![El adiós en 370 palabras de Induráin](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2023/06/03/tour-indurain4-koVF-U20046603190667B-1200x840@El%20Correo.jpg)
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Una hilera de policías abre pasillo para que Miguel Induráin acceda a la sala, copada de cámaras. El pentacampeón del Tour ha convocado a la Prensa. Tiene algo que desvelar. Lo lleva escrito en un folio, redactado a máquina, a doble espacio. Son 38 líneas ... y 370 palabras firmadas con su nombre. En azul. Murmullos, crepitar de flashes y silencio al fin. Induráin, sobrio, como es, esboza una leve sonrisa, la misma con la que celebraba sus triunfos, y zanja la incertidumbre al pronunciar la primera frase: «Hoy, 2 de enero de 1997, quiero anunciar públicamente mi retirada del ciclismo». Ni un gesto de emoción.
«¿Triste? No. Este momento tenía que llegar y ha llegado». Una sensación de pena, de orfandad, se extendió por la sala del hotel pamplonés. A Induráin, la afición le debía sus mejores veranos. Cinco meses de julio que terminaron en el podio de París. Y algo más: el navarro había llevado a hombros al deporte español hasta la modernidad.
Cuando ese mediodía Induráin cerró su carrera deportiva con la lectura de un folio, pareció el final y resultó el inicio de la era dorada del ciclismo español. Sus hijos, los niños que como Valverde, Contador, Freire, 'Purito', Sastre y Samuel le habían visto ganar, continuaron escribiendo más líneas de éxitos en ese papel que clausuró el capítulo de Induráin, el campeón que consiguió vencer sin ofender a nadie. Tuvo fuerza de coloso, economía de gasto muscular y falta de codicia. Esa ausencia de avaricia es su sello personal. En su currículo cuentan tanto los cinco Tours, los dos Giros y las medallas en el Mundial y los Juegos Olímpicos como las muchas etapas que dejó ganar a sus rivales. Rey magnánimo. En el arranque de 1997, más que un ciclista se fue un modelo.
Durante la primera mitad de los años noventa, la estela de Induráin atravesó a más de 50 kilómetros por hora la memoria colectiva del planeta ciclista. En ese archivo común está la cima del Tourmalet en el Tour de 1991, el primero que ganó, cuando tras ver declinar a su líder, hasta esa tarde Pedro Delgado, se atrevió a desafiar a los otros líderes, a Leblanc y a LeMond. Sólo el suicida Chiappucci se atrevió a seguirle en aquella locura que acabó en la cima de Val Louron. Induráin ya era el dueño de la ronda y de su era. Por su trituradora fueron pasando generaciones de rivales. El navarro se convirtió en el gran maestro del pelotón. Los Alpes y los Pirineos le vieron acabar con sus enemigos a cámara lenta. Gota china. El abrazo de una pitón. Los ahogaba sin ataques, con el nudo de su ritmo. Una vuelta de tuerca más.
Y los ejecutaba contra el reloj. De esas lapidaciones de Rominger, Bugno o Chiappucci hay muchos capítulos. Quizá el más contundente fue redactado en Bergerac. Durante las fiestas de ese pueblo, a los chavales les da por arrancarle la nariz a la estatua de Cyrano. Forma parte de los festejos. Luego los empleados municipales reponen el apéndice y listo. Aunque invisible, en el pueblo hay otra estatua, la de 'Tirano de Bergerac'.
Así apodó la Prensa a Induráin tras el 11 de julio de 1994, día de calor y sofoco, y fecha para una de las grandes gestas del navarro: en los 64 kilómetros entre Perigueux y Bergerac, el navarro dejó claro y rápido, a más de 50 por hora, que iba a ser su cuarto Tour. Por la mañana, tranquilo, se fijó al levantarse en el paisaje de Dordoña. Era como él: sereno, de campo, de viñedos y castillos que parecen posar para una postal. Imponente como Induráin. Tras el desayuno se acercó a su mecánico, Carlos Vidales, y le preguntó: «¿Cuál es el plato más grande que tienes?». Era el de 55 dientes. Con esa tremenda dentadura masticó por la tarde a todos sus adversarios: dos minutos de ventaja a Rominger, 4 a De las Cuevas, 6 a Ugrumov, 8 a Chiappucci, 10 a Bugno y Pantani. Dobló como si nada a un joven americano, Armstrong. Y, claro, le pusieron 'Tirano'.
Para verle derrotado en Francia hubo que esperar a 1996, a aquel Tour de lluvia y frío, y de la EPO de Bjarne Riis, verdugo del navarro. No hubo sexto Tour. No iba a haberlo. En su equipo, el Banesto, le obligaron a disputar luego la Vuelta. Se retiró enfermo y contrariado. Tuvo la oferta de fichar por el ONCE de Manolo Saiz. Aquel último invierno como ciclista se entrenó con el maillot del Banesto. Tras la Nochevieja, salió a rodar el 1 de enero de 1997 con ropa neutra. La decisión estaba tomada. La leyó al día siguiente. Eligió el momento de irse: «Pienso que todavía podría estar en condiciones de lograr el tan deseado sexto Tour... Creo que ya le he dedicado el tiempo suficiente al ciclismo de competición y ahora deseo disfrutar de este deporte como aficionado». Ese mediodía en Pamplona empezó a rodar su leyenda.
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