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Hasta que llegó Miguel Induráin, los ciclistas españoles eran vistos en el Tour como si fueran pulgas. Escaladores que brincaban sobre las cimas de los Pirineos con el rostro apretado. Induráin rompió el molde. Era una escultura. La armonía del atleta. Un levantador de piedras ... que danzaba de puntillas sobre los pedales. Y exacto como un reloj. Durante las cinco ediciones del Tour que ganó, entre 1991 y 1995, se le veneró como a un dios. Y él, el rey Miguel, se convirtió en un mito silencioso y educado. Cuentan en su equipo que jamás pidió un privilegio, que ni hacía ruido al mover la silla. Vivió su éxito como si fuera un ciclista más. Ni un mal gesto.
La última biografía sobre el campeón navarro, titulada 'Induráin, la historia definitiva del mejor corredor del Tour de Francia', destaca una anécdota que le define: recoge el día en que dejó de compartir habitación con 'Perico' Delgado porque lo estaba «pasando muy mal» con el segoviano.
¿Al fin algo que sacó de sus casillas a Induráin? Al revés. El autor del libro, Alasdair Fotheringham, ha juntado testimonios de compañeros del corredor navarro. Entre ellos, claro, Delgado, vencedor del Tour de 1988 y el que le dio el relevo al frente del Banesto en 1990, en aquella tarde soleada hacia Luz Ardiden. 'Perico', enfermo, con la barriga estrujada, había iniciado su declive. En esa etapa supo que nunca más ganaría el Tour. A su lado, fiel, le escoltaba el joven Miguel. Delgado se giró hacia él y le ordenó que no le esperara.
Ahí comenzó el vuelo libre de Induráin. Venció en esa meta y en los cinco Tours siguientes. En el primero, el de 1991, José Miguel Echávarri, patrón del Banesto, decidió que el viejo campeón, Delgado, y el nuevo, Induráin, compartieran habitación. Quería que esos ratos a dúo fueran otra escuela para Miguel, ya líder de la ronda gala.
Pero algo pasó. Delgado se lo ha contado a Fotheringham. Apenas llevaban cuatro o cinco etapas juntos cuando el segoviano se encontró de pronto con otro compañero de habitación. Induráin se había marchado. Delgado se extrañó. «Cuando Miguel se vistió de líder, empecé a compartir habitación con él. Me encargaron que atendiera el teléfono para procurar que le dejasen en paz y todo eso», relata 'Perico'.
Al toparse con otro compañero en la cama de al lado, le preguntó: «Oye, ¿qué pasa con Miguel?». El gregario fue sincero: «Es que no quiere estar en la misma habitación que tú». Delgado, sangre caliente, exclamó: «¡Qué!». Y salió en busca de Miguel. Cara a cara. Induráin, voz baja, se lo explicó: «Ufff, Pedro, lo siento, pero lo estoy pasando muy mal contigo». Delgado pensó que quizá era porque a él le gustaba leer de noche. «No, no es eso -aclaró Miguel-. Es porque me haces sentir mucha hambre».
Algo así necesitaba una explicación. Induráin, tan grande, tenía que ser estricto con su dieta. El hambre le torturaba, pero podía con la tentación. Delgado entendió entonces el motivo de la 'huida' de su compañero de habitación: «Miguel debía controlar su peso. Y figúrate, llega al hotel después de la etapa y me encuentra allí, atiborrándome con un bocadillo, una cerveza, unos pastelillos y, tal vez, hasta suelto un eructo después. Mientras él sólo toma un poco de muesli. Y, para colmo, le digo en broma que estoy muerto de hambre».
Induráin no resistió aquella tortura: «Ya he sufrido bastante sobre la bici para encima tener que ver cómo te pones las botas». Aunque ya era el líder del equipo y del Tour, no pidió que le cambiaran de pareja en el hotel; en silencio, hizo la maleta y se fue él. Induráin, cinco victorias en el Tour sin una mala palabra.
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