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En la Florencia de los Médici, Miguel Angel, Da Vinci, Rilke y Dostoievski que es un museo al aire libre, hay una sala para el gran Gino, el 'Museo Bartali', situado en Ponte de Ema, en una esquina del recuerdo. Bartali es un icono. «No ... le toquéis. Es un dios», decían sus seguidores. Así fue desde finales de los años treinta a los cincuenta: cuando el ciclismo eclipsaba al 'Calcio', cuando Italia ni parpadeaba pegada a la radio, a esa voz que le traía las gestas de su ídolo. Viéndolas sólo con los oídos, las victorias de Bartali fueron aún más fantásticas.
Hay que explicar el culto a Bartali, el mito nacido en Ponte de Ema el 18 de julio de 1914. Ganó su primer Tour en 1938 y el segundo y último una década después, en 1948. ¿Qué hubiera pasado sin el parón impuesto por la II Guerra Mundial? Para muchos, hoy Bartali sería el más grande. También hizo suyos tres Giros, cuatro Milán-San Remo y tres Giros de Lombardía. Eterno: fue campeón de Italia en 1935 y 1952. Se retiró con 40 años, 19 después de su debut y tras 23 días como líder del Tour y 50 del Giro.
«No me gusta el ciclismo de ahora. Es demasiado avaro. El dinero lo domina», solía decir. El suyo era distinto. Quizá nunca haya sido tan grande. En el verano de 1948, Italia estaba a punto de la revolución. El atentado contra el dirigente comunista Palmiro Togliatti llamó a la insurrección. La guerra civil tocaba en la puerta. Fue en plena crisis cuando el primer ministro, Alcide De Gasperi, recurrió a su arma más eficaz: el ciclismo. Bartali. Llamó al corredor florentino, que disputaba entonces el Tour. Le explicó la situación. «¿Y qué puedo hacer yo, señor ministro?», preguntó Bartali. «Ganar una etapa en los Alpes para calmar los ánimos». Cuando al día siguiente Bartali entró solo en la meta de Briançon, Italia entera se bañó en felicidad. En tiempos de dicha no hay guerras. Gino Bartali la evitó.
Militante de Acción Católica, votante de la Democracia Cristiana y amigo del Papa Pío XII, Bartali representó siempre al pueblo, a la Italia rural, profunda y católica. Nadie, ni Coppi, su rival, tuvo nunca esa devoción. En la Italia pobre, de postguerra, el ciclismo y Bartali eran un válvula, una espita ante tanta miseria.
Ejemplo: en 1953, ya con 39 años, Bartali batió a Coppi en el Giro de Emilia. Era el 1 de mayo, fiesta de los trabajadores. De los periodistas, también. Ante el clamor popular, ávido de leer la nueva gesta, los redactores y tipógrafos del diario Stadio se reunieron en asamblea. Y decidieron obviar la festividad e imprimir una edición especial dedicada exclusivamente a la victoria de Bartali. Trabajaron por Gino, el 'monje volador', el ciclista al que la II Guerra Mundial atrapó con 26 años, en el ecuador de la plenitud física y con un Tour de Francia ya en su palmarés, el de 1938. Aquella masacre distanció diez años sus dos victorias en la Grande Boucle.
Para Bartali no eran nuevas las presiones políticas. Mussolini, en las puertas de la guerra, necesitaba un triunfo deportivo en el extranjero. Presionó al mejor ciclista italiano para ir y conquistar el Tour en 1937. Giro resopló. Tosía por culpa de la neumonía que arrastraba tras ganar el Giro. La prensa afín al Duce, prácticamente toda, cargó contra el corredor por su negativa inicial a asumir la misión. Tuvo que ir y se hundió en los Alpes. El Duce, histérico, ordenó que se retirara para no dar la imagen «de un italiano que se arrastra». Bartali no obedeció de inmediato, pero sí cuando le abandonaron las fuerzas.
Un año más tarde se repitió la historia. La guerra era inminente. Mussolini insistió en la conquista del Tour. Bartali tuvo que renunciar al Giro para fijarse la Grande Boucle como gran objetivo. André Leducq, Antonin Magne y Sylvére Maes no llegaban a su altura en la montaña. Paciente, esperó hasta la gran jornada alpina. Asfixió a sus rivales en el col de Allos y los ejecutó en el mejor escenario, el Izoard, la Luna alpina, la cima por la que, como decía Bobet, los campeones pasan solos. Así cruzó por ese templo.
Tal era su dominio que alguien dijo que había ganado «fumando en pipa». En cierto modo era cierto. A Bartali le gustaba encender un pitillo nada más cruzar la meta. Misión cumplida, aunque al gran Gino nunca le hicieron ninguna gracia ni dictador Mussolini ni las ideas que defendía. Pero eso se supo mucho después, tras el fallecimiento con 85 años de aquel ciclista ejemplar en el deporte y en la vida.
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