La II Guerra Mundial paralizó el Tour durante siete años. Henri Desgrange, enfermo, dejó la dirección de la carrera a Jacques Goddet. Y el diario L'Auto, organizador de la prueba, dio el relevo a L'Equipe. Durante ese periodo sin Grande Boucle, hubo varios ... intentos de crear una nueva carrera. No cuajaron. Cuando cesaron las balas, la ronda gala brotó tal como era. Goddet evitó, como otros periódicos y políticos pretendían, que la carrera se convirtiera en un canal de propaganda. Conservó su esencia. Y en 1947, en aquella Francia devastada, el pelotón reinició la biografía de la gran carrera ciclista. La número uno.
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También Jean Robic acaba en uno. Nació en 1921, en las Ardenas francesas. Medía 1,61 metros. Fue el primero en ganar el Tour (1947) sin ser nunca líder y hubo que esperar 21 años para que otro ciclista, Jan Janssen, le imitara. Robic se retiró en 1961 y en la París-Roubaix se partió 11 huesos. Cómo no. Fue, definitivamente, un campeón impar. Cada vez que el Tour se mete en los Pirineos surgen historias para recordar al ciclista de los mil motes: 'siete vidas', 'el que escapa de la muerte', 'cabeza de cuero' (por su casco), 'cabeza de madera' (por su carácter) y 'cabeza de cristal' (por sus mil caídas). Pedaleando sobre todos sus apodos conquistó el primer Tour de la postguerra, el de 1947. Aquella legendaria etapa Luchon-Pau...
Con su cara de gárgola, Robic hizo lo que nadie se atrevía: una fuga de 240 kilómetros. Se había casado cuatro días antes del Tour. Con el tiempo justo para la luna de miel. En compensación, le hizo una promesa a su esposa: «Te has casado con un pobre, pero dentro de un mes serás la mujer del ganador del Tour». Juramento con la boda aún fresca. Era el 13 de julio. La etapa aún salía de Luchon cuando Robic apretó hacia el Peyresourde. Sólo Brambilla le siguió.
Por el Aspin ya marchaba solo. Con cuatro minutos de ventaja coronó el Tourmalet. Y con nueve, el Aubisque. Volaba subiendo y, gracias a los kilos de plomo que se metía en los bolsillos de su maillot, también volaba en los descensos. A la meta de Pau llegó con once minutos de renta. Fue el inicio de su victoria en esa edición, certificada el último día con otra fantástica escapada camino de París. Su menuda figura se elevó hasta ser un ídolo popular. Louison Bobet, el campeón que venía, era demasiado fino, atractivo, educado y estricto. Robic, en cambio, era la locura, la insolencia. «Si engancho un remolque a mi bici y pongo en él a mi suegra, seguro que llego primero a la cumbre», retaba. «En cada pierna tengo un Coppi y un Bartali», clamaba.
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Robic era un desastre. Siempre con la maleta a medio hacer. Nunca puntual. Dispuesto a engrasar cualquier charla nocturna con un buen vino y a jactarse de ello en la etapa siguiente. Hasta alardeaba de subir puertos con un combustible personal: el aguardiente. Bobet era todo lo contrario. Tan serio y profesional. Y fue el primero en ganar tres veces el Tour. Elegante hasta en su retirada: enfermo en el Tour de 1959, subió hasta la cima del Iserán, entonces el puerto más alto de Europa, y echó pie a tierra. Allí vio a Gino Bartali, un espectador más, y le entregó la bicicleta. A 2.800 metros de altitud. Arriba.
Aquel también fue el último Tour de Robic. El duendecillo duró dos días más que Bobet. Eso sí, se marchó con un portazo y después de llegar fuera de control. Malgeniado, exigió que le repescaran. Pidió clemencia para alguien como él, que tanto le había dado al Tour. Y no hubo piedad.
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Ya retirado, montó un restaurante en París que le duró lo que el matrimonio. El divorcio le arruinó y acabó de camarero. También repartió periódicos. En bicicleta. Le gustaba ser reconocido. Y era imposible no verle. Tan chato y menudo. Con el casco de cuero que llevaba desde su caída en la París-Roubaix. Famoso y cabezota. Se mató el 6 de octubre de 1980 por no escuchar a nadie.
La tarde anterior había participado en una carrera para veteranos. Lo celebraron después. Poulidor y otros trataron de impedir que, borracho, cogiera el coche. Hasta le escondieron las llaves. Las encontró y se empotró contra un camión. Cuando el Tour se mete en el Peyresourde, el Aspin, el Tourmalet y el Aubisque, viejos amigos de aquel genial enano, vuelve el recuerdo del vencedor de la edición de 1947, la primera tras la II Guerra Mundial y la única que ganó Robic, el ciclista que acababa en uno.
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