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J. GÓMEZ PEÑA
Viernes, 23 de octubre 2020, 19:45
Tras disfrutar de la inolvidable etapa del Stelvio, el Giro sufrió este viernes un golpe bajo. Los ciclistas, hartos de traslados y etapas maratonianas, se negaron a cubrir en su totalidad la decimonovena jornada, la más larga de esta edición con casi 260 kilómetros. ... Llovía en la salida de Morbegno, pero sin frío. Unos 14 grados. Aun así, el pelotón se detuvo nada más salir de la ciudad. los corredores se subieron a los autobuses para recorrer la mitad del trazado. Reanudaron la carrera en Abbiategrasso, a 124 kilómetros de la meta en Asti, donde ganó escapado el checo Josef Cerny, con el pelotón a trantán a once minutos. Mauro Vegny, director del Giro, bramaba. Tuvo que ceder ante el plante del pelotón, pero juró venganza. «Alguien tendrá que pagar esto cuando lleguemos a Milán», avisó. La historia del Giro, tan llena de días de nieve y hielo, no entiende a esta generación de ciclistas.
La ronda italiana se mantiene fiel a su pasado. El mal tiempo es uno de sus ingredientes. A eso se suman, como denuncian los corredores, los largos traslados y muchas etapas que superan los 200 kilómetros. Es una carrera a la antigua. El jueves, tras dos jornadas de alta montaña, los ciclistas tuvieron que desayunar a las siete de la mañana y desplazarse en autobús hora y media hasta la salida. Les esperaba una etapa de seis horas bajo la lluvia y luego, otro traslado de dos horas hasta el hotel. Se negaron. Y vino el plante por parte de varios equipos. No de todos. El Ineos y el Bora estaban dispuestos a disputar la etapa original. También el francés Demare.
Pero ganó la opción del plante, defendida, entre otros, por corredores del Lotto belga y el Ag2R francés. Vegni echaba fuego por la boca: «Nos hemos enterado de todo cinco minutos antes de la salida. El recorrido del Giro se conoce desde octubre del año pasado. Es una enorme decepción. Hemos peleado por sacar esta carrera adelante para mandar al mundo el mensaje de que el ciclismo es un deporte valiente, que resiste en este año de pandemia. Y ahora lo destrozan todo».
Hay división en el ciclismo. El sindicato internacional de corredores considera un despropósito plantear una etapa tan larga, aunque sea llana, entre dos jornadas de alta montaña. Y añade un argumento que cuadra con dificultad en esta polémica: «Lo primordial es la salud de los corredores. Correr un día así bajo la lluvia y tanta horas puede debilitar el sistema inmunitario de los ciclistas en estos tiempos de pandemia». La asociación presidida por Gianni Bugno se agarra a la lucha contra el coronavirus para defender su postura.
Enseguida recibieron réplicas. Como la de Marc Madiot, mánager del equipo francés Groupama. «Esto no es tenis. Aquí no se para el partido porque llueva. Si no quieres sentir la fatiga en la tercera semana de una gran vuelta, no seas ciclista», dijo. Y citó algo más: «Aquí hay un problema de gobernanza del ciclismo». A su juicio, tiene que haber un organismo independiente que dé el visto bueno a los recorridos y que esté por encima de organizadores de carreras y ciclistas.
El caso es que el Giro perdió ayer más de 120 kilómetros. Tres horas menos de cansancio. Y eso quizá tenga repercusión en la decisiva etapa del sábado, la que tuvo que renunciar al Izoard y el Agnello. En su lugar, habrá tres subidas a Sestriere, que no es lo mismo. El líder del Giro es el holandés Wilco Kelderman, pero no se sabe si lo es también de su equipo, el Sunweb. El segundo clasificado, el australiano Jai Hindley, pertenece también a esa escuadra. Está a solo 12 segundos. Es mejor escalador, lo que le beneficia hoy, y peor contrarrelojista, lo que le penalizará mañana en el cierre en Milán. Hindley es el futuro del Sunweb; Kelderman ya ha fichado por el Bora alemán para 2021. A 15 segundos de la maglia rosa, les amenaza el británico Tao Geoghehan Hart. Y a 1 minuto y 19 segundos, el vizcaíno Pello Bilbao.
«Voy a luchar por el podio», apuesta el corredor de Gernika. Tras disputar también el Tour, llega con las fuerzas justas. Pero pocos saben economizarlas como él. Es duro, acostumbrado a bordear los límites del dolor. Y tiene instinto en carrera. Le gusta jugar con las tácticas. Si hay un resquicio para hacer saltar la banca, Pello Bilbao lo encontrará. A dos días del final de la ronda, está a apenas un minuto de todo, de uno de los tres puestos del podio. Ha peleado toda su vida por una ocasión así.
El plante del viernes en el Giro tiene algún precedente. Por ejemplo, el de la Clásica de Sabiñánigo de 1989. Aún quedaban túneles sin iluminar o casi ciegos. Eran el punto negro, sobre todo después del accidente que casi le costó la vida al ciclista alemán Raymund Dietzen en la galería oscura de Cotefablo. En la clásica aragonesa, el pelotón entró a tientas en el túnel de Monrepós. Y puso pie a tierra: 125 corredores se negaron a seguir. Sólo uno continuó, el gallego Álvaro Pino, que ganó la prueba. Quedaban 104 kilómetros hasta la meta. Los cubrió en solitario, aunque sufrió un incidente. En el circuito de Cartirana, ya en Sabiñánigo, atropelló a un niño. El ciclista de Ponteareras paró para atenderle. Tenía tiempo. No le perseguía nadie. Luego se dirigió tranquilo a la meta para celebrar su triunfo. Le tacharon de esquirol, pero Pino, todo carácter, replicó a los que le criticaban. «Es en las carreras importantes donde hay que protestar por estas cosas. Pero allí nadie abre la boca. Yo fui el cabecilla en la Vuelta a España y me echaron la culpa de todo. Por eso no quiero seguir siendo cabeza de turco», declaró el corredor gallego.
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