![Induráin, el campeón paciente](https://s2.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/06/30/tour-indurain-campeon-paciente-kW7C-U2006164108201AB-1200x840@El%20Correo.jpg)
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Ya está todo muy contado. No me gusta recordar», repite Miguel Induráin cuando le preguntan por la época de su dominio en el Tour. Habrá que recordarlo por él: el próximo 19 de julio se cumplirán 32 años del inicio de su era, de sus ... cinco Tours. Aquella tarde en el descenso del Tourmalet se registró un seísmo. El 'terremoto Induráin' se vistió por primera vez de amarillo. En un armario, el campeón navarro tiene guardada esa camiseta y también una colección de vídeos sobre sus triunfos. Regalo de un amigo. «No los he visto», confiesa. Abajo, en el garaje, duerme junto a otras la bicicleta con la que llegó aquel día a la meta de Val Louron en compañía de Chiappucci. ¿Y qué siente cuando la ve? «Me doy cuenta de lo que ha evolucionado el material y de lo rápido que pasa el tiempo». Han rodado más de 30 años.
A mediados de los años ochenta, José Luis Laguía era uno de los líderes del equipo Reynolds. Tenía galones. Pero José Miguel Echávarri, mánager del equipo, siempre le ponía tras un tal Miguel Induráin en la lista para hacer las pruebas de esfuerzo. Laguía odiaba ese trámite. «Joselu, vente a Pamplona el jueves, a la Clínica Universitaria. Es para las pruebas», volvió a reclamarle Echávarri por teléfono otra pretemporada más. E inmediatamente le comunicó lo que Laguía más temía: «Vas detrás de Miguel».
Y entonces Laguía, que vivía en Cataluña, hacía la maleta y se despedía de su esposa para tres días. ¿Tanto duraba un jueves? El veterano escalador sabía lo que le aguardaba: llegaba a la clínica, se vestía de ciclista y se sentaba a la espera de que Induráin acabara su test físico. Siempre era lo mismo: el navarro destrozaba la bicicleta estática del laboratorio. Los mecánicos tardaban tres días en volver a ajustarla.
Cuando a Induráin no le conocía casi nadie, ya le temían los ciclistas. Cuenta Laguía en el libro 'Locos por el Tour', que en su primer año como profesional Induráin no dejaba de atacar. Esa era la orden de Echávarri y Unzué, que le probaban, que calibraban su talento. Y así en cada carrera. Los directores de los equipos rivales mandaban a los suyos ir a por aquel bestia. Al principio obedecían; enseguida empezaron a hacerse los sordos. Perseguir a Induráin era suicidarse. No había lazo para aquel potro salvaje. «La verdad es que yo pensaba dedicarme al campo», declaraba el ciclista navarro. Al oficio familiar. Y no. Su profesión era el Tour.
Pero iba a ser una cosecha lenta. El primer curso fue en el Tour del Porvenir de 1984. El Reynolds alistó a Gastón, a Carlitos Hernández, a Eduardo González Salvador... Y a Induráin con 20 años recién cumplidos. El navarro venía directo de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Sin aclimatarse. Y ahí, en la contrarreloj de 30 kilómetros entre Lourdes y Tarbes, sucedió.
El chaval se había negado a correr con la 'cabra', la bicicleta especial. No le gustaban los cambios. Era un crío e impuso su criterio. Sin levantar la voz. No es no. Siempre fue así. Pedaleó sobre la bici normal. El busto inmóvil, perfecto, poderoso, y batió a todos, a Jean François Bernard, a Milan Jurco, a Ugrumov... Dos años después, el Tour del Porvenir fue suyo. Lo recogió en el Izoard, un mito alpino. En esa cima, Echávarri, Unzué y el propio Induráin supieron que un día ganaría el Tour grande. Abrieron una ventana al futuro.
