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Figurar como ganador de etapas en el Tour, el Giro y la Vuelta junto a Anquetil, Bahamontes, Hinault, Gimondi, Van Looy, Moser, Maertens, Cubino y Lejarreta da lustre a cualquier carrera deportiva. Pero el triplete de Juan Manuel Garate tuvo algo más. Lo culminó en ... julio de 2009 en el Mont Ventoux y fue extraordinario. Días después de su triunfo en la vigésima jornada de la Grande Boucle recibió un 'e-mail' de su equipo, el Rabobank. No daban crédito. Les había escrito un matrimonio neerlandés. Querían conocer al corredor guipuzcoano para contarle su historia. El hecho extraordinario.
Y fue así: la pareja esperaba la llegada de su primer hijo. Y como no tenían claro qué nombre ponerle lo dejaron en manos del azar. Del ciclismo. De su afición. Así que decidieron bautizarle como al ganador del Mont Ventoux. Fuese quien fuese. Pero el bebé no esperó. Se adelantó y nació una semana antes, sin que el Tour hubiera pasado aún por la cima del Gigante de Provenza. Tuvieron que elegir. Y le llamaron 'Manuel', un nombre poco habitual en su país. Días después, sentados en el sofá, asistían a la retransmisión de la etapa del Ventoux y, como cuenta Garate, «empezaron a alucinar». «Vieron que iba un tal Juan Manuel en la escapada y no se lo creían». Casualidad. Carambola. «Y fíjate cuando encima gané. Un 'Manuel' en el Ventoux. Empezaron a gritar '¡Milagro! ¡Milagro!'».
Cada victoria tiene algo de eso. La primera de Garate fue en la Vuelta, en 2001. En Vinaroz. Aquella tarde diluviaba. Cántaros sobre el pueblo sin alcantarillas. La organización tuvo dudas sobre si poner la meta en el centro de la localidad, convertida en un lago, o en la variante. Garate, un novato del Lampre, iba escondido en la zona cómoda del pelotón. «Era un día muy peligroso». Acurrucado atrás.
Mariano Piccoli era entonces uno de los gallos del equipo Lampre. Su maestro. Le abroncó por esconderse. El ciclismo es para dar la cara. «'Juanma, cree en ti mismo', me dijo». Y le ordenó atacar. El guipuzcoano jugó sólo una carta y acertó: unas horas después los micrófonos de radio se pegaban por entrevistarle a él, al ganador en Vinaroz.
La segunda muesca en la trilogía de Garate ocurrió en el Giro 2006. En un lugar grande: la cima de San Pellegrino, donde revolotean cientos de historias ciclistas. A ganar en Vinaroz le obligó Piccoli. En San Pellegrino fue por iniciativa propia. Por empeño. Andaba entre los diez primeros en la clasificación general y sólo quedaban dos etapas de montaña. Quería una. Su director en el Quick Step, Parsani, le recomendó calma. No atacar. «Pero yo ya había sido quinto del Giro. Quería una etapa, jugármela a todo o nada». Dos días antes, su esposa le había enviado por fax la ecografía de su primer bebé. «Le dije que le iba a dedicar la etapa. No pude al día siguiente y me quedé con rabia. Por eso salí a por todas en la etapa de San Pellegrino».
Pero había competencia en la 'Maternidad'. Basso acababa de ser padre y buscaba lo mismo. Un premio para su recién nacido. «En la salida le felicité por lo de su hijo, pero le dije que tenía un problema, que yo también iba a ser padre y que quería una etapa para mi bebé», recuerda Garate. El guipuzcoano fue más certero, superó a Voigt en San Pellegrino y obligó a Basso a esperar un día más.
Le faltaba el Tour. La tercera meta. La que resultó extraordinaria. Por la anécdota de los padres neerlandeses de Manuel y por la noche anterior. «Te juro que lo he soñado mientras dormía. Que ganaba. Te lo juro», repetía Garate en la cima del Ventoux. No había hablado de ese sueño con nadie. Para que no se rieran. Pero se había soñado en fuga con Contador. El líder generoso. «He imaginado que me iba con Alberto y que me dejaba ganar». No hizo falta. Venció solo, por delante de Tony Martin. En el gran día de ese Tour. El más visto en la retransmisión por las pantallas televisivas. El que había ocupado la almohada de Garate aquella noche. «¡Lo había soñado!», insistía. Extraordinario. Como el grito que lejos de allí, en Países Bajos, se escuchó en la casa de los padres de Manuel.
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