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«La Itzulia es nuestro Tour particular». A Jesús Ezkurdia, vicepresidente de la Fundación Euskadi, le duele no estar desde hoy y hasta el sábado en la Itzulia, suspendida por la pandemia de coronavirus. «Con todo lo que está pasando, el deporte es lo de ... menos, pero eso no quita para que nos dé rabia no poder reunirnos con nuestra afición después de estos años de ausencia», comenta confinado, como todos, en casa.
«Esto no es sólo un equipo ciclista. Está hecho para la gente, que es la que da sentido al proyecto. Sin los aficionados no somos nada. En la Itzulia íbamos a jugar en casa», agrega. El regreso a la ronda vasca que hoy iba a arrancar desde Eibar con meta en Arrate era el premio a años de pelea en el ciclismo invisible de la tercera división. El retorno de la marea naranja a su origen. «Es un palo gordo para todos, pero somos un proyecto de futuro. Creceremos, aunque con este parón lo haremos más lento». Confía en que la pandemia remita y que el reparto de invitaciones de la próxima Vuelta a España permita al Euskaltel disfrutar de ese reencuentro con la afición en verano, en la edición de la ronda española que disputará varias jornadas en Euskadi. No será en abril, pero la marea vuelve.
La Itzulia da por hecho que no volverá hasta 2021. Tratará de mantener los mismos finales de etapa en Arrate, Llodio, Ibardin, Errenteria, Sestao y la contrarreloj final en Bilbao. El equipo Euskadi y la ronda llevan unidos desde 1994, cuando Agustín Sagasti estrenó el palmarés de aquel maillot tricolor en Azpeitia. El bautizo de Loyola. Luego llegó la marea naranja. Y el triunfo en la clasificación general de la edición de 2003 de Iban Mayo, el corredor que con su carácter marcó el camino a seguir. Aquel éxito llegó por la audacia, por el descenso suicida del alto de Erlaitz.
Mayo fue único. Así es la fotografía de aquella contrarreloj final: manos engarfiadas en el manillar; ojos sin freno; los codos ahincados si va sentado, y abiertos como cuchillos cuando baila sobre el centrifugado de sus pedales. Dale Mayo. Es tu día. Pedalea con piernas, brazos y chepa, con el alma boqueando. Acariciado por la lluvia, aliada, amiga. Si llueve, los demás frenan. Mayo, no; es un ciclista de agua. Le muerden las piernas. Es un sentimiento penetrante, agudo hasta el dolor. Eso es que va bien. Si duele, pedalea. Las curvas se montan unas sobre otras. Hacia arriba, Hamilton le ha puesto una cuerda al cuello de la contrarreloj: lleva el mejor tiempo, con 6 segundos sobre Mayo. Sí, pero la Vuelta pide fuerza y, además, valor. Esto es, Mayo. «Tenía que jugármela en el descenso», dice el vizcaíno. Así ganó la Itzulia para el Euskaltel-Euskadi, como luego hizo Samuel Sánchez en 2012.
En abril de 2003, Mikel Landa tenía 13 años. Todavía jugaba al frontón, al fútbol y a las bicis. Mayo fue su inspiración. Le gustaban los dorsales valientes, los que dejan huella más allá de las victorias. Quiso ser como él, vaciarse en ese molde. Ahora preside la Fundación Euskadi, una entidad levantada por Miguel Madariaga y que incluso tras la desaparición del primer equipo en 2013 mantuvo más de mil socios entusiastas. Landa acudió al rescate cuando Madariaga ya no pudo más. Y hoy, de nuevo con el apoyo de Euskaltel, la Fundación Euskadi iba a regresar a su carrera, la Itzulia. A fusionarse de nuevo con la afición.
La epidemia que arrasa con todo no lo ha permitido. El ciclismo, como el resto de las actividades, tiembla. A los equipo del UCI World Tour les pesan sus enormes presupuestos. Las empresas patrocinadoras han dejado de ingresar dinero. Si no venden nada, para qué van a destinar el dinero que les falta en publicidad a través de un conjunto ciclista. Si no hay carreras, no hay escaparate. Por eso, todos ruegan por la celebración del Tour, en julio, en agosto o cuando sea. Necesitan esa boya a la que asirse en pleno naufragio.
La crisis mundial que acaba de empezar también afecta a proyectos más modestos como el del Euskaltel-Euskadi, que mantiene el compromiso de sus patrocinadores. Todos se embarcaron con la vista puesta en el futuro. A largo plazo. El equipo de la marea naranja seguirá a flote en esta tormenta. Los corredores, como recuerda Ezkurdia, sufrieron la «ansiedad» inicial de no saber a qué atenerse con la pandemia. No podían entrenarse, notaban cómo perdían la forma que tantos meses de trabajo les había costado conseguir.
Pronto, cuando el virus lo ocupó todo y el deporte pasó a un segundo plano, se han adaptado a esta situación de ralentí. Ruedan en casa sobre los rodillos, sin meta ni calendario. «Más que en lo físico, lo difícil va a ser mantenerse mentalmente», apunta Ezkurdia. Habrá que echarle valor, como Iban Mayo en aquel descenso empapado de Erlaitz. O como Landa cuando cargó al hombro la Fundación Euskadi sin que nadie se lo pidiera. La del Euskaltel-Euskadi es un historia de coraje, de enfrentarse siempre a rivales más poderosos, incluido este invisible virus.
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