El equipo de Roglic afila sus músculos para la Itzulia en Miribilla

Abril es una buena época para afinar la silueta sobre la bicicleta. Aún quedan casi cien días para el Tour. «Sepp no tenía molestias, pero quería saber si le saca el cien por cien de rendimiento a la pedalada», comenta Iriberri, que tiene su laboratorio en la Kirol Etxea de Miribilla, en el edificio del Frontón Bizkaia. Kuss, alojado estos días en un hotel de Artxanda, ha afinado allí su perfil. Siempre se puede mejorar. Iriberri le ha modificado la altura y el retroceso del sillín y ha pulido el swing de su pedalada.

Hay dos bisagras básicas en ese giro del pedal que mueve la bicicleta: la cadera, «que es el punto de apoyo y que tiene que estar lo más inmóvil posible», y el tobillo, «que debe dibujar un movimiento armónico para que el pie no se convierta en un freno». La meta es evitar los puntos muertos, situados en la parte alta y baja de cada pedalada. Muchos ciclistas profesionales arrastran vicios en esa técnica. «No es fácil corregirlos porque para ellos son algo natural, los tienen grabados en el disco duro», explica Iriberri. «Primero tienen que asumir el error y aceptarlo».

Iriberri ha trabajado con Kuss esta semana sobre el rodillo en Miribilla y también en la carretera. El escalador americano tiene 27 años y triunfos en la Vuelta a España, en el alto del Acebo, y el Tour, en Andorra, donde ahora vive. Siempre en la altitud, en la nieve. Sus padres eran esquiadores. Él lo fue. Luego le dio por el mountain bike y hoy es uno de lo mejores ciclistas del mundo cuesta arriba. Ayer, fue con Iriberri a ver parte del recorrido de la cuarta etapa de la Itzulia, que subirá por Urruztimendi y el Vivero antes de bajar a la meta de Zamudio. «Son puertos cortos pero muy duros. Es una sucesión de esfuerzos de cinco o diez minutos», resume Kuss. Lo esperado. «Todo el pelotón mundial -apunta Iriberri- sabe que la Itzulia es muy muy exigente». Pero conviene repasar los kilómetros más peligrosos, los de las emboscadas.

Durante el entrenamiento por los alrededores del Vivero a Kuss le sorprende una granizada. A cubrirse. Está hecho al frío. Nació a dos mil metros de altitud y en ese techo vive en Andorra, pero tiene la silueta de un silbido. Fino. Sin un gramo de grasa. Y hay que tener cuidado ahora que problemas respiratorios están tachando de las carreras a tantos ciclistas. Kuss ha pulido su posición y ha memorizado las carreteras que a Roglic y a él les esperan la próxima semana en la Itzulia. A eso ha venido. Y de paso... «¡Qué bien se come aquí!». Como en casa. En Durango.