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Soren Krang Andersen grita feliz en la meta de Lyo. E fe

Andersen se queda con la etapa torturada por Sagan

El tres veces campeón del mundo destroza la carrera en busca del maillot verde, pero no puede rematar en Lyon, donde sorprende el danés

Sábado, 12 de septiembre 2020, 19:13

No es fácil llegar sobre la bicicleta a la meta de Lyon. El circuito urbano coloca trampas al paso de los corredores. Isletas, bordillos, señales, rotondas. Manos al freno. Sudor helado. En 1909 el luxemburgués François Faber entró vencedor a pie, con la cadena partida. ... Es una de las fotografías históricas del Tour. La imagen del ganador de esta decimocuarta etapa la buscó desde el inicio Peter Sagan, obsesionado con recuperar el maillot verde de la regularidad. Pero con la instantánea del vencedor se quedó al final el danés Soren Krang Andersen, que alcanzó la pancarta con los metros de renta justos para girarse y disfrutar viendo al pelotón rendido. A Andersen le va bien el caos, la guerra de guerrillas entre calles, curvas y medianas. Hace un año ganó sobre caminos de viñas y baches la París-Tours. Esta vez, tras remachar una arrancada de su compañero Hirschi a dos kilómetros de la meta, esquivó la vigilancia de Sagan, que no gana pero que no cede.

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En el Tour todo botín es bueno. De la pared del desayuno, Sagan colgó la foto de Sam Bennett, el que le ha quitado el maillot verde de la regularidad. Puso su cara a modo de diana. Sus compañeros del Bora entendieron. Bennett es más rápido que Sagan, pero soporta peor las cuestas. Estaba claro: sin piedad. Sagan salió a recoger todos los puntos posibles bajo cada pancarta y, sobre todo, a machacar a su rival. Que sepa que no descansará hasta París, si es que llega. El eslovaco ha ganado siete veces, más que nadie, este premio verde. No renunciará. Es su naturaleza. Sagan vuelve a ser el mismo.

Al principio, el ciclismo parecía muy fácil para él. «La gente adora escuchar historias de cómo me presentaba en las carreras con la bicicleta de mi hermana, o con bicicletas que apenas habían costado unas míseras monedas en un supermercado, y que, aunque llevase unas zapatillas de tenis y una camiseta, vencía a todo el mundo», rebobina Sagan. En su primer Tour, en 2012, el patrón de su equipo le lanzó una broma, un reto imposible. Si ganaba dos etapas y el maillot verde, le regalaba un coche. «Que sea un Porsche», reclamó Sagan. Ganó la apuesta: tres etapas y el liderato de la regularidad. Tuvo su bólido. Se convirtió en el mesías del ciclismo. En el mejor pagado. El más mediático.

Y se hundió apenas dos años después. Las dudas. Tenía la sensación de que había tocado techo. Además, se aburría. «Con 25 años estaba acabado. Un juguete roto. Un pura sangre que se ha roto las rodillas... Ya es suficiente. Que le den. Lo dejo». Así se lo comunicó a su representante. Pero ganó el Mundial de Richmond, en 2015, y renació. «Ese momento cambió mi vida. Para siempre», confesó en su libro autobiográfico. Luego ha ganado otros dos campeonatos del mundo y ahora acosa a Bennett en el Tour.

Su equipo, el Bora, sabe lo que es el trabajo en común. Se toma cada etapa como una misión. Sagan mandó acelerar a Schachmann en la primera cota de cuarta categoría. Se fue con él y recogió puntos en el sprint intermedio. La puja del Bora creció en el puerto de segunda, Beal, a más de 120 kilómetros de la meta en Lyon. La tropa de Sagan masacró a Bennett... y al resto. La etapa se encendió y ya no hubo manera de apagarla.

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A esa marcha, el escapado, Stephan Kung, estaba sentenciado. Bennett, que se había rezagado, quedaba condenado a perseguir toda la jornada. Y en el pelotón, a rueda del Bora, los aspirantes al podio sudaban a mares en su único supuesto día de tregua antes de la montaña. Sagan impuso la tortura. Por el botín verde. En el Tour no se regala nada. Afortunadamente, Sagan sigue siendo ciclista. Aunque no gane. Y no ganó.

Bennett se rinde

Cuando Bennett se rindió y dio por perdido el día, comenzó otra etapa. Sagan les dio las gracias a sus compañeros y, de inmediato, les impuso otra tarea. El sprint. Más puntos. El Bora tiró hasta Lyon para lanzar a Sagan. Pero, como todas las ciudades, es un lugar difícil para las bicicletas. El Tour, para echarle pimienta, había diseñado un circuito urbano con dos cotas y dos bajadas. Escalofrío en cada giro. Ya sólo quedaban una cuarentena de dorsales. Roglic, Pogacar, Bernal y Landa sorteaban obstáculos de la red viaria rodeados por sus gregarios. Blindados. Su Tour les espera en la etapa que viene, en la cima del Grand Colombier. No en Lyon.

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La ciudad es para los funambulistas. Benoot buscó fortuna en la cota de Duchere. Como Madouas. En el siguiente repecho se movió Kamna, uno de los súbditos de Sagan. Quería defender a su líder atacando. No acertó. Sonó la ráfaga de Alaphilippe, con Kwiatkowski en su estela. Y entonces apareció Hirschi, el suizo, una de las revelaciones de este Tour. Un candidato a ser pronto como Sagan. Insolente. El eslovaco salió a por él. Viejo rey. Lo calmó. Todo se calmó tras tanto caos. Era el momento. Por la izquierda se marchó un compañero de Hirschi en el Sunweb, otro equipo que sabe trabajar con las piernas unidas. Andersen. En Lyon le esperaba su mejor foto. Otra victoria que no será de Sagan aunque nadie la peleó como él. Bennett sigue vestido de verde, el color que el eslovaco siente como propiedad privada. Eso anuncia más tortas.

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