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J. Gómez Peña
El segundo curso tuvo como tarima el Tour de Francia de 1988. Cuentan que le bastaba con subir una vez un puerto para archivarlo en su cerebro. Computadora. Mamó la esencia del Tour. Y en la edición de 1988, en la etapa que Cubino ganó en Luz Ardiden, Induráin asombró: entonces, su papel era trabajar en los puertos intermedios. Le tocó el Peyresourde. Le ordenaron tirar del grupo de favoritos y mantener a raya a los escapados. Pues bien, atrapó a los fugados, los dejó atrás y redujo el pelotón de los ilustres a una decena de dorsales. Los asfixió. Ya era un escalador.
Se demostró en el siguiente curso, el Tour de 1989. En la etapa Pau-Cauterets. Delgado, líder del Reynolds-Banesto, había empezado a perder aquella edición al llegar dos minutos tarde al prólogo de Luxemburgo. 'Perico' no iba. El vencedor del Tour'88 había iniciado su declive. A su sombra, a fuego lento y protegido por la figura del segoviano, crecía un portento de Villaba. Echávarri le soltó el bozal a Induráin. El neerlandés Theunisse había atacado en el col de Marie Blanque. El navarro salió a por él cerca de la cima. Le cogió en el descenso y le dejó atrás en Bilheres en Ossau, en el país de los osos. Depredador. A Adrie van der Poel, que rodaba escapado, lo pisoteó en el Aubisque. No dejó supervivientes. Subía los colosos pirenaicos en la postura del pianista: sentado atrás, con las manos sobre el teclado del manillar. Sinfonía. Rotundo. Fignon y LeMond perdían cuatro minutos; Delgado, Roche y Breukink, más de ocho. Llegó solo a la cima de Cauterets, ganó sin levantar los brazos y le anunció al Tour el porvenir que le esperaba: navarro.
Aunque no todavía. Echávarri y Unzué decidieron que aún tenía un curso más que cumplir: el Tour de 1990. Optaron por Delgado como líder y el segoviano acabó cuarto. Induráin fue décimo, a 12 minutos del LeMond, el vencedor. Diez de esos minutos, el navarro los sacrificó el día que quedó clara la inminencia de su era. «Perdió ese tiempo en la etapa de Alpe d'Huez -recuerda Unzué- después de hacer lo mejor que le habíamos visto hacer hasta entonces».
Aquel destello fue así: Induráin se había pasado el día en el grupo de escapados. Por la Madeleine y el Glandon. Detrás, atacó Delgado. Induráin frenó. Le esperó y llevó a rueda al castellano durante 20 trepidantes kilómetros. Le dejó con dos minutos y medio sobre LeMond en la primera curva de Alpe d'Huez. Cumplida la misión, se relajó y subió al trantrán. Diez minutos tarde. Ya estaba claro. Se había licenciado.
Al fin recogió el título amarillo una edición después, el viernes 19 de julio de 1991. En la etapa Jaca-Val Louron. 232 kilómetros. Tremenda. De calor y puertos. De selección natural. Delgado y Bernard lo habían pasado mal en el Portalet y el Aubisque. 'Perico' no pudo ya con el Tourmalet. Cambio de líder en el Banesto. Cambio de tiempo, de ídolo. El Tour alunizaba en el 'planeta Induráin', que subía el Tourmalet con LeMond, Bugno, Chiappucci, Mottet y Fignon. Chiappucci desnudó a LeMond, fundido. Como Bugno y Fignon. La montaña, que no miente, se puso a gritar el nombre de Induráin. Eco sísmico.
El navarro saltó a por Chiappucci, que había atacado en la primera curva del descenso. El Tour se hizo vértigo. El coche del Banesto los perdió de vista. Era una locura. Una de las bicicletas que el vehículo de Echávarri llevaba en la baca saltó por los aires. Nadie se detuvo a buscarla. Nadie frenaba. Y menos, Induráin. Ni Chiapucci pudo seguirle. «¡Miguel, Miguel! Espera a Chiappucci», le ordenó Echávarri. Obedeció, claro. Y se repartieron los kilómetros y la tarta en la cima de Val Louron. Para el corredor italiano, la etapa. Y para el portento navarro, el maillot amarillo y el primero de sus cinco Tours de Francia. El campeón sereno. A Induráin, que hoy con casi 59 años es como era con 27, le da pereza recordar todo aquello. «No soy nostálgico».
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