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Javier Otxoa (Barakaldo, 43 años) terminó de morir este viernes en Alhaurín de la Torre (Málaga). Se lo llevó una larga enfermedad, aunque el inicio de este final tuvo lugar el 15 de febrero de 2001. Javier, que unos meses atrás le había ganado en Hautacam una etapa del Tour a Lance Armstrong, se entrenaba por las carreteras de Málaga con su hermano Ricardo. Gemelos. Dos maillots del Kelme. Un vehículo los arrolló por la espalda. Ricardo murió allí mismo. Javier, casi. Quedó destrozado. Salvó la vida, pero ya no fue el mismo. Aun así, se recompuso lo suficiente como para ganar dos medallas en los Juegos Paralímpicos de Atenas 2004 y otras dos en Pekín 2018. La misa en su memoria es este sábado, dos días antes de que, precisamente, la Vuelta a España llegue a Alhaurín, donde el corredor vizcaíno residía desde hace años.
Los hermanos Otxoa crecieron en Berango, en la Sociedad Ciclista Punta Galea que cada año recuerda con una carrera a Ricardo. Eran traviesos y fuertes. Pronto, con la camiseta del Baqué, destacaron. Y juntos se hicieron ciclistas profesionales en el Kelme, aquel equipo combativo. La cima de Hautacam, donde Javier resistió por 45 segundos la remontada de Armstrong, fue su despegue. Pero todo quedó truncado en un accidente de tráfico, la lacra que ahora también llena de ciclistas la lista de víctimas. Hubo juicio y el conductor nunca ha pisado la cárcel.
Javier permaneció en coma durante semanas tras aquel atropello en la autovía de Cártama a Málaga. Cuando despertó era otro, más frío. «Ya no llora», contaron sus allegados. No recordaba nada del accidente. Su memoria estaba llena de agujeros. A Ricardo, su gemelo, el mismo automóvil le había quitado allí mismo todo su tiempo. Hasta ese momento, sólo les diferenciaba un centímetro -1,83, Javier; 1,82, Ricardo-. Siempre juntos hasta las cuatro de la tarde del 15 de febrero de 2001. Allí, a una edad tan breve, los separaron. Ricardo murió con 26 años; Javier ha aguantado hasta los 43.
«Antes de lo que pasó era más emotivo; ahora es más frío. Ya no se emociona con las películas tristes. Se distancia. Le falta su hermano -eran inseparables-, y habla de él con frialdad, como si no quisiera que le afectase», declaró un año después del atropello Andoni, el otro hermano Otxoa.
La noche anterior al accidente, Javier con Belli y Ricardo con Inma -sus novias-, habían ido a Málaga para celebrar la noche de San Valentín. Luego, de mañana, llegó aquel último entrenamiento, el descuido de un conductor y la sangre sobre 70 metros de asfalto. «Me llamó el hermano de Belli. Me dijo que había pasado algo, un accidente. Le pedí que no me mintiera. Fue entonces cuando supe que uno estaba muerto, pero no sabían quién», relató Andoni. Inma, apenas unas horas después de la cena de los enamorados, tuvo que identificarlos. A ella también se le quebró allí la vida, la que se fue con Ricardo.
Javier, con los huesos partidos y un pulmón aplastado, se agarraba a un hilo de aliento. Su otro 'Hautacam'. Tras semanas, meses, de angustia, llegó el milagro. Javier despertó. Giro al destino. Bien por el agua bendita de Unbe traída hasta Málaga por la madre. Había estado 62 días en coma profundo. «Tenía cuatro vértebras aplastadas. Varias veces estuvieron a punto de cortarle un pulmón, que estaba podrido. Nos decían que si se salvaba, podía quedarse como un vegetal. No sabíamos si era mejor eso o que se hubiera ido con Ricardo», dijo entonces Andoni. Los médicos lo dieron por perdido, la familia reservó un nicho en el cementerio de San Vicente (Barakaldo) junto al de Ricardo, pero Javier regresó.
El retorno tuvo fases: ojos abiertos, leves movimientos.... Los médicos del Hospital Carlos Haya de Málaga hablaban de reflejos inconscientes. Después, ya en Cruces, despertó. Lo contó así Andoni: «Yo estaba con un amigo en la habitación. Hablábamos de la película 'Torrente II'. Recordábamos alguna de las bromas de Santiago Segura cuando Javi comenzó a sonreír. Nos quedamos pasmados. Fue la primera vez que supimos que nos oía. Empezamos a comunicarnos: si cerraba dos veces los ojos, era 'no'; una vez, era 'sí'». Estaba de vuelta. Aunque nunca regresó del todo. Aprendió a vivir de nuevo en el centro Aita Menni.
El regreso fue lento. «Se acuerda de todo lo anterior al día del accidente, pero igual se le olvida lo que ha hecho ayer». No recordaba el atropello. Decía de aquel momento lo que le habían contado. No lo vio. «Ricardo era lo primero para él, pero ha asumido su ausencia. Ha ido a visitarlo al cementerio. Sabemos que le afecta, pero él no quiere demostrarlo». Ya no lloraba. Ahora, 17 años de aquel primer cruce con la muerte, los Otxoa vuelven a estar juntos.
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