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En casa. Alberto Contador toma un café y juguetea con sus perros, Giro y Tour. ABC

Contador eligió ser rebelde

Con victorias en el Tour, el Giro la Vuelta, dibujó su leyenda con ataques inolvidables

Viernes, 30 de junio 2023, 01:11

La mayoría de los campeones vienen de una historia improbable. Alberto Contador es un buen ejemplo. El ciclista madrileño se jubiló en 2017 con 34 años, dos victorias en el Tour, dos en el Giro, tres en la Vuelta, cuatro en la Vuelta al País ... Vasco y triunfos en la París-Niza, Tirreno-Adriático, Volta, Semana Catalana, Milán-Turín… Sólo Anquetil, Hinault, Gimondi, Merckx, Nibali y él han ganado las tres grandes vueltas. A ese currículo une una reluciente ristra de etapas legendarias, de montañas donde queda para siempre grabado su estilo agresivo, valiente, rebelde e «inconformista», la palabra con la que le gusta definirse. Sostenido por su carácter determinado, Contador ha sido el ciclista que soñaba ser, algo que parecía tan improbable en la plaza de Pinto donde un crío flaco y travieso se gastaba la paga de los domingos en trigo para las palomas. Si a un rebelde le dan un papel lleno de instrucciones, coge el bolígrafo, le da la vuelta a la hoja y escribe su propia historia por detrás.

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La rampa final del Angliru, su última cuesta, basta para resumir a Contador. Todo en contra: el viento, la brutal inclinación de la carrera, la rueda trasera que patinaba, la quemazón de los músculos, el dolor absoluto y el aliento en la nuca de Poels y Froome, que se acercaban. A esa altura de la agonía el cuerpo no llega. Ahí solo pedalea la cabeza. La ambición, el orgullo, esa pizca de soberbia que distingue a los grandes. Las ganas de ganar por él y por su público, que le adoraba. Contador subió el Angliru con el mismo espíritu con el que corrió su primera carrera, allá en Barcarrota, el pueblo extremeño de sus padres. El paisaje de aquel verano con 13 años.

Eran las fiestas y había competición de bicis en el campo de fútbol, de tierra. Alberto, inquieto, niño silvestre, andaba por allí con la bicicleta de uno de sus tíos. Lo vio por casualidad. Vaya, carrera. «¿Puedo apuntarme?». Alguien asintió. Soltó el bocadillo y se tiró a la arena. Salió el último y llegó el primero. Fue su triunfo más fácil. A partir de ahí todo se le puso cuesta arriba. Estaba destinado a ser escalador.

Para ganar el Tour 2009 tuvo que correr contra su propio equipo

El resto del año lo pasaba en Pinto, afueras de Madrid. En un piso pequeño. Padres y cuatro hijos; el pequeño, Raúl, con parálisis cerebral. Ni sabe que su hermano Alberto ha sido ciclista. En casa había que pelear por todo. Por la litera de arriba, que se la quedaba siempre Fran, tres años mayor. Por el mando a distancia para ver otra vez 'El hombre y la tierra', los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. El lobo. Vida indómita. Alberto quería ser veterinario. Y quiso tener un perro. Pero, ¿dónde? No había sitio en el menudo apartamento. Así que tuvo pájaros. «Al principio, canarios, pero son como gallinas. Son mansitos. En cambio, los jilgueros son salvajes. Me gusta más su canto», contó. Crió jilgueros. Alas libres.

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Durante el Tour de 2009, el segundo que ganó, Lance Armstrong quiso enjaularle. El americano había vuelto de su jubilación y, en complicidad con el director belga Johan Bruyneel, se había adueñado del Astana, el equipo de Contador. «He tenido que disputar dos carreras, una en la carretera y otra en el hotel», denunció el madrileño. Armstrong trató de atarle, de intimidarle. En vano. «No me veo de gregario de Lance», avisó. En la subida a Verbier se arrancó el pinganillo de la oreja, desobedeció a Bruyneel y machacó a Armstrong. Nadie había derrotado hasta entonces en el Tour al tejano. Contador enterró su era. Reclamó su tiempo. Lo conquistó a pulso. Empecinado. Como cuando años atrás no dejaba de pedir en casa una bicicleta. Quería salir a rodar con su hermano Fran, con los de la peña cicloturista de Pinto. Y nada. Tuvo que esperar a que Fran acabara el bachillerato y le compraran otra bici para heredar la vieja 'Orbea' con los cables por fuera. Para Alberto fue el mejor regalo. La llave del futuro.

Le llamaban 'Pantani'

Los niños saben adaptarse a la economía de subsistencia. Agarró unas mallas y las convirtió en su culotte. Le cortó la punta a un par de calcetines y así se hizo unos manguitos. A Paqui, la madre, le pidió que le cosiera unas hombreras en el pantalón, a modo de badana. Vaya pinta. Fran, claro, no quería que su hermano saliera con él a pedalear. Hasta que un día el mocoso le dejó atrás, a él y a sus amigos, todos impecablemente equipados. Al chaval enseguida le llamaron 'Pantani'. Levitaba en las cuestas. Jilguero.

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Buscó su propio cielo abierto. Ave migratoria. Le habían dicho que para ser ciclista tenía que ir al norte, como su amigo Jesús Hérnandez, que corría en el Iberdrola guipuzcoano, filial del equipo ONCE de Manolo Saiz. «Nunca hay que rendirse», repite Contador. Se ofreció por teléfono al director del Iberdrola. Pidió una oportunidad. Deslumbró. Y cada fin de semana se subía a un coche en la estación de Atocha con otros tres aspirantes a ciclista para viajar a Euskadi. Bajaban las cuestas en punto muerto para ahorrar gasolina. Con 18 años, Alberto lo apostó todo en aquel sueño tan improbable. Tan convencido él.

