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A puñetazos con un manifestante durante la París-Niza de 1984. E. C.
Bernard Hinault, el bretón que intimidaba
Faltan 40 días para el Tour

Bernard Hinault, el bretón que intimidaba

Cinco veces ganador del Tour, fue un campeón de dientes apretados y orgulloso que «reaccionaba más como un boxeador que como un corredor»

Lunes, 22 de mayo 2023, 00:31

La de Bernard Hinault es la historia de una mirada. El domingo 2 de mayo de 1971 nada hacía sospechar que aquel joven adolescente, ciclista debutante, iba a ganar cinco veces el Tour, tres el Giro, dos la Vuelta, más el Mundial y la mayoría de las clásicas. Nada, salvo quizá aquella mirada. Pocos conocían que sólo tres días antes había sacado su licencia en el club ciclista Brionchin. Y sólo su madre sabía que mientras desayunaba para ir a su primera carrera le había prometido las flores del ganador. Hubo un ramo en la mesa de la cena. Aquella mirada tan determinada.

Hinault nació el 14 de noviembre de 1954 en Yffinac, junto a la costa bretona. Iba cada mañana a la escuela de Saint-Brieuc. En bicicleta. Cuentan que a su primera bici tenía que subirse con la ayuda de un taburete. Y dicen que siempre esperaba a cruzarse con algún ciclista en el trayecto hasta Saint-Brieuc para desafiarle, para dejarle atrás en los repechos. Sin conocer a mitos franceses como Bobet o Christophe, acabó por dejarlos atrás y situarse a la par del mejor, Anquetil.

Ya profesional, se puso al frente de una manifestación de ciclistas en el Tour, en protesta por los desplazamientos y los dobles sectores que impedían descansar a los corredores. Aquella imagen le mostró al mundo: un debutante en la primera fila del plante que hizo tambalearse a la ronda gala de 1978, vestido con el maillot tricolor de campeón francés y definido por el filo de su enhiesto mentón. Ganó aquella edición, la primera que corría.

Siempre de cara. Zumo de amor propio. Nació para ganar, adicto a la victoria. Más que el ciclismo le gustaba vencer. Nunca compitió por el dinero o la gloria. Sólo por el triunfo. Cuando le preguntaban qué sentía al cruzar el primero un puerto, respondía: «Dolor. Me dolían las piernas. Pero sabía que a los otros aún les dolían más». Batirles era su meta, como cuando de crío se 'picaba' con algún ciclista camino de la escuela.

Tuvo una relación tirante con su deporte. Lo vivió desde la oposición. En su primera París-Niza atacó a Merckx. Suya es esta frase: «Eddy tiene dos piernas, igual que yo». Despreciaba el rumor de los tubulares sobre el pavés y llegó a calificar de «circo» a la gran carrera belga, el Tour de Flandes, pero no quiso que nadie le tachara de cobarde y le dedicó un día a ganar la París-Roubaix, el templo de los cantos rodados. En 1982, con el triunfo en aquel Tour ya en la mano, se columpió en el hilo de alambre del sprint final en los Campos Elíseos. ¿Por qué ese riesgo innecesario? Para que nadie dijera que había vencido en la Grande Boucle sin ganar una etapa: batió a todos los velocistas frente al Arco del Triunfo. La suya es la mirada del coraje, la cualidad que le dio el palmarés más cercano al de Eddy Merckx.

Hinault fue un héroe para Francia. Símbolo del orgullo nacional. Con 20 años, en su primera campaña profesional, le dio con la puerta en las narices a su director en el equipo Gitane, Stablinski, un mito entonces. En 1977, ya a las órdenes de Cyrille Guimard, recuperó las clásicas para el débil ciclismo galo: venció en la Gante-Wevelgem y la Lieja-Bastogne-Lieja. Esa misma temporada, las televisiones le vieron caerse en el descenso del col de Porte, durante el Dauphiné Libéré, para luego levantarse y ganar en la meta de Grenoble. Ya había sucesor para Anquetil. La opinión pública francesa clamó para que debutara en el Tour. Pero Guimard le retuvo. Aún era demasiado joven. «Cuando Bernard vaya al Tour, será para ganarlo», avanzó el técnico galo. Debutó en la Grande Boucle un año después, en 1978. Guimard tenía razón: lo ganó.

Ciclismo cuerpo a cuerpo

Desde ese momento sólo las lesiones de rodilla le frenaron. Aparte de los otros cuatro Tours que hizo suyos, de las tres victorias en los tres Giros que corrió o de sus dos Vueltas a España, Hinault congeló instantes gloriosos en la historia de este deporte. A su estilo: cuerpo a cuerpo, con furia en las piernas, hostigando con su mirada, corriendo como enfadado, como alimentándose de rabia.

El de 1980 fue uno de los capítulos más densos de su dictadura: victorias en el Giro, el Tour y el Mundial. Tremendo. Dos años después repitió en las rondas gala e italiana, igual que en 1985. Era un corredor versátil, total: el mejor contra el 'crono', como avalan sus triunfos en el G. P. de las Naciones; resistente y empecinado como ninguno en la montaña, y hasta capaz de superar a De Vlaeminck, De Wolf, Raas y Kelly en el sprint de la Amstel Gold Race.

Incluso decidió su propio destino. Con 28 años, cuando aún le faltaban victorias y decepciones en el Tour, anunció que se retiraría a los 32 años, que su futuro estaba en la granja. Cinco días antes de cumplir los 33, reunió a 15.000 personas en un ciclocross cerca de su casa y cumplió su palabra. La de Hinault. Su gran director, Cyrille Guimard, decía que el motor de Bernard era «el orgullo». «Reaccionaba más como un boxeador que como un ciclista». Así, con los puños cerrados, intimidó a toda una generación de rivales. Vivía para el combate. Asustaba. «En la mesa, los ciclistas veteranos callaban cuando él hablaba. No se reían ni cuando Bernard hacía una broma», contó Laurent Fignon.

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