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Freire bate a Leonardo Duque en Digne-les-Bains, en el Tour de 2008. Reuters
Faltan 16 días para el Tour

A Freire no le gustaba el Tour

El triple campeón del mundo es el primer y único español que ha conquistado el maillot de la regularidad en la ronda gala

Jueves, 15 de junio 2023, 00:27

Como nunca llevaba reloj, Óscar Freire no sabía bien en qué tiempo vivía. Dice él, y dicen de él, que es despistado. Se le olvidaban las citas, los trámites; perdía los pasaportes; no recordaba el camino de vuelta al hotel... Cierto. Pero el caso es ... que a menudo era el más puntual. Sin reloj. Lo fue en 2008: el primer español en lograr el maillot verde del Tour. Y lo ha sido muchas veces más: el primero en sumar tres títulos mundiales para España y en ganar clásicas internacionales que antes de él no figuraban en el palmarés del ciclismo nacional.

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Tres arcoíris mundialistas, el verde del Tour... Freire es de todos los colores. El maillot verde era la prenda que al principio de la historia del Tour señalaba al más lento, al que menos puntos tenía. Luego cambió: desde 1953 distingue al más regular. Y es verde por casualidad: porque el primer patrocinador era una marca de cortacéspedes. «Siempre digo que si tengo suerte, salud y equipo, puedo ganar», apuntaba Freire en la edición de 2008. Suerte y salud tuvo. Equipo, apenas. El verde lo consiguió sin más ayuda que la de Juan Antonio Flecha y Pedro Horrillo. Casi solo. Como corrió toda su vida. En París, subió de ese color al podio. Y bromeó: «Me ha costado mucho. No me pillan en otra como ésta». A Freire no le iba el Tour. Y lo decía.

Es el primer, y único, español con tres ediciones de la Milán-San Remo. Y también con victorias en la París-Tours y la Gante-Wevelgem. Y el primero, y único, en subir al podio de París con el maillot verde de la regularidad. La lámpara del genio cántabro ha tenido un fondo casi infinito. Y no sólo de triunfos, sino también de mensajes. Freire nunca se calló. Ni sobre el dopaje: «Cada vez hay más locos», dijo cuando se supo del caso positivo de Riccó en el Tour. Ni sobre la insolidaridad entre los ciclistas: «Aquí cada uno va a lo suyo. Es la ley del sálvese quien pueda». Ni sobre el Tour: «Es una carrera que no me gusta». Ni sobre su soledad en los sprints: «Nunca he tenido un equipo que me llevara hasta los 200 últimos metros, pero me he buscado la vida». Ni sobre nada: «¿Si soy rico? Vivo como un rico porque hago lo que quiero. Se puede ser rico de muchas maneras. Dinero no me falta, pero no voy a derrocharlo».

En Freire siempre se podía creer. Entre tantas lesiones y obstáculos consiguió elevarse como las grandes catedrales. Siglos en reformas. Nunca se terminaban del todo. Como Freire, que cada año le regalaba al ciclismo español un puñado de diamantes: recogidos en San Remo, Gante o en el Tour, donde ganó cuatro etapas. La primera fue en 2002 y vestido con el maillot arcoíris de campeón del mundo. Llevaba días quejándose, desanimado. Todos le escuchaban y se decían: cuidado. El éxito de Freire es la suma de sus desgracias. El dolor lumbar parecía su estímulo. El Mapei, un equipo en derribo, le había obligado a correr aquel Tour.

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«Me encuentro bien, sin molestias, pero no voy, no estoy para correr, no sé qué me pasa. Estaré en Francia una semana y luego me iré a preparar las clásicas», decía días antes del Tour 2002, encogiendo los hombros, echándole desgana al gesto. Habituado a brillar sin apenas entrenarse, el campeón del mundo no sabía vivir sin problemas. Si nada le dolía, si todo le iba bien, no andaba. Él era distinto, un tipo que hizo de la adversidad su virtud. Le llevaron a esa edición de la ronda gala a trabajar para Tom Steels. Freire, doble campeón del mundo, pero debutante y gregario. Pues bien, ganó la etapa con meta en Alemania y y delante del ídolo germano, Erik Zabel, ¡Y cómo!

Invisible hasta el sprint

Zabel y su equipo, el Telekom, viajaban aliados a la geografía. Conocían cada palmo. Los escapados del inicio (Chavanel, Berges y Hushovd) les servían de quitafuegos. El sprint era una obligación que ni siquiera pudo saltarse otro ciclista local, el portentoso Jens Voigt. Cimbreante sobre la bicicleta y con la barbilla atornillada al manillar, el corredor del Crédit Agricole buscó con su fuga un milagro en una carrera que no regaló nada. El Telekom y el Lotto (McEwen) eran alérgicos al azar.

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Sprint, pues. Sarrebruck, ciudad alemana de pasado francés, esperaba protegida por medianas con perfil de tijera. Miedo. Dolor en los cuellos de tanto estirarse. Aldag, el primer guía del Telekom, desalentó a más de 55 kilómetros por hora a los atrevidos. Luego le sustituyó Hondo. Tras él, Fagnini y Zabel. El plan perfecto, incluso con el suicida McEwen barajando codazos.

Casi perfecto. A ese plan le faltaban 200 metros para la meta y le sobraba Freire. Su maillot constelado con dos títulos mundiales viajaba tras McEwen, y éste a la sombra de Zabel. El penúltimo lanzador del Telekom, Hondo, se hizo a la izquierda y dejó el aire a Fagnini, el último. Pero McEwen, un ciclista sin normas, se retorció por la derecha. Zabel no se aguantó y tiró a por él. Duelo a dos. Mentira. Allí, oculto, estaba Freire. Sólo se le vio al levantar los brazos. «El primer sorprendido he sido yo. No creía que fuera a ganar». Quizá por eso ganó en aquella carrera que tan poco le gustaba.

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