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Hay palabras que pierden su significado en el Tour. 'Descanso', por ejemplo. El ritmo de la caravana no para ni antes, ni durante, ni después de las etapas. Ni siquiera los dos días de descanso son tales. Los ciclistas salen a rodar un par de ... horas en esas jornadas de tregua. Tampoco los auxiliares del equipo disponen de una pausa. Su horario de descanso se parece mucho al de una etapa. Madrugar, prepararlo todo, atender a los corredores, repasar las bicicletas y dejar las cosas listas para el día siguiente. Masajistas, directores, mecánicos, médicos, preparadores, osteópatas, cocineros, encargados de las relaciones con la prensa... Nadie para nunca durante el Tour. La ronda gala funciona como una bicicleta: si dejas de pedalear se cae.
Los equipos son como un hormiguero. Un montón de obreros viven para la reina, que aquí son los ocho ciclistas. Se les trata como a gladiadores. Que no les falte de nada antes de saltar a la arena. Desde la mañana, desde que se levantan y el médico les toma la tensión y el peso, están atendidos. Sus habitaciones han sido aseadas, sus maletas transportadas, su ropa lavada, sus bicicletas revisadas, su comida elaborada con mimo, sus músculos masajeados... Entre veinte y treinta personas se ocupan de ellos. El único trabajo de los ciclistas es pedalear. Ya es bastante.
Las jornadas de descanso son simplemente una breve parada para tomar impulso. De hecho, son días peligrosos. La tregua no le sienta bien a todo el mundo. Algunas de las grandes historias del Tour se escribieron en las jornadas de descanso. Eso sucedió en 1964, en el que, dicen, fue el mejor Tour de la historia, el que Anquetil le ganó por los pelos a Poulidor. Aquel día de descanso tuvo sede en Andorra. Una radio local organizó una barbacoa. Anquetil andaba esa mañana asustado. Era supersticioso. Y le rondaba por la cabeza una predicción del mago Bellini, entonces muy famoso en Francia. Bellini había profetizado que un corredor moriría en la etapa siguiente. Fue más allá: «Su apellido empieza por 'A'». Anquetil no pegó ojo. Geminiani, su director, quiso animarle y se lo llevó a una barbacoa. Ahí, según algunos testimonios, el astro galo se hinchó a cordero y sangría. Según Geminiani, ni probó la carne.
El caso es que al día siguiente sus rivales vieron en los periódicos a Anquetil con una pata de cordero en la boca. Se sintieron ninguneados. Se vengaron. Nada más salir cuesta arriba hacia Envalira, Poulidor, Julio Jiménez, Bahamontes y otros se largaron. Anquetil, roja la cara, sin dormir por sus miedos, perdía cuatro minutos en la cima. Geminiani se le acercó con el coche y le llenó el botellín con champán. «Con esto, o les coges o te matas». La profecía de Bellini. El descenso estaba entre tinieblas, oscuro, con la nube ocupando la carretera. La mayoría bajaba a tientas. Vieron pasar a un loco, un suicida. A Anquetil, que no se mató, que atrapó a Poulidor y ganó aquel inolvidable Tour.
Unos años después, Merckx también rentabilizó una jornada de descanso, la de 1971. Ocaña le acababa de humillar en la cima de Orcières-Merlette. El 'caníbal' estaba en la general a nueve minutos del conquense. Merckx no sabía resignarse. Dedicó la jornada de descanso a planificar su remontada. Y tenía que empezar desde el primer kilómetro. La etapa siguiente era un largo descenso desde Orcières hasta Marsella. Merckx ordenó a sus gregarios montar unas catalinas más grandes en sus bicicletas para volar así cuesta abajo. Se colocaron en la primera fila de la salida y, mientras Ocaña firmaba autógrafos como líder en la cola del grupo, los belgas aceleraron antes incluso de que se diera la salida oficial. La persecución duró 250 kilómetros. Merckx recuperó sólo dos minutos, pero le recordó a Ocaña que no había ganado aquel Tour. No lo ganó. Dos días más tarde, el español se cayó en la bajada del col de Menté.
Las jornadas de descanso también han servido en tiempos más recientes para actividades menos legendarias. Tyler Hamilton relató cómo en 2004 el médico español Eufemiano Fuentes le sometió durante ese día de asueto a una transfusión de sangre que casi le mata. La bolsa estaba mal conservada, llena de glóbulos rojos muertos. Hamilton se sintió mal: frío y calor. Se asustó al ir al baño y orinar negro. En los días de descanso nadie para quieto.
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