Desde el terremoto de 2009 la ciudad de L'Aquila vive de rodillas. Rota y atemorizada en la cresta de una colina del Abruzzo. A dos kilómetros de la meta, los cinco fugados también iban arrodillados sobre sus pedales, a vueltas con sus cálculos ... y sus miedos. ¿Cómo gestionar esos mil metros finales en subida tras todo un día a ritmo desbocado? Formolo se había gastado para amarrar a Hamilton y Cattaneo. Gallopin venía con la reserva encendida. El quinto era el vizcaíno Pello Bilbao, el que mejor supo jugar al escondite. El que ganó.
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Ya tiene 29 años. Ya es un ciclista con pasado, con experiencia. Se había reservado el último cartucho. Acarició esa bala con las yemas de los dedos. Sangre fría de certero francotirador. Apuntó. Y a dos pasos de la pancarta del último kilómetro apretó el gatillo. Ordenó a sus pulmones carburar. A tope. Sin girarse. Y cuando, ya en el centro derruido de L'Aquila, miró hacia atrás, comprobó que la victoria era suya, que eran los otros los que subían con las piernas en ruinas. Bajo la pancarta desplegó los brazos y se golpeó el pecho con tanta fuerza que podría haber quedado registrado en la escala de Richter.
«No era yo el encargado de meterme en la fuga, pero las cosas han salido así. De forma improvisada», contó. Pero una vez en la escapada, el corredor de Gernika puso su maquinaria mental a funcionar. Tenía a su lado a un compañero en el Astana, Zeits, que fue el que mantuvo el pulso con el pelotón en el puerto de Svolte di Popoli. Zeits se inmoló por Pello como Pello tantas veces por 'Supermán' López o Jon Izagirre. Es un ciclista completo. Buen contrarrelojista, resistente en montaña y con velocidad en fugas así. «Me falta ese arreón final para estar con los que disputan una gran vuelta», dice. Es su reto. Cruzar esa frontera. La tiene cerca, pero es el paso que distingue a los buenos de los mejores. En eso está.
Metódico, no ha dejado de progresar desde que era un crío de la sociedad ciclista de Gernika. Ingresó como becario en la Fundación Euskadi y llegó al Euskaltel-Euskadi por un atajo, por la lesión de Koldo Fernández de Larrea. El cierre del equipo naranja en 2013 le obligó a bajar de categoría y hacer méritos en el Caja Rural. Los hizo y el Astana le abrió la puerta. No ha dejado de agradecérselo con trabajo y triunfos como las etapas que ha ganado en el Tour de los Alpes, el Dauphiné y ahora en el Giro, la carrera que hace un año le vio ocupar la sexta plaza final. Otro paso. En L'Aquila, Pello Bilbao dijo en alto lo que el ciclismo ya sabía. Es un buen rematador. Un ciclista con gol.
Sobre las playas y las palmeras de Vasto, punto de salida, retumbaba el nombre de la meta, L'Aquila. El eco de aquel terremoto. Más de 300 muertos. La herida sigue abierta sobre esa tierra sombreada por la mole del Gran Sasso. Iba a ser una etapa trepidante, una locura veloz capaz de resquebrajar el pelotón. En las dos primeras horas se voló a más de 48 kilómetros por hora. Al UAE, el equipo del feliz líder, Valerio Conti, se le acumulaba el trabajo, tanto que tuvo que acudir en su auxilio el Bahrain de Vincenzo Nibali. Solo así cazaron la fuga en la que iban Pello Bilbao, Izagirre, Plaza, Rojas, Nieve, Gallopin y Madouas.
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Ya entonces el Giro se había cobrado dos bajas más, la de Gaviria, velocista lesionado, y la de De Plus, el mejor gregario en la montaña de Roglic. Le echará de menos. El Giro no espera. Y menos por el quebrado camino hacia L'Aquila, corazón de los Apeninos. Pello Bilbao y su compañero Zeits, Rojas, Pedrero, Gallopin, Formolo, De Gendt, Cattaneo, Hamilton y Henao montaron otro vagón en fuga cargado de calidad. El Bahrain se apartó. Yel UAE reventó en la primera rampa del puerto de Svolte di Popoli. La maglia rosa de Conti se deshilachaba. Rojas, cuarto en la general, comenzaba a soñar con ella. Su esperanza se disipó cuando detrás aceleraron el Trek, el Jumbo y el Mitchelton. Ellos salvaron el liderato del huérfano Conti. Rojas se iba a conformar con ser segundo. Y la fuga sólo iba a discutir por la etapa. De oro, eso sí.
Dicen que el seísmo movió L'Aquila 15 centímetros en los mapas. Tras un día en estampida, la clave era acertar con el momento del ataque. Ni un centímetro antes. A la fuga ya sólo le quedaban cinco dorsales. Hamilton, tan joven, era el más impaciente, el que más se movió en los repechos. Formolo, el de más prestigio, cogió el mando. Quiso imponerse y ganar por derribo. Salió a portodos, incluso a por Rojas, que venía remontando. Pero Formolo no tenía tanta energía como creía.
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L'Aquila es un buen ejemplo de fragilidad. Un temblor de madrugada y adiós. Los cinco se miraban entre jadeos. Pello Bilbao había estado en silencio hasta la entrada a la vieja ciudad. Ahorró todo lo que pudo. Tuvo más paciencia que Formolo. Le dejó hacer, desgastarse. Y, al notar un parón, escogió el mejor momento. Seco. Se estremeció el suelo. Terremoto. Ni Formolo ni Cattaneo, que lo intentaron, cerraron la brecha. El Giro quería premiar el crecimiento y la paciencia de Pello Bilbao. «Hoy es un día muy importante para mí. Me ha llevado mucho tiempo lograr mi primera victoria de etapa en una gran vuelta», señaló en la meta. Ya la tiene. Y le quedan pasos y remates por dar.
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