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Egan Bernal levanta el león, el peluche que le regalan al líder. No lo venden. Hay que ganárselo. Es el juguete del dueño del Tour. Bernal, rostro infantil, juega con la mirada desde el podio de Val Thorens. Graba lo que ve. Jirones ... de nieve. Crestas de roca. Banderas de Colombia. Las lágrimas de su padre, Germán. Acaba de ganar la Grande Boucle con 22 años. Sonríe con agua en los ojos. «Iba descontando los kilómetros, uno a uno... Y cuando Geraint (Thomas) me ha dado la mano en la meta he sentido que el Tour era mío», contó. Como despertar tras la noche de Reyes. El maillot es su regalo amarillo. Hace nada se divertía con su bicicleta por las cuestas de Zipaquirá, a casi 2.700 metros de altitud. Y aquí, tan arriba, los Alpes acaban de asistir al bautismo del nuevo portento del ciclismo mundial. En cien años no ha habido un ganador más joven. Es el principio de su era. «Ufff. Todavía no lo asimilo». Lo que de niño le parecía imposible se abre paso. A saltos.
En la etapa más breve bastó el último kilómetro de Val Thorens para contar todo el Tour. La victoria fue para el mejor de la fuga, Vincenzo Nibali, que se acercó al techo de esta cima alpina para señalar al cielo, a su abuelo. Y el Tour es ya de Egan Bernal, que conservó sin titubear su ventaja, y entró abrazado a Geraint Thomas, el vencedor hace un año. Como si el galés le hubiera dado el relevo en esta carrera que parece propiedad privada del Ineos (antes Sky). Siete victorias en ocho años. Abrumador.
A Bernal le escoltarán en el podio de París Thomas y Kruijswijk. Landa termina sexto, a unos segundos de Alaphilippe, que claudicó y cedió su plaza en el cajón parisino. Ese kilómetro final también vio al Movistar ejecutando de nuevo un plan caótico. Es la paradoja del mejor equipo del Tour. Quintana y Soler atacaron en lugar de tirar de Valverde y Landa para acercarles a Nibali. El murciano terminó segundo en Val Thorens y el alavés, tercero. Como fue ese kilómetro final ha sido este Tour al que solo le falta el desfile por París en honor a un elegido, un chaval colombiano.
Una vez estuvo Egan Bernal a punto de rendirse. Y no por él, sino por su familia. Su padre, Germán, marchaba temprano cada mañana con la bicicleta para subir a la reserva natural donde era vigilante. La madre, Flor, limpiaba tiendas en Zipaquirá, donde vivían. Su hermano pequeño, Ronal, correteba por la casa. Y él, Egan, sentía que no aportaba nada al hogar; que su afición a la bicicleta le impedía echar una mano. Así que un día llamó a los responsables de su equipo para anunciarles que lo dejaba. «Egan necesitaba ayudar a los suyos», cuenta Pablo Mazuera, el mecenas que le convenció para seguir. Mazuera buscó algo de financiación y así aquel prometedor ciclista juvenil pudo continuar pedaleando mientras aportaba algo de 'plata' en casa. «Desde pequeño ha sabido lo que quiere. Y va a por ello al cien por cien». Nació con hambre.
Vino a comerse el Tour. Otros cumplen 22 años de juventud. Él los ha cumplido de madurez. El sábado se lo jugó en el Iseran. Salió a por el maillot amarillo y, con una avalancha por medio, lo consiguió. Lo bañó en lágrimas. Niño. Estaba claro que no lo iba a soltar. Adulto. Tiene espíritu combativo. Es el líder de su familia, de su equipo y Tour. París le recibirá como el ganador más joven de la era moderna, más incluso que el precoz Felipe Gimondi. Y el Tour le abre un hueco en su vitrina que, parece, crecerá en las próximas ediciones. La última etapa de montaña, que apenas tuvo 59 kilómetros por los aludes que habían anegado la subida al Roselend, no le inquietó. Los 33 kilómetros cuesta arriba de Val Thorens sirvieron para su confirmación amarilla.
En la salida, en Albertville, el Tour miraba hacia arriba. Una nube espesa tapaba los Alpes. Hasta se pensó en suspender la jornada. Pero el sol quiso verla. Apareció al rescate. Y, aunque capada, hubo etapa. De solo 59 kilómetros. Con tan poco espacio, todo fue en voz alta. A tope. Nibali, Omar Fraile, Gorka Izagirre, Zakarin, Amador... La fuga salió quemando goma. Detrás, el Jumbo de Kruijswijk ajustaba una soga al cuello de Alaphilippe, aún segundo en la general a 45 segundos de Bernal. El joven colombiano se sentía bien, a busto. Pero quería llegar cuanto antes para abrir su regalo en Val Thorens, el último puerto del Tour, el único de la etapa. La cuesta de 33 kilómetros, la que espesa el aire.
Nibali salió a cobrar la pieza. La puntería del viejo cazador. El Jumbo aceleró, aunque no en busca del siciliano, sino para derribar a Alaphilippe, reventado tras tantos días de líder, y sustituirle en el podio por Kruijswijk. Bennett y De Plus martirizaron con su ritmo. «Íbamos en hilera. Era imposible salirse de la fila», contó Landa. El ritmo de los holandeses era de fuego, pero sólo se incedió Alaphilippe, roto. Se quedó. Perdió la segunda plaza. Enric Mas le ayudó a conservar la quinta frente al acoso de Landa.
Al alavés y a Valverde, más que eso, les preocupaba la victoria de etapa. Ese prestigio. El Movistar era mayoría en la docena de supervivientes. Pudieron colaborar en la caza de Nibali. No. Eligieron atacar con Quintana y Soler. Malgastaron dos balas. Y las otras dos, Landa y Valverde, se detonaron tarde ya en el kilómetro final, cuando Nibali bajo la pancarta le rezaba a su abuelo, hace nada fallecido. «Ha sido una pena», resumió Landa, de nuevo el mejor ciclista español del Tour y, otra vez, en la orilla del éxito. Lo ve, lo acaricia y se le escapa. «He sufrido y he aprendido mucho para otros Tours», se consoló.
Mientras todos hacían sus balances, Bernal acortaba todos los plazos. Pasó directamente al pelotón profesional cuando era especialista en mountain bike. Debutó hace un año, con 21, en el Tour y ayudó a Thomas a ganarlo. Ahora, con 22, ya es suyo. En dos saltos ha conquistado la cima. Y parece con piernas para mucho más. «Ya puedo decir que he ganado mi primer Tour», declaró. El «primero», avisa.
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