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El ciclismo es un reto infinito. Igor Antón ganó etapas en la Vuelta a España y triunfó en el Zoncolán del Giro. Pero este es un deporte que no se acaba nunca. Y este viernes, ya jubilado, se ha atrevido con un reto personal: recorrer ... en un día los 414 kilómetros del perímetro de Bizkaia. Quería así reivindicar el uso de la bicicleta como transporte sostenible y poner el foco sobre una enfermedad, el déficit de merosina, que atrofia los músculos de un puñado de niños. Lo consiguió. Dio la vuelta a Bizkaia en 18 horas (15 horas y 14 minutos de pedaleo real), a 27,2 kilómetros por hora. Acabó molido y feliz. Así terminan siempre los deportistas ganadores. Su mejor victoria fue el apoyo de sus amigos ciclistas repartidos por los tramos de la ruta y el cariño de la gente que, de forma espontánea y progresiva, le animó en el camino. «¿Cómo estoy? Como nuevo. Para repetir», dijo en la meta mientras descorchaba champán para compartir su alegría con la familia.
Todo empezó en el Puente Colgante, que no duerme nunca. Siempre en vela, incluso cuando el reloj se arrima a las cinco de la mañana. Aparecen, en goteo, unos cuantos ciclistas. Vienen a acompañar a Antón en su aventura. «He dormido cinco horas. Y he desayunado unas tostadas», cuenta. Su padre, Enrique, y un par de amigos van a seguirle desde un coche. «Toda la vida con la bici de aquí para allá y ahora que ya no es ciclista, mira en qué se mete», comenta Enrique. Le escucha el ultramaratoniano Julián Sanz, que está hecho a pedalear de noche. Y ha aconsejado a Antón sobre cómo afrontar este recorrido. Con calma. En la salida también está Pedro Horrillo, otro exprofesional. Cuando parten desde Las Arenas arrecia la lluvia. Les amanece en Armintza. Luz natural. El pronóstico del tiempo jura que el cielo se irá aclarando al paso por las cuestas de Trabakua, Urkiola, Bikotzgane, La Escrita y Ubal. «Igual con los años esto se convierte en una marcha cicloturista», apunta Antón.
Tiene tantos amigos que si se dan la mano pueden cubrir el perímetro de Bizkaia. En el recorrido, va recibiendo el apoyo de antiguos compañeros de pelotón, como Pello Bilbao, ganador de dos etapas en el pasado Giro, y Antton Luengo, que se unen a él en Gernika. Unai Etxebarria aparece en Ondarroa. Desayunan en Laida y el propietario del bar les invita. Cinco horas después de la salida, Antón se acerca a Markina y a la subida a Trabakua. La lluvia parece en retirada.
Coronar el puerto tiene premio. Arriba, en el restaurante Beheko, espera una sorpresa. El establecimiento es de Enrique Mugerza, que fue moto-enlace en la Vuelta a España durante los años sesenta y setenta. Y tiene un museo dedicado a la Lambretta, la moto con la que iba en carrera. Ecos de aquel ciclismo de pasión en las cunetas. Pero los corredores no se alimentan de recuerdos. A Antón y su séquito les aguarda allí un buen almuerzo. «Chorizo a la sidra y tarta de queso. Buenísimos», se relame. El ejercicio agita el hambre.
El viaje pilla al alto de Urkiola en obras. A estas alturas, de Antón tirán José Ramón Uriarte, Mikel Zarrabeitia, Unai Etxebarria y Mikel Ugarte, todos ciclistas. Suben a buen ritmo. «Joé, cómo anda Joserra Uriarte. Sabe marcar el paso», agradece a su rueda el escalador de Galdakao. Uriarte fue gregario de Induráin en el Banesto. Es experto es desbrozarle el camino a su líder. Falta Pedro Horrillo. «Ha roto una biela por tratar de seguir a Pello Bilbao», bromea Antón.
«El peor momento ha sido después de Trabakua, en la quinta hora de la marcha. El cuerpo está hecho a un horario y las carreras duran eso, cinco horas. Por eso, el organismo te frena cuando pasas ese límite», explica Antón mientra devora un pincho de tortilla en la Plaza Zubiaur de Orozko después de superar el duro Bikotzgane. «Ahora estoy mucho mejor. Voy a más», se anima. El sol ilumina el reto.
«¿Qué queréis tomar?», ofrece el exprofesional a su séquito, al que se han unido varios chavales de la zona. Uno de ellos, tímido, le comenta que su bicicleta, una Orbea, es la que Antón llevaba hace quince años cuando ganó en Calar Alto. Con ese buen recuerdo retoma la marcha, ya cruzado el ecuador, y recibe otra sorpresa. «Pasar Orduña ha sido emocionante». Un grupo de niños en bicicleta rodea en la villa a Antón. Y así, con jóvenes de Amurrio, Llodio y Enkarterri, entra a media tarde en la Plaza San Severino de Balmaseda. «Son el futuro. Hay que sembrar la cantera».
Mientras se saca fotos con los chavales, pide una palmera de chocolate. «Ya noto algo el mareo después de tantas horas». Acaba de superar la barrera de los 300 kilómetros. Nunca había hecho tantos. El eco de su aventura ha ido creciendo con el paso de las horas. Es como el protagonista de la película 'Forrest Gump', que un día se puso a correr y, sin motivo aparente, fue seguido por una masa que le imitaba.
En este tramo se reúne con viejos colegas del equipo amateur Olarra: Iñigo Urretxua, Aketza Peña, Julen Urbano y Jonathan González. Le escoltan en el itinerario final, el más difícil, el de la fatiga, el que incluye el doble paso por la Escrita y Ubal, dos puertos de Karrantza. En Lanestosa, el pueblo entero le espera en la calle, con niños portando pancartas de apoyo. « Parece que estoy en carrera», agradece Antón. Ciclismo infinito. Reto cumplido.
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