Cada vez que se rasca en la memoria del Tour sale un relato, como el de Pra-Loup, un puerto sin más de los Alpes del sur. La Grande Boucle pasó por allí en 1975 y desde aquel verano es una montaña inolvidable. En esa ... cima cayó derrotado el imbatible Eddy Merckx ante el francés Bernard Thévenet. Y entonces eso parecía imposible.
Publicidad
Algo de milagro sí que tiene la historia del ciclista que tumbó a Merckx en el Tour. La cadena empezó a rodar en la iglesia de Saone-et-Loire, un racimo de casas en la Borgoña francesa. Era una mañana de julio de 1961 y, claro, había misa. Cita obligatoria para la chavalería. Pero aquel día el culto tenía un rival, una tentación. A la hora el oficio pasaba por el pueblo el Tour. Patrimonio nacional. Eso no se toca. Sagrado. Y el cura, previsor, varió el horario de la misa: la adelantó para que los vecinos no tuvieran que elegir entre el cielo y el ciclismo. Así vio por primera vez el Tour el hijo de los Thévenet. Tenía 13 años, edad para creer en los milagros, en las apariciones. Ahí lo descubrió: «El brillo del cromado de los rastrales, de las bicicletas», recuerda. Milagro al salir de misa: al pequeño Bernard le había llamado la vocación. El verdugo de Merckx ya estaba en marcha.
Y eso que el padre de Bernard no pensaba en las piernas de su fuerte hijo, sino en sus manos. Las necesitaba para la granja. Al chaval, el Tour le cambió la biografía. Hasta ese domingo creía que su bicicleta, heredada de su hermana, era sólo para ir a la escuela. Decidió probar en una carrera. Lo hizo en secreto, sin decir nada en casa. Pero una breve nota en el periódico local le descubrió. Allí leyó el señor Thévenet el nombre de su hijo, destacado en aquel bautizo como ciclista. Bronca en casa. Niño desobediente. El castigado Bernard, moqueando su rabia, convenció al presidente del club ciclista del pueblo para que hablara con su padre. Lo hizo. «Venga con su mujer a verle correr. Sólo una vez. Y luego decida». Bernard ganó aquella carrera, quizá la más decisiva de vida, la que inició el viaje a sus dos triunfos en el Tour, 1975 y 1977, y hacia un honor aún mayor: acabar con el que nadie había podido antes, Merckx.
Desde 1969, el 'caníbal' belga había mandado a su antojo en el Tour. Tenía cinco y quería el sexto, uno más que Anquetil, mito francés. Thévenet, otro galo, lo impidió. Aunque tuvo que mediar un golpe torcido de la fortuna. Un milagro al revés. Merckx se paseaba de nuevo por el Tour'75 cuando en la etapa que acababa en el volcán del Puy de Dôme un espectador le metió un puñetazo en el costado. Merckx era un ogro. Le temían. Le odiaban. El belga cruzó la meta, descendió hasta donde estaba el agresor y le identificó. Fue arrestado. Pero el daño estaba hecho, clavado dentro. Las cámaras filmaron a Merckx doblado bajo su maillot de líder.
Publicidad
Dos días después, 13 de julio, la Grande Boucle recorría 217 kilómetros y cinco puertos de los Alpes. Thévenet, segundo en la general a 58 segundos de Merckx, le atacó en la primera cuesta: seis demarrajes en las rampas de Champs. A todos respondió el líder, pletórico, sin rastro del puñetazo. Hasta remachó al francés en la cima. Que quede claro. Ese Tour también era suyo. Iba a ser el sexto. Y lo hubiera sido si unos años atrás el cura de Saone-et-Loire no hubiera cambiado el horario de la misa por el paso del Tour.
«¡Merckx va muerto!»
Esa carambola puso a Thévenet allí, en aquella etapa que ya volaba en el descenso del col de Allos, una serpiente de asfalto entre barrancos. Merckx quiso torturar ahí al francés. El belga era un equilibrista, un suicida con temple. Casi nadie podía seguirle tampoco cuesta abajo. Al acabar ese descenso, Merckx le sacaba más de un minuto al atribulado Thévenet. Sólo quedaba ya la subida a Pra-Loup, un puerto desconocido y menor. El mito belga acariciaba el sexto Tour. Y, de repente, a cuatro kilómetros de la meta le cambió la cara, se le arqueó la chepa, se ralentizó. Rostro lívido, gacho. Pedaleaba como un zombie. Pagaba los derroches y, dicen, empezó a notar el efecto de la medicación que llevaba días tomando por el puñetazo en el Puy de Dôme. Para que Merckx perdiera un Tour hacía falta un milagro, un golpe del azar. «¡Merckx va muerto!», le azuzaron a Thévenet. Le atrapó a 2,5 kilómetros de la cima de Pra-Loup.
Publicidad
Así narra el ciclista francés aquel momento: «¡Manda huevos! Cuando le doblé sólo pensaba en tirarme hacia la parte derecha de la carretera. El asfalto estaba derretido por el calor y si él cruzaba de su lado al mío, se le pegaría la rueda. En eso pensaba. No sabía que en ese momento yo estaba entrando en la historia. El problema con Merckx es nunca podías darle por muerto. Nos daba miedo». El Tour, boquiabierto, asistió a una ceremonia insólita: la conversión de un dios en humano. Merckx, clavado sobre la brea derretida. Inmóvil, ahogado en aguas movedizas. Merckx, el intocable, derrotado por un francés al que un cambio de horario en la misa dominical le descubrió la magia del Tour. Thévenet llegó a Pra-Loup con casi dos minutos sobre la nueva versión de Merckx; con tiempo suficiente para ganar aquel Tour, el que no fue el sexto de Merckx.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.