No cabía un alfiler en las vallas que separaban el mundo del Tour, de los ciclistas, que atravesaron un pasillo humano entre gritos, silbidos, aplausos, muestras de ánimo y cariño, que devolvieron en forma de sonrisas, saludos y hasta reverencias. La gente les hacía fotos, ... grababa vídeos, y algunos de ellos también montaban móvil en mano. El primero en hacerlo fue Rigoberto Urán, del Education First, quien inmortalizaba el momento con un 'selfie' del recorrido camino del Guggenheim en el que se veían miles de personas clavadas a ambos lados de la carretera. «¡Eres un fenómeno!», chillaron al colombiano. Él reía, sin apartar la vista de la pantalla y de lo que había por delante, un mar de gente que se bañaba en el aroma del Tour. Un perfume del que se impregnaron todos los que se acercaron a Abandoibarra para asistir al acto de presentación de una carrera que va más allá del ciclismo, un patrimonio mundial sostenido por dos ruedas y pasión de millones de aficionados.
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Antes de que los corredores hicieran acto de presencia, con la puntualidad de un relojero suizo cuando las agujas marcaron las seis y media de la tarde, los alrededores del gigante de titanio se habían convertido en una caja de magia. Tiendas ambulantes, música, bailarines, pantallas de televisión, megafonía, orquestas, bicis y triciclos enormes, maillots, ruido, pasión, banderas, nervios y rostros conocidos, de esta y otras épocas, todos ellos conectados por el amor al ciclismo. Y por la curiosidad, por ver lo que la inmensa mayoría jamás había visto, la Grand Départ. En Bilbao, la capital del mundo, el epicentro de una emoción compartida. «Esto se transmite en 190 países, ¿no? Pues con eso está todo dicho», reflexionaba Mikel Artexe, exEuskaltel. «Está todo muy bien organizado. Esto es el Tour y la ciudad está a la altura. Ahora se trata de que la afición acuda en masa a ver la salida y las etapas. Creo que la gente aún no se da cuenta de lo que significa que el Tour salga de aquí. Después de los Juegos Olímpicos, el evento con más repercusión es esta carrera», afirmó el vizcaíno.
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B. Vergara | C. Nieto | S. Cantera
A unos metros, la Grande Boucle vendía su marca. Camisetas emulando maillots, entre 10 y 100 euros; los muñecos de la ronda gala, 25; los llaveros, 10; las tazas, también 10; una bolsa, 3. De las furgonetas oficiales llamaban en inglés y francés a hacerse con un recuerdo. Lucas, de cuatro meses, tenía el suyo. Un pañuelo conmemorativo atado al cuello, mientras pataleaba contento en su carrito de bebé. «Es su primer Tour, y no será el único», prometieron sus padres, administradores de su primer 'veneno amarillo'. Las gorras naranjas del Euskaltel dominaban el techo de la expectación. Una marea que recordaba a otros tiempos, reverdecidos cuando Roberto Laiseka apareció encabezando al equipo Ineos. Ruido y aplausos, cuyos ecos venían de la alta montaña y décadas atrás.
«El ambiente es magnífico, aunque esperábamos más gente», comentaba José Luis Aramburu, acompañado por su mujer Maripili. «Es nuestra primera vez en el Tour. La Vuelta ya la he visto. De hecho. estuve cuando llegó al campo de fútbol de San Ignacio», a mediados del siglo pasado. «Esto es muy bonito», añadió su esposa, quien sonreía al ver a su marido con la gorra naranja. A su lado se amontonaban maillots de Euskaltel, Ineos, Alpecin, UAE, Trek, Jumbo... y Ezkerraldea. Había hueco para gigantes y pequeños. El paraguas del ciclismo es infinito.
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Al igual que la paciencia de Miguel Induráin, una leyenda que no paró de sacarse fotos y de atender a los admiradores. A todos. No daba abasto, pero la sonrisa seguía en su sitio. «Lo llevo bien. La gente que ha venido aquí es apasionada del ciclismo. El ambiente es espectacular, y eso que acabo de bajarme del coche. En Bilbao hay mucha afición y la ciudad sabe organizar eventos», regaló elogios el cinco veces ganador del Tour. Joane Somarriba tiene tres, una pionera, una mujer cuyas huellas sirvieron a otras para llegar a meta. «Estoy feliz, encantada. Me han puesto un pinganillo por el que me van a dar órdenes», reveló la de Gernika, que se encargó de llevar hasta el plató al equipo Bahrain, de Mikel Landa. Ella abría el camino, como hace décadas, y él le seguía con la txapela puesta. «Lo hago sin presión -aclaró la vizcaína- y no como hace 22 años, cuando me tocaba salir con el 1. Ahora se trata de disfrutar de Bilbao, que es fantástico». No dejaba de sonreír. Nunca.
A unos metros de la campeona, el pequeño Iker hablaba por los ojos. Le acompañaba su madre, Marian, que se aficionó a las bicis «hace un año» precisamente por su hijo. «Le encantan». El pequeñín enseñaba la suya, verde, brillante. «Estuvimos en el circuito de Getxo y nos encantó. Pero esto... esto es otra cosa. El ambiente es fabuloso». No podía estar más de acuerdo el histórico corredor bilbaíno Iñaki Gastón, quien encabezó al Total Energy. Vestido de época, con su Pinarello roja de 1985, se rindió al lugar elegido para la Grand Départ. «Es difícil encontrar un sitio tan bonito como este para la salida», afirmó el ex de Reynolds, KAS, Kelme, Mapei...
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A las 18.30 apareció el Bahrain de Landa. Empezó a llover. Pocos paraguas y muchos chubasqueros. La gente aguantó. El Tour quedaba oficialmente bautizado.
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