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Basta nombrar a Vincenzo Nibali en el Giro y se enciende una bombilla. En lugar de dibujos animados, el siciliano veía de chaval vídeos de la historia de la 'corsa rosa'. Historias en blanco y negro de Binda, Coppi y Gimondi que coloreaban sus sueños. ... Ahora, con 34 años y victorias en el Tour, el Giro y la Vuelta, no tiene la fuerza que tenía, pero sí una ventaja que le hace único frente a sus rivales. Alguien que ya lo ha ganado todo no puede perder.
Es posible que este Giro que domina Richard Carapaz, cada vez más sólido como líder, no lo pueda ganar Nibali. El ecuatoriano no ha mostrado ninguna fisura. Pero al italiano ya no le importa la derrota. Eso le hace aún más peligroso. Y ambicioso. Un kamikaze. Se vio en la última cuesta de esta decimoquinta etapa, en Civiglio, una serpentina de asfalto que cae a plomo sobre el lago de Como. Atacó, como todos sabían, y solo Carapaz pudo seguirle. Landa, que vigilaba a Roglic, casi les alcanzó. Casi. Nibali, con Carapaz a su rebufo, comprobó que no puede con él cuesta arriba. Pues entonces, cuesta abajo. Y ahí le soltó. Vio que el vértigo es su aliado. En el tramo final hasta la meta de Como, el ecuatoriano volvió a pegarse a su rueda y reforzó su liderato frente a Roglic, que concedió por su falta de pericia en el descenso más de 40 segundos. Pero Carapaz queda advertido. «Sé que para ganar este Giro necesitaré un golpe de genio», dice Nibali. No dejará de buscarlo en la tercera semana. Ciclistas así encienden este deporte.
La etapa pisaba la carretera de las hojas muertas, la del Giro de Lombardía y el otoño. Ese asfalto es el hormigón de la gran catedral del ciclismo italiano, levantada entre los muros de la Madonna di Ghisallo y Sormano, la subida donde están pintados los apellidos de este deporte, Massignan, Taccone, Poulidor, Baldini... Y Mikel Landa, que en 2015 batió el récord de la ascensión, con 9 minutos y 8 segundos. El muro de Sormano fue, como recuerda el libro 'El afilador', un camino de mulas hasta los años sesenta. Hasta que Torriani, organizador del Giro de Lombardía, buscó una pared para endurecer su carrera. Asfaltó aquella senda y encontró lo que quería. La imagen épica de ciclistas pie a tierra. Ghisallo, la ermita donde Bartali, Coppi, Girardengo y Binda llevaron a relevos en bicicleta una antorcha encendida por el Papa para dejarla allí junto a la virgen de los ciclistas, y Sormano son dos templos de esa religión italiana llamada ciclismo. La decimoquinta etapa de este Giro corría por tierra santa.
Y en la Italia de hoy el mesías es Nibali. Desde 2016, desde su segunda victoria en el Giro, no ha ganado una gran vuelta. Ha tenido que escuchar cómo le jubilaban. Eso, responder, le motiva. Fiorenzo Magni, el vencedor más viejo del Giro, se impuso en la edición de 1955 con 34 años. Si Nibali se lleva este, se pondrá a su altura. Otro párrafo en su leyenda. La decimoquinta etapa le traía el eco de sus dos triunfos en el Giro de Lombardía. Estaba en casa. Se fugaron dos buenos dorsales, Cataldo y Cattaneo, los que se disputaron la victoria en Como. Fue para Cataldo, con más músculo en el sprint. Pero el Giro iba por detrás. Ya en la subida a Ghisallo, Nibali puso al Bahrain a subir la temperatura. Horno. Se presentía su ataque. Aunque fue Yates, con más ganas que piernas, el que se descorchó. Fuegos artificiales. Poca dinamita.
El británico insistió en la cuesta de Sormano. Con más intensidad esta vez. Y le contestaron Landa, Carapaz y Nibali. A unos metros, Roglic boqueaba. En el juego de las señales empezaba a emitir signos de fatiga. Al esloveno le salvó que la subida era breve. Pero faltaba la colina de Civiglio, oscura sobre el espejo del lago. La carretera que une las villas de los vecinos millonarios de Como. «El orgullo me hace seguir adelante», declaró hace unos días Nibali, que posee el palmarés más rico en este pelotón. Italia le espera, le jalea. Y correspondió en la cuesta. Bombilla sobre la etapa. En uno de esos kilómetros tan crueles que parecen no avanzar, el siciliano salió a medir a todos. Este recorrido lombardo y él son buenos amigos. El Movistar se había repartido el trabajo. Carapaz controlaba a Nibali y Landa, a Roglic. Así que fue el líder, el ecuatoriano, el encargado de pegarse a Nibali. Tuvo aliento para hacerlo. Fue el único.
Roglic y Majka notaron mansas sus piernas. Se inclinaron. Y Landa, obligado luego a remontar para cazar a Nibali y Carapaz, lo intentó y se quedó en la orilla. Le faltó un palmo (lo pagó en la meta con 25 segundos de pérdida). Y a la etapa le faltaba la bajada a Como por una carretera tan ceñida al paisaje que no permite ni un error, ni un frenazo de más ni de menos. Nibali es especialista en bajar de refilón. Equilibrista. Carapaz y Carthy frenaron más. Tragaron más saliva. No le sostuvieron el pulso. A dos curvas de distancia, Roglic, que de nuevo no tenía un gregario al que asirse, tuvo que agarrarse al quitamiedos para no volar sobre el lago. Casi tira a Landa.
En Como, Cataldo recogió la etapa y Carapaz reforzó su liderato sobre Roglic, al que alejó otros 40 segundos. Ya le saca 47. Pero el ecuatoriano, Landa y el Movistar comprobaron que para quedarse con este Giro tendrán que pasar por encima del cadáver de un ciclista que ya es inmortal, Nibali.
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