![Contador se arranca el pinganillo](https://s3.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/06/23/tour-contador-kO0E-U200616736974jRD-1200x840@El%20Correo.jpg)
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Cuántos Tours ganó Contador en 2009? Dos. Uno en la carretera y otro, en la guerra interna de su propio equipo, el Astana, donde Lance Arsmtrong, que había vuelto de su jubilación, reclamaba el liderato. El ciclista madrileño venció en aquella edición sin ser el ... líder de su escuadra. Hay pruebas: no tuvo coche para trasladarse a la salida de la contrarreloj de Annecy, la decisiva, porque su vehículo viajaba hacia el aeropuerto en busca de la novia de Armstrong. A la salida tuvo que llevarle su hermano Fran. El arrinconamiento de Contador había empezado antes, en el prólogo de Mónaco: «Para mí no quedaban las mejores ruedas. Sé que parece imposible, pero me las tuve que comprar yo», confesó meses después. «He disputado dos carreras, una en la carretera y otra en el hotel». Así resumió aquel Tour que tuvo que ganar desobedeciendo las órdenes de Johan Bruyneel, director de su equipo y amigo íntimo de Armstrong.
Esa revuelta esperó hasta la decimoquinta etapa, con meta en la estación de esquí de Verbier, en Suiza. No fue, precisamente, terreno neutral. Más bien, escenario de una guerra civil en el Astana.
La revolución de Contador esperaba agazapada en un giro a 5,5 kilómetros de la cima. Una curva con forma de látigo. ¡Chasss! Contador lo empuñaba. Llevaba el Tour dos semanas anclado en el sillón de Armstrong. A su ritmo. Lento, caducado, sentado en la butaca, con el madrileño bien amarrado. Y llegó ese palmo de asfalto. El escalador de Pinto se levantó. La mirada alta. Estatura de mito. Hormigas en las piernas. Ganas. Ríos de rabia acumulada. Hervían los grandes ojos negros bajo sus párpados. Danzaba feliz y ya solo sobre los pedales. Sin escuchar las órdenes de su director: el pinganillo colgaba inútil, servía sólo de adorno al ágil vaivén de su pecho. ¿Qué le iba a decir Bruyneel? ¿Que esperara a Armstrong? De eso, nada. No se puede detener ni a la historia ni al tiempo. Andy Schleck salió a por él. Y no pudo. Armstrong ni eso. Ojos redondos de calavera. El americano se topó con lo que no esperaba, con el único ciclista que iba a derrotarle en el Tour. A enterrarle definitivamente. Ese día en el podio, Contador cambió su maillot del Astana por el amarillo. Le sentaba mejor.
«Alberto es el mejor de este Tour: No se puede negar la realidad. Estoy orgulloso de ser segundo tras él». Eso dijo en la cima la voz de ultratumba de Armstrong. Le hablaba al suelo. Nunca había dicho algo así. Invencible hasta esa tarde. Ni la experiencia, ni su poder mediático, ni tener a todo el Astana a su servicio le habían bastado para doblegar a Contador. Armstrong resurgió del cáncer, construyó una fantástica historia de siete Tours y luego, después de tres años jubilado, volvió a por el octavo. Se comprobó una vez más camino de Verbier: Kloden tiró del americano cuando Contador ya viajaba solo por delante. La traición íntima del Astana. Y esa traición engrandece aún más la victoria del madrileño. En solitario. Así corrió, así entró. Pistolero. Tras 15 etapas sellando con el dedo sus labios, sin quejarse pese a tanto desplante de Armstrong, desenfundó. Cargó la mano y, con ese gesto que etiquetaba todas sus victorias, disparó. El tiro de gracia para Armstrong.
Sopló sobre el dedo índice que hacía de cañón. Sopló sobre las cenizas del americano. A Armstrong, la realidad acababa de presentarle a su verdugo. Su época quedaba cancelada. Era el tiempo de Contador: el ciclista que derrotó al intocable. Y lo hizo en una etapa para la memoria. Sobre el mejor escaparate: los educados Alpes suizos, decorados por desfiles de viñedos a capas en las colinas verdes. En un paisaje intacto.
El Tour 2009 había llegado a la salida de aquella etapa con cuestiones por resolver. Pero se iban a acabar pronto. El Astana de Armstrong coleccionó aliados: el Liquigas, el Milram... Parecía otro día condenado a sentarse en la butaca, sin guerra, al ritmo que le interesaba al viejo Armstrong, el engatusador, el campeón resabiado que quería ponerle un bozal a Contador. Mil mañas. Mil declaraciones para enredar al madrileño. Pero en Verbier el Tour dejó de jugar al escondite. El Saxo Bank de los Schleck espolvoreó dinamita en los dos primeros kilómetros de la subida. Mecha. Cancellara la prendió. Seguid la cruz blanca, el símbolo suizo. Los jadeos dejaron de ser en voz baja. Ya no valía fingir. Armstrong, el campeón que se había salido de su tiempo, vigilaba la rueda de Contador. Mejor así. Así vio mejor cómo se le iban el madrileño y el Tour. Los dos juntos. Unidos ya.
Fue en esa curva de látigo. La montaña se le cayó encima a Armstrong. Grogui. Se le vieron arrugas sobre el retrato de lo que había sido. Ya no lo era. Contador animó al resto. También dejaron atrás al americano los Schleck, Nibali, Wiggins, Sastre y Evans. Contador les enseñó el camino. La rebeldía. No se puede ganar el Tour sentado. En la cima, el escalador de Pinto aventajó en 43 segundos a Andy Schleck y en un minuto a Nibali, Frank Schleck, Wiggins y Sastre. Armstrong perdió minuto y medio. La distancia que había entre dos eras: la de Contador y la que quedó sepultada en esta montaña suiza. Se notó en la cima. Por primera vez el nido de fotógrafos apartó a Armstrong y gritó «Alberto, Alberto». Querían una sonrisa suya. Amarilla. La del nuevo rey. Aunque ni así, tres etapas después de su gesta en Verbier, le iban a dejar en su equipo un vehículo para trasladarse del hotel a la salida de la contrarreloj de Annecy. Armstrong seguía al mando del equipo de Contador, líder de todos menos del Astana.
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