En acción. Durante la 'crono' del Mont Saint-Michel, 2013. reuters

Tras batir en 2010 a Andy Schleck en el tercer Tour que ganó -el que no figura en su palmáres- un control antidopaje detectó la presencia de clembuterol en su organismo, un dopante. De repente, era un maldito, otro más empantanado en la ciénaga del ciclismo fraudulento. Reaccionó como siempre: no lo admitió, se rebeló. Le quemó por dentro la rabia. La vergüenza por una trampa que juró no haber cometido. Se desesperó. Pasó semanas viendo la tele hasta la madrugada para evitar quedarse a solas en la cama con su depresión. Hasta perdió pelo. Cumplió la sanción. Se levantó y recuperó su talla. «Para mí era una cuestión de honor», dijo entonces. «Mi hijo no nació con una cuchara de plata en la boca», recordó una vez su madre. Nunca fue fácil. Más que ciclista, Contador ha sido saltador de vallas. Fuera y dentro de la carretera.

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«Alberto era un niño nervioso e imaginativo», contó Paqui durante un Tour. De los que metían los dedos en los enchufes, de los que se fabricaban sus propios juguetes. «Tenía mucha fuerza de voluntad». Por eso, aunque era por genética escalador se hizo contrarrelojista. De hecho, su primer triunfo es la 'crono' de la Vuelta a Polonia de 2003. Y con esa voluntad salió pedaleando del apagón en la Vuelta a Asturias de 2004. Se había desmayado en plena carrera. Un cavernoma del tamaño de una frambuesa le había bloqueado el cerebro. Pasó por el quirófano, recayó. Le cosieron la cabeza con 70 grapas y le salvaron la vida. Eso sí, los médicos le recetaron tranquilidad, nada de ciclismo. Su fe volteó ese pronóstico. Unos meses después ya pedaleaba y en la primera carrera de la siguiente temporada, el Tour Down Under, ganó la etapa 'reina.'

Ese carácter que le levantó de la camilla en 2004 le sirvió para cambiar el diagnóstico de la Vuelta a España 2012, cuando en una cuesta anónima, la collada de la Hoz, sorprendió a 'Purito' Rodríguez y le propuso una etapa suicida camino de Fuente Dé. 'Purito', líder entonces, se arrugó. Contador se atrevió y le quitó esa Vuelta. «Más que por mis triunfos, sé que los aficionados me recordarán por etapas como la de Fuente Dé», agradece. O la del Galibier, o la de Verbier, o la del Angliru. Rebeldía es sinónimo de creatividad. Él engrandeció esas montañas.

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Contador era garantía de ciclismo espectacular. Heredero de maravillosos locos como Bahamontes, 'Julio' Jiménez, Fuente y Ocaña. No es fácil compararle con Induráin, vencedor de cinco ediciones del Tour y con un palmarés más extenso. El navarro fue casi perfecto, una máquina exacta sin apenas altibajos. La mayoría de sus triunfos fueron quirúrgicos, construidos en la soledad de la contrarreloj. Contador tuvo que inventar distintos caminos hacia la victoria. En él hay instinto, inspiración, aventura, pasión y ese punto de inconsciencia necesario para las gestas. «Siempre me ha gustado saltarme el guion de las carreras», decía.

«Nunca he corrido para acabar segundo en el podio»

Su primera bicicleta no era suya; la heredó de su hermano. Vieja, gastada. «Cuando los otros chavales me veían con ella, con rastrales, se reían. Luego llegaba la cuesta y los dejaba atrás», recuerda Alberto Contador. Tenía un miedo: pinchar. «Cada cámara de repuesto costaba 375 pesetas... Ufff». No olvida ese precio. En casa no sobraba ni una peseta. Todos vivían para uno de los hermanos, con discapacidad psíquica. Si Alberto iba a ser ciclista, tenía que ser bueno. El mejor. Así se forjó: «Nunca he terminado una gran vuelta en el podio si no he sido primero. No me valía ir a rueda para acabar segundo».

Contador comenzó a recoger la recompensa a todo en la etapa de Plateau de Beille, en el Tour de 2007. Fue una jornada mayúscula, antigua, descosida. A recordar. El madrileño corría con el maillot del Discovery, el equipo de Lance Armstrong, que entonces estaba jubilado. El tejano vio aquella subida desde su casa y brincó. No dejó de llamar por teléfono a Johan Bruyneel, el director de la escuadra. Emocionado por los ataques de aquel chaval sin miedo. En Plateau de Beille sólo habían ganado dos: el ídolo de Contador, Pantani, en 1998, y Armstrong, en 2001 y 2004.

El joven madrileño emuló al tejano. Se dejó caer a una esquina del grupo. A mirar. Mirada intensa. Sin miramientos. Repartió tortas con Rasmussen, el líder. Su oficio era la guerra, nunca la tregua. Sacó el ADN del niño-escalador de Pinto del que pronto dejaron de reírse los otros chavales. A cada ráfaga, caía un rival: el penúltimo fue Evans. El madrileño se quedó solo con Rasmussen. Bruyneel pactó el reparto: para el danés, el Tour, y para Contador, la etapa. Rasmussen dijo que sí y luego no cumplió. Quiso la cima. Contador lo ejecutó allí mismo. Un día después, en el Peyresourde, puso al líder contra las cuerdas. Y al poco, tras la etapa del Aubisque, Rasmussen fue expulsado. De repente, adelantándose al futuro, el escalador de Pinto iba a recoger su primer Tour. En 2007.

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