!['El Pistolero' elige la mejor manera de perder](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/06/24/dep-pistolero-perder-keWH-U200624375898NNG-1200x840@El%20Correo.jpg)
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Unos 200 metros más allá de la cima de Alpe d'Huez, Frank Schleck busca el autobús del equipo Leopard. Su hermano Andy es el líder del Tour 2011 y él es segundo, a 53 segundos. Suena bien, pero engaña. Frank va con la mirada ... baja. Hasta que escucha una voz familiar. Su esposa, con el bebé en brazos. No hablan. Ella lo nota enseguida. Y le abraza. Frank echa a llorar acodado en una valla. A la niña, que nada sabe, se le escapa un puchero. Su padre y su tío Andy encabezan la general de un Tour que, sin embargo, acaban de perder ante Cadel Evans (situado a sólo 57 segundos), que -lo sabían- les iba a ejecutar en la contrarreloj final de Grenoble. Bella derrota la de los Schleck, como la de Alberto Contador.
No se duerme bien después de perder el Tour. Cuando Contador había apagado un día atrás la luz de su habitación se sentía en deuda. El Galibier le había consumido. Notaba su orgullo encasquillado. Nunca se había metido así en la cama: abatido. Entonces lo pensó. La etapa siguiente empezaba donde acabó la de su derrota, también en el Galibier. Un monte lleno de pólvora. Contador se durmió con la cerilla en la mano. «No sirvo para ir en el grupo. Para eso me voy a casa», repetía. Tenía que atacar en la primera etapa tras su primera gran derrota. «Se lo debía a mucha gente».
Se sentía obligado a intentarlo por su familia y los ánimos que le regalan. Por su madre, por el disgusto que le dio cuando una noche del pasado verano le dijo lo del lío con el test antidopaje que detectó la presencia de clembuterol. Por su padre y los nervios que le impiden ver a su hijo correr. Por su hermano Fran, por su novia, por las caricias de todo un año cuestionado tras el positivo en el Tour anterior (lo ganó y fue luego descalificado). Tenía que buscar el triunfo por él mismo y su orgullo de campeón. A eso salió. Era una etapa tan breve como brutal: 109 kilómetros resumidos en la subida y bajada al Galibier y el final en las 21 curvas de Alpe d'Huez. Zumo concentrado de Tour. Maravilloso día gracias a Contador.
Corrió para los demás. Si hubiera querido ganar en Alpe d'Huez no habría atacado desde la salida. Era un suicidio calculado. La historia de este deporte se adorna con días así. Apenas 24 horas después de quedar K.O. se levantó sobre sus pedales en la primera rampa de la parte inicial del Galibier, en el Télégraphe. Se llama así por la torre que formaba parte de una línea de telégrafo. El mensaje de Contador llegó claro.
Los Schleck y Evans le siguieron. Voeckler, sorprendido al principio, se empezó a consumir por atraparles. Defendía el maillot amarillo a su manera, exagerada, sobre un desarrollo imposible. Cuando se ve subir a Voeckler un puerto, el ciclismo parece una tortura. Cuando se observa a Contador, parece un baile. Frank Schleck se ahogó, como Evans, que además sufrió una avería. Con Contador sólo quedaba Andy Schleck. La imagen del Tour: dos de los mejores derrotados que se recuerdan.
Voeckler se asfixió solo. No quiso esperar al grupo de Evans. Prefirió seguir dando chepazos ante las cámaras. Quería protagonizar su propio martirio. Y eso hizo. Se pegó un tiro en el maillot amarillo. El largo descenso del Galibier empató de nuevo el Tour. Evans, frío, computadora, barrió las diferencias. La aventura de Contador, que por un rato había inclinado el Tour del lado de Andy Schleck, parecía archivada.
De eso nada. Contador mascaba una barrita energética y amasaba su segundo viaje. Empezó al tiempo del último puerto. Por su gente. Alpe d'Huez merecía algo así: repleto de público, repintado mil veces con ánimos y nombres. Es el templo moderno del Tour. Contador punteaba como siempre: veloz. Pero con demasiadas carreras en las piernas. Su combustible era aquel reto. Quería elegir la manera de perder el Tour. Y optó por la mejor. De cara.
Enseguida cavó un hoyo de un minuto. Los Schleck iban a lo suyo. Y lo suyo era Evans. Con Voeckler dando bandazos y vestido ya con un maillot amarillo de luto, tenían que despegarse del contrarrelojista australiano. Los dos hermanos se miraban, se azuzaban. Tiraban. Pero nada. Evans era un bulldog. No soltó la presa. Estaban en esa pelea cuando los dejó atrás Samuel Sánchez. También tenía una deuda pendiente. En 2003, Alpe d'Huez le había visto llegar fuera de control. Tiró a por su amigo Contador. Rival también. Dos no pueden ganar. Y arrastró en su intento al francés Pierre Rolland.
Novato y listo. Con aplomo. Rolland, miope, tuvo buena vista. No colaboró con Samuel, le dejó hacer, se escudó en él y cuando alcanzaron a Contador, dio el salto sordo de un felino. Listo. Cándido Samuel. Faltaba poco más de un kilómetro, pero Contador ya no iba. Y a Samuel, que se consoló con el reinado de la montaña, se le escapaba la victoria de etapa. Derrotados los dos, como los Schleck, pese a recoger el maillot amarillo. Andy sólo le llevaba 57 segundos a Evans, poco para los 42,5 kilómetros de la contrarreloj final en Grenoble. El Tour que al final ganó Evans fue también el de los derrotados. De Andy Schleck, protagonista de una fantástica cabalgada en la etapa que terminó en el Galibier. Y de Contador y su emotiva manera de perder en la jornada que, un día después, comenzó por las rampas del Galibier camino de Alpe d'Huez.
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