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El kilómetro final era ciego. Mejor mi mirar. La meta del terrible col de la Loze cuelga de una carretera tan vertical que se leen las pintadas como si estuviesen rotuladas sobre una pared. Casi hace falta volar para posarse allí. Y eso hace 'Supermán' ... López. A 3,5 kilómetros, el colombiano aprovechó el rebufo involuntario de uno de los gregarios de Roglic, el estadounidense Kuss. 'Supermán', masticando pedales sobre curvas del 20%, echó a volar. La Loze era tan dura que todos se veían. Roglic salió a por él. A Pogacar al fin se le vio sufrir trepando esta tapia. Los demás, todos clavados al asfalto, cedían. Era la mejor secuencia de este Tour. Valió la pena esperar. En el bautizo de la Loze, 'Supermán' resistió en vuelo con 15 segundos sobre Roglic, que tiene el Tour en la mano. Pogacar perdió medio minuto. Porte, uno. Enric Mas y Yates, 1.12, y Landa, 1.20 y sus opciones de podio. Peor le fue a Rigo Urán, disecado en esta montaña hecha para el espectáculo. «Hemos llegado muertos, de uno en uno», resumió Mas.
La culpa fue de Landa. Salió a por esta etapa y a por el podio, y provocó con su equipo, el Bahrain, un día fantástico. Pero en lugar de cobrar un botín, reforzó a Roglic, que a falta de una jornada alpina y de la contrarreloj final, tiene 57 segundos sobre Pogacar y 1.26 por encima de 'Supermán'. El resto ya no parecen sus rivales. Porte, Yates, Urán y Landa, que sigue séptimo, se alejan más de tres minutos. Y Mas, octavo, está ya por encima de los cuatro minutos. El mallorquín, aun así, crece 'muriendo'. Cada día se arrima más a los que mejor vuelan en moles alpinas de este tamaño. Un mensaje para el futuro. A Landa, en cambio, le queda la amargura de no haber respondido al sacrificio de todo su equipo. Y eso duele.
Cuando Pogacar arrancó el pasado domingo en el Grand Colombier, Landa notó lo que más teme. Le volvía a doler el psoas, ese músculo tan diferente. Abraza la columna, cruza la pelvis y se enlaza con el fémur. Es el músculo más profundo del cuerpo, el que da el equilibrio. En algunas culturas orientales lo llaman el 'músculo del alma' por eso y porque está conectado también al diafragma, a la respiración. El dolor en psoas obligó a Landa a abandonar el Dauphiné. Siempre lleva ese enemigo dentro. Pero si quieres algo del Tour hay que tirar precisamente de ahí, del 'músculo del alma'.
Lo hizo. Piernas y fe. El Tour corre desde el inicio al son del Jumbo, bajo control. Todo cambió por obra de Landa. Tanteó las sombras a su alrededor. Era séptimo en la general. Ya ha llegado así a París. Y mejor: en 2017 fue cuarto a un segundo del podio. Así que revolucionó el Tour. Baraja nueva. Fiel a su carácter insumiso. Atrevido. Ordenó al Bahrain tensar la fila. Impuso la agonía. Dos de sus gregarios, Haller y Colbrelli, agitaron el carrusel desde el inicio de la Madeleine, un puerto cargado de dureza e historia. A Landa le gusta repasar la memoria del Tour. Por allí, en 1969, el vizcaíno Andrés Gandarias se quedó con el honor de ser el primero en subir esta montaña. La Grande Boucle son sus ecos. Eternos. Landa quería dejar el suyo.
Cuando un velocista como Colbrelli se revienta en una montaña por un líder, por Landa, es porque cree en él. El italiano explotó y tomó su relevo Poels. Más dolor. El belga se había partido una costilla en una caída durante la primera etapa. Ha estado dos semanas con esa punzada, el último del pelotón, para darlo todo por Landa en la Madeleine. Lo hizo. Otro fiel. Estaba claro, el día iba a doler. De eso se encargó el Bahrain, que resumió el Tour en 25 dorsales. Eso sí, seis eran del Jumbo de Roglic. Una roca amarilla. El empeño de la tropa de Landa redujo de seis a dos la ventaja de una fuga mayúscula, la de Alaphilippe, Gorka Izagirre, Carapaz y Daniel Martin.
El cielo se arrugó ya en el inicio del col de la Loze. Nubes. Menos luz. Aunque todo se vio más claro. Poels pasó el testigo a Pello Bilbao. «Mikel quería hacer la carrera dura para jugarse la etapa y el podio al final con los mejores», contó el vizcaíno. Bilbao se entregó a él. Estiró el cuello todo lo que daba. Acabó con todos los de la fuga, salvo con Carapaz, que nació a tres mil metros de altitud y que por encima de dos mil, donde los demás se ahogaban en la Loze, él se siente en su jardín. El último soldado de Landa, Caruso, ya no pudo tanto. Y, sorpresa, menos pudo el alavés. Sobre el asfalto que tapaba una pista de esquí, Landa se quedó sin cuerpo y sin alma. No tenía reprís para el ataque anunciado durante 80 kilómetros por su equipo. Su valor no iba a tener premio. Tampoco Carapaz, atrapado.
El trabajo a destajo del Bahrain lo rentabilizó el UAE de Pogacar con un solo relevo brutal de David de la Cruz. El Tour saltó por los aires en los toboganes que como olas a contracorriente subían a la cima de la Loze. Pero a Pogacar se le adelantó López. Le dicen 'Supermán'. Colombiano. Debutante en el Tour. Otro pez en el agua a 2.300 metros en este techo alpino. En el primer vuelo del ciclista del Astana sólo hubo sitio para Pogacar, Roglic y su fiel Kuss. Ahí brotó una duda. Kuss cogió unos metros. Roglic paró y Pogacar con él. Eslovenos, amigos, rivales. Desconfiaban el uno del otro. Se conocen y temen.
Y mientras andaban en eso, López despegó por segunda vez. Aterrizó ya en la meta, con la victoria de etapa y el tercer cajón del podio. El primero parece atornillado al dorsal de Roglic y el segundo, propiedad de Pogacar. Queda una etapa alpina cargada de puertos. Para que algo cambie, hará falta que alguien se atreva, como Landa, a dar un salto mortal con el riesgo de estrellarse contra la implacable realidad del Tour, que es un descreído, que no le tiene fe a nadie, que no se deja ganar hasta París y que también se acuerda de los que supieron perder de pie.
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