además, en Bruselas había premio doble, la victoria de etapa y el liderato. El maillot amarillo centenario. El traje de tantas gestas, aventuras y desgracias. La piel del Tour.
Y ahí, cuando Bruselas se acercaba, la tensión encendió la hoguera. Cayó Fuglsang. Tropezó Thomas. Y patinó ya al final Groenewegen, que sin querer liberó a Teunissen, el elegido para vestir el traje de Merckx. En la meta, Enric Mas hablaba de su estreno en el Tour, la carrera por la que es ciclista. «No me ha parecido tan tensa». No le asustó. Buen síntoma en su bautizo.
Así ha sido la durísima caída de Jakob Fuglsang, líder del Astana, a falta de 17 km para la meta.
— Carlos Herráez (@CarlosHT_25) 6 de julio de 2019
Afortunadamente y tras varias pruebas, no presenta ninguna lesión grave y mañana será de la partida.#TDF2019 @Copedaleando
📽 @VelonCC pic.twitter.com/0YGEdTUeX2
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