La suspensión de carreras de primeros de marzo dejó al ciclismo guipuzcoano sin varias pruebas, entre ellas la Aiztondo Klasikoa, Memorial Patxi Alkorta. Triste. Nos desquitamos ayer en la Itzulia con un recorrido del mismo corte, rompepiernas, un laberinto de carreteras y caminos sin alejarse ... de Amasa-Villabona y un final espectacular, vibrante. Escuché comentarios que acusaban de peligroso al trazado. Estoy en completo desacuerdo. Ni siquiera el velódromo garantiza una seguridad absoluta a los ciclistas. Nadie dice nada de la París-Roubaix porque todos asumimos que ese piso de adoquines y grandes agujeros forma parte de su idiosincrasia. En cambio, somos críticos con lo de casa. También hay que serlo, pero cuando toca, no por sistema. Para mí, un recorrido fuera de serie. Y la organización, excelente, con mucha gente en los cruces y puntos conflictivos.

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Vingegaard ya era el máximo favorito antes del inicio de la prueba. Y ahora, más aún. No solo por los segundos que arañó y por la bonificación. El danés demostró fortaleza. Mikel Landa ilusiona. Su ataque de la víspera en Saldias fue un aperitivo para la segunda plaza entre los viñedos. Mala suerte de Higuita y Carapaz, víctimas de un tapón justo cuando arrancaba Vingegaard. Estaban en punta. Entre que las zapatillas resbalan y la pendiente te impide tomar impulso, es difícil montarte de nuevo y coger velocidad.

Durante toda mi carrera como ciclista solo una vez me vi obligado a echar pie a tierra. Ocurrió en Cocentaina, pueblo de Vicente Belda, subiendo a las Canteras. El propio Belda mandó regar la carretera. Salí con el piñón justo. Si me ponía de pie, patinaba. Si me sentaba en el sillín, no podía. Me faltaban diez metros para coronar, saqué el pie del rastral y justo cuando lo apoyé en el suelo noté el empujón salvador de San Emeterio, mi director. En ese momento, desde luego, no consideraba amigo a Belda.

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