![Induráin, el gigante tranquilo](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/06/01/tour-indurain2-kgXF-U200448886839bZD-1200x840@El%20Correo.jpg)
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Induráin antes de Induráin: esa es la clave. Para entender aquella 'crono' en Luxemburgo (Tour'92) cuando relegó al segundo a más de tres minutos, o las exhibiciones en la montaña de Hautacam (1994) y el llano de Lieja (1995), o sus cinco victorias finales ... en la ronda gala, hay que detenerse en el Induráin que aún no era Induráin.
Alguien le dijo a Eusebio Unzué que había un chaval interesante, demasiado grande pero interesante. Es lo de siempre. Habladurías. O no. El caso es que le dedicó un vistazo. Quedó impresionado. Le ofreció al mocetón 100.000 pesetas (600 euros) al mes y un hueco en el Reynolds amateur. Meses después, en el Campeonato de España, un chaval demasiado grande y muy joven (18 años) se metió en todas las escapadas y al final ganó al sprint. Unzué dice que esa es la carrera que más le ha emocionado. La sensación que deja un descubrimiento.
Induráin, frío, austero, metódico, imperturbable, fuerte, hermético, humilde... Y perfecto. Y tranquilo además. Su fuerza era su tranquilidad, como si ya de joven fuera veterano. El luego pentacampeón del Tour, el único que ha ganado cinco ediciones consecutivas, no fue precoz en la ronda gala. En 1985, en su debut, sólo disputó las etapas llanas. Era el Reynolds de Laguía, Chozas, Gastón... Para ellos, Induráin era 'Miguelón', un ciclista demasiado grande. Durante esa corta estancia en el Tour, Induráin se empapó de Francia, archivó cada curva, procesó y clasificó toda la información. Aprendió a convivir con la carrera. Eso hizo en su segundo abandono, el de 1986, y tanto en su primera edición acabada, la de 1987 (puesto 97), como en la segunda (47º en 1988). Ya sudaba Tour.
El futuro se le reveló en 1989. Etapa entre Pau y Cauterets. Delgado, líder del Reynolds, era el favorito. Había ganado la edición anterior. Induráin, su gregario, se escapó a poco de coronar la cima de Marie Blanche para prepararle el camino. El navarro, un rodador según decían, atrapó y dejó a todos los fugados de aquel día: a Theunisse, a Van der Poel, a Forest... Pasó sólo por Bilhéres en Ossau, por el país de los osos; también por el Aubisque y las rampas de Bordéres -tenía 4 minutos sobre LeMond y Fignon y ocho sobre Breukink y Roche-. Demasiado grande y subía. Uff. Aún quedaban los 15 kilómetros de Cambasque (Cauterets). Por detrás, 'Perico' falló y por delante Francia descubrió, tras 80 kilómetros de increíble fuga, a Induráin: perfil de piedra, manos juntas sobre el manillar, rictus fijo, ortopédico casi. El busto inmóvil ganó la etapa y acabó el decimoséptimo en la general. Induráin comenzaba a ser Induráin.
En 1990 aún no había mucho ruido a su alrededor. De sus labios, claro, tampoco salía una palabra de más. Lo primero cambió pronto; lo segundo, nunca. Sabino Padilla daba entonces clases de Fisiología en Vitoria. José Miguel Echávarri, mánager del equipo, le consultó. «Tengo un chaval demasiado grande». El luego médico del Athletic realizó pruebas físicas a Gorospe, Delgado... y a Induráin. El navarro era un exceso, un portento que ya había comenzado a ajustar su peso a los 188 centímetros de altura: de 90 a 80 kilos. Padilla guió sus entrenamientos. Induráin puso el resto, el método -cogía el coche y se metía sesiones de ocho horas en los Pirineos- y el estilo: sin pulsómetro, sólo con las sensaciones -fue de los últimos ciclistas en dejar el calapié por el pedal automático-.
El de 1990 fue el Tour de la duda en el Reynolds: ¿Delgado o Induráin? Ganó LeMond. Perico fue cuarto, a cinco minutos, e Induráin, todavía gregario, concluyó décimo a doce minutos. Visto así, parece claro que Delgado fue la apuesta buena. Pero... Induráin perdió diez minutos camino de Alpe d'Huez: iba escapado, de nuevo para hacer de trampolín. Cruzó fugado con un grupo la Madeleine, el Glandon y el descenso de la Croix de Fer. Los favoritos se les acercaban. De atrás saltó 'Perico' y cogió a los escapados. Era el plan. Induráin tiró a muerte durante 20 kilómetros. Colocó a Delgado con dos minutos y medio sobre LeMond y Fignon en la falda de Alpe d'Huez y se dejó ir. 'Perico' falló y el navarro, vacío, cedió 10 minutos. ¿Pudo haber ganado aquel Tour? La duda.
En esa misma edición, Echávarri supo que un día Induráin iba a ganar la Grande Boucle. Fue en la cronoescalada de Villard de Lans. El navarro, agotado tras días al servicio de Delgado, pidió a los responsables del Reynolds que le dejaran relajarse en la 'crono'. Se lo concedieron. Y así, sin disputarla a fondo, fue cuarto (ganó Breukink). Aquel día, Echávarri dijo: «Está listo para ir a por el Tour». Cierto. Se impuso en el siguiente, el de 1991.
«Por fin ha ganado Miguel un Tour», le felicitaron a Echávarri. «No ha ganado un Tour, ha ganado el primero de sus Tours», respondió. Cierto también. Induráin tenía 27 años de lenta maduración, curtidos en un proceso pausado y meticuloso. Durante cinco años llenó ese desierto entre dos Ligas de fútbol que es julio. Pegó a España a la televisión. Monopolizó el Tour. Acabó con tres generaciones de ciclistas (LeMond, Bugno, Chiappucci, Fignon, Rominger...) a su modo: sin avasallar, como convenciéndoles de su inferioridad, economizando las fuerzas que no le faltaron hasta 1996, hasta las subidas a Les Arcs y Larrau, hasta que, paradójicamente, llegó su imagen más emotiva, la que le vio más humano, la de su derrota.
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