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Un número pintado en la línea de salida, el 108. El dorsal que llevaba hace justo diez años el joven belga Wouter Weylandt cuando se mató contra un muro del descenso del Passo del Bocco, camino de Rapallo. Muerte instantánea y desoladora de un ... ciclista, un hijo, un novio, un futuro padre... El péndulo de su vida dejó de repente de latir. Aún le llora el Giro, que recordó su ausencia en la salida desde Stupinigi, junto al palacio de caza de los Savoya.
Desde allí partieron todos los velocistas hacia Novara, hacia el sprint, la forma más salvaje del ciclismo. Y cada vez más suicida. A Gaviria le cerró contra las vallas su propio lanzador, Molano. El veloz colombiano se lijó el costado derecho contra las pancartas publicitarias. Escalofrío. Pero no se cayó. Le salvaron su habilidad y las nuevas vallas impuestas por la UCI, de las que no sobresalen los pies y tampoco saltan por los aires al impactar un corredor como sucedió en pasado 5 de agosto en la Vuelta a Polonia. Aquel mal día, Dylan Groenewegen cerró el paso a Fabio Jakobsen, que permaneció varias horas entre la vida y la muerte. Por eso, por las vallas bien puestas y diseñadas, se libró del hospital Gaviria.
El triunfo fue para Tim Merlier, que salió mejor situado de la última curva y no se dejó remontar por Nizzolo y Viviani. Merlier, belga como Weylandt, le dedicó el triunfo al ciclista fallecido con un gesto bajo la pancarta. Memoria. El vencedor también tiene su historia trágica. Es el novio de Cameron Vandenbroucke, hija de Frank, aquel extraordinario ganador de la Lieja-Bastogne-Lieja que devorado por las drogas murió en 2009 con 34 años en un oscuro viaje a Senegal.
La segunda etapa del Giro, tan tranquila y sin más fuga que la de Tagliani, Albanese y Marengo, tuvo ese final eléctrico y, antes, un detalle de enorme eco. El sprint intermedio lo ganó Ganna, el líder, por delante de Evenepoel, que arañó dos segundos. El joven belga despeja las dudas: quiere el Giro. Ahorrará todo el tiempo que pueda antes de la gran montaña. Y luego, cuesta arriba, confía en ser el que era antes de su caída en agosto durante el Giro de Lombardía. «He esprintado para proteger los intereses de Bernal», confesó Ganna. Al menos, le quitó un segundo a Evenepoel, al que todos empiezan a temer.
Los accidentes y el riesgo conviven a diario con este deporte. La salida de la etapa rezó por Weylandt y la meta de Novara se fijó sobre todo en Dylan Gronenewegen, el ciclista que regresa en este Giro de su sanción por provocar la caída en la que casi pierde la vida su compatriota Fabio Jakobsen.
El reloj se quedó parado en el 5 de agosto de 2020. Por la recta de meta de Katowice, final de la primera etapa del Tour de Polonia, volaban los velocistas cuesta abajo a 85 kilómetros por hora. Groenewegen se cerró a un lado y tiró a Jakobsen, que a esa velocidad se incrustó contra unas vallas que salieron volando. Impactó de lleno contra el arco metálico de la meta. Sonó un 'bang', el chirrido metálico de bicicletas por los suelos y, de inmediato, un silencio aterrador. Jakobsen no tenía rostro. Deformado. Perdía sangre a borbotones. La mandíbula estaba desgarrada, los dientes... ¿dónde están los dientes? Como si una bomba le hubiera reventado el rostro.
Despertó del coma dos días después, con un tubo en la garganta para respirar y otro en el cráneo para drenar el líquido cerebral. No quería dormirse por si no despertaba. Un sacerdote vino dos veces a rezar por él. Tardaba diez minutos en tragar una cucharada. Hoy, Jakobsen es un milagro. Volvió a competir en abril, en la Vuelta a Turquía.
Groenewegen, que salió de aquel incidente con un hombro roto, se apartó del ciclismo. «No podía ni mirar mi bicicleta en el garaje», declaró en 'L'Equipe'. Ni las carreras por la televisión. «Pensé en dejarlo todo». El sentimiento de culpa le corroía como un ácido. Para reconstruirse, volvió a los paisajes de su infancia, a los parques donde había empezado a pedalear. Ayudó a su padre en la tienda de bicicletas, como cuando era crío. Y recibió un regalo, el nacimiento el pasado 2 de enero de Mayson, su primer hijo.
Ser padre y el apoyo familiar le ayudaron a vivir con las amenazas y los insultos. Necesitó protección policial. Acudió al psicólogo. Le costó semanas volver a subirse a una bicicleta. Empezó con una de paseo. Todavía tiene miedo. «Si un coche pasa cerca o escucho un ruido fuerte, me asusto», confiesa. Aun así, ha regresado a la competición en este Giro tras haber mantenido una conversación con Jakobsen, fría al principio y «emocionante» luego. Eso dice Groenewegen. Jakobsen tiene otra versión. «Aún no se ha disculpado ni ha admitido su culpa», acusa. Algún día volverán a cruzarse en el campo de minas que es cada sprint. Mientras, Groenewegen se busca a sí mismo en este Giro. En su primer sprint tras todo aquello acabó cuarto, tras Merlier, Nizzolo y Viviani. Con las vallas de Novara que salvaron a Gaviria también se hubiera salvado el rostro de Jakobsen.
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