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«Quiero intentar el récord de la hora. Me veo en forma y quiero intentarlo cuanto antes». El 31 de julio de 1994 Miguel Induráin telefoneaba a José Miguel Echávarri, mánager del Banesto. Acababa de ganar su cuarto Tour y en su palmarés había ... ya dos Giros. El de Villaba expresaba con esa frase el nuevo reto que le rondaba la cabeza. «Le había comentado que existía esa posibilidad, que podía intentarlo», relata Echávarri a EL CORREO. Mañana se cumplen 25 años de aquella jornada en el velódromo de Burdeos en la que el navarro estableció el récord en 53,040 kilómetros, 327 metros más que el anterior registro. Fue el día en el que pasó a la historia 'La Espada', la bicicleta especialmente diseñada para aquella aventura.
Las cuatro semanas siguientes hasta el récord de Indurain fueron de auténtica locura. «No teníamos casi tiempo para prepararlo, pero no quería fallarle a Miguel», explica Echávarri. Se fue a Treviso en coche. Allí está la fábrica de Pinarello. «Estaba ya de vacaciones, así que fuimos mi mujer, mi hijo y un amigo», relata.
Quince días después de aquella llamada de teléfono ya tenían la bicicleta. Se la bautizó como 'La espada', un prototipo que asombró a todos por su composición. Diseñada por el ingeniero de Lamborghini, Marco Giacchi, el nombre nació de un mecánico, que escribió 'Spada' -en italiano- con tiza en el cuadro que estaban fabricando para distinguirla de otros modelos. De fibra de carbono, el chasis tuvo que ser fijado con resinas especiales en la factoría de Bugatti. El primer manillar en forma de ala delta no le gustó a Induráin. No estaba cómodo, así que le pidió a su mecánico, Enrique Sanz, que fabricara otro. «Podías tener la mejor máquina, pero hay que aguantar la postura», explica Echavarri. Había que pulir hasta el último detalle. Incluso la ropa. Dudó en endosarse un mono rayado que evitaba las turbulencias o el normal de las contrarreloj. El casco, el mismo que había empleado en el Tour, pero algo más alargado.
El tiempo corría y la fecha para el reto se acercaba. El lugar escogido para batir el récord de la hora fue el velódromo de Burdeos. En ese recinto, Induráin comenzó a realizar los test sobre su nueva montura. Bajo la supervisión de Sabino Padilla, médico del equipo y que luego también lo sería del Athletic, el ciclista de Villaba hizo varias series al máximo esfuerzo. En el transcurso de esos ensayos, le tomaron muestras de ácido láctico, el testigo biológico de la fatiga.
También fue el momento de probar materiales. Al principio, con dos ruedas lenticulares 'Campagnolo', luego con una lenticular trasera y una 'Shamal' de doce radios en la parte delantera. Al final volvería a la primera opción. En cuanto a los desarrollos, hizo varios entrenamientos con un plato de 60 dientes y 14 en la piñonera. Pero era demasiado esfuerzo. Eligió un 59x14.
El velódromo francés iba a convertirse en una gran fiesta del ciclismo. Los directores del Banesto acotaron el aforo a 2.000 personas en unas gradas con capacidad para el doble. ¿La razón? Evitar que la temperatura y la humedad fueran altas. El recinto se volvía un auténtico invernadero en verano. Por ello también se adelantó el horario de la prueba. De las seis de la tarde inicialmente previsto, a las tres. «Será un poco como los días de contrarreloj. En esas pruebas yo casi siempre he salido de los últimos, por la tarde», argumentó entonces Induráin. Todo detalle era poco. Llegaron incluso a planear la colocación de un sistema de ventilación en la pista. Una idea que habría obligado a meter seis camiones en el interior del recinto. Se descartó.
A un precio de 5.000 pesetas -lo que equivale a 52 euros hoy-, se vendieron todas las entradas. Los asistentes tuvieron que comer los bocadillos fuera, y no pudieron acceder al recinto hasta pocos minutos antes del inicio para que la temperatura y la humedad no se disparara. Pedro Delgado, compañero de Induráin en el Banesto y comentarista de aquel intento en Canal+, lo recuerda muy bien. «Fue mi primera retransmisión y tuve que llevar documentación sobre otros récords», recuerda. «Teníamos que estar una hora comentando cómo Miguel daba vueltas».
Induráin tenía que batir los 52,713 kilómetros del anterior plusmarquista, Graeme Obree, quien aseguró que había fabricado su bicicleta con piezas de lavadora. El navarro realizó una mala salida. Invirtió 26 segundos para cubrir los 250 metros del anillo. A medida que incrementaba la velocidad, aumentaba la cadencia. Avanzaba 8,77 metros por cada pedalada completa. Es decir, que cada vuelta debía durar 17 segundos, por lo que era necesario 101 giros a los pedales por minuto. Y así durante una hora hasta completar 211 vueltas.
El corredor navarro, que llevaba un retraso de cinco segundos en los primeros cinco kilómetros respecto a Obree, superó los registros del escocés en el kilómetro 20. Eso no estaba en los planes. Debía hacerlo más tarde, según los cálculos del equipo. El navarro iba desbocado. Padilla y Aldo Sassi, médico y preparador, a gritos, y por medio de unas primitivas pizarras, le decían que disminuyera el ritmo. No hubo forma, Induráin iba como un cohete. No escuchaba ni el griterío de las gradas. El casco con una visera con cristales tintados no dejaba ver su mirada. Solo la boca abierta en busca de oxígeno.
«No me he enterado de nada», reconoció al terminar. Siempre en la misma postura, sin moverse prácticamente un milímetro. Un potro de tortura de 60 minutos, de los cuales al navarro se le hicieron muy pesados los últimos 20. «La posición era lo más duro, y el culotte me rozaba mucho con el sillín y me molestaba», explicó. Delgado, testigo directo, también comenta este aspecto. «En la segunda mitad de la prueba se veía cómo le costaba aguantar la postura. A la velocidad que iba, la propia inercia le llevaba hacia fuera del anillo, por lo que hizo más metros todavía de los contabilizados».
Julián Gorospe, compañero de Induráin, no estuvo en Burdeos, pero sí lo vio por televisión. «Sufrió muchísimo. Una hora a esa velocidad fue durísimo», cuenta el ciclista de Mañaria, quien subraya que «lo que se proponía Miguel lo conseguía».
Cuando Induráin superó el kilómetro 52 bajó el pistón y se limitó a terminar en medio de una ovación espectacular. Había conseguido una nueva gesta: tener el récord de la hora. 53,040 kilómetros, 327 metros más que la marca de Obree. Una gesta que convirtió al navarro en el ciclista más veloz del mundo. Un día, el 2 de septiembre, en el que muchos miraban al reloj. 60 minutos de tensión, sin siesta, que se convirtió en una fiesta.
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