Pocas cosas emocionan más que ver ganar a alguien que siempre lo da todo para que otros triunfen. Así se resume la vida ciclista de Damiano Caruso. De oficio, gregario. Al principio, de Nibali y Basso; luego, de Porte, y ahora de Landa. En ... el Giro 2019 pudo llevarse la etapa del Mortirolo, pero le ordenaron parar y esperar a Nibali. No dudó. «Es mi trabajo», zanjó. Por ese pasado de héroe sin premio ni leyenda, el público se identificó con él cuando atacó, a rueda de su compañero Pello Bilbao, en el descenso de San Bernardino, el primer puerto. Era él, Caruso, el inesperado, el humilde, el que se atrevía a retar a Egan Bernal y no Simon Yates. Italia le abrió una cremallera de aplausos en la subida final a Alpe Motta. Un día en la piel de Coppi o de Bartali. Caruso, un veterano sin casi palmarés, ganó por todos los que son como él. La victoria del sacrificio. A 24 segundos llegó de rosa Bernal, que a falta de la contrarreloj final (29 kilómetros), ya es dueño del Giro. Caruso, a dos minutos, es el segundo. Y Yates, a 3.23, el tercero.
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El Giro que ganará Bernal ha sido el de los gregarios. Al colombiano le sostuvieron de nuevo Jonathan Castroviejo y Dani Martínez. Entre los dos se encargaron de apaciguar a Yates y Almeida, y de mantener a la vista la fuga de Caruso. «Me han permitido manejar la etapa», agradeció el líder colombiano, que supo calibrar sus fuerzas. Este Giro ha comprobado la solidez de su mente. Castroviejo, que es como una navaja suiza y vale para todo, le acercó a Caruso. Y, ya en Alpe Motta, Dani Martínez ahogó a Yates -sin chispa, cedió otro medio minuto- y lanzó a Bernal en el kilómetro final. Al líder sólo se le escapó Caruso. Tenía que ser así en la etapa destinada a los gregarios.
El puerto suizo de San Bernardino es una larga subida que va del bosque a la nieve. Ahí no pasó nada. Sólo desgaste mientras el día se oscurecía. Pero tiene un descenso en zig zag hasta el valle. Curva tras curva bajo las primeras gotas de lluvia. En ese entorno aparecieron los más hábiles: Bardet y Pello Bilbao. El francés se jugó el tipo en los primeros bucles y se llevó a dos corredores de su equipo, el DSM. El vizcaíno se les unió con su líder, Damiano Caruso, a rueda. El siciliano era el segundo en la general. Y cuando todo el mundo creía que iba a conformarse con ese puesto con el que ni soñaba, soltó un órdago a 50 kilómetros de la meta. Bardet, a siete minutos y medio de Bernal en la general, tenía poco que perder. Caruso, a sólo 2.29, se arriesgaba a tirar por el desagüe su foto en el podio de Milán..., pero eligió soñar con ganar el Giro. Subió al tren que sólo pasa una vez.
Y obligó al Ineos, el equipo de Bernal, a gastarse. Caruso fue campeón de Italia sub'23 en 2008, ha cumplido 33 años y es siciliano. Un duro. De los que han vivido contra la mafia. Su padre fue escolta del magistrado Giovanni Falcone, asesinado por la Cosa Nostra. Muchos ciclistas buscan paraísos fiscales para cimentar sus ahorros. Caruso decidió vivir en Ragusa, donde siempre. El hijo del policía en la isla de la mafia. Ese carácter determinado no se trasladó a su deporte. Le ha faltado confianza en sí mismo. Se hizo escolta de otros. No quiso cargar con la presión de los líderes y se puso a su servicio, de Nibali hasta Landa... Y sólo cuando al alavés se cayó en la quinta etapa de este Giro, Caruso dio un paso al frente. Primero con timidez. Y, al fin, a por todas en el descenso de San Bernardino.
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Pello Bilbao, delineante de curvas, tiró de Caruso también en la subida y la bajada de Spluga, una cuesta sacada de una postal suiza con lluvia en la cima y sol en la falda. Otro vizcaíno, Castroviejo, guiaba a Bernal, que controlaba la carrera a 40 segundos del grupo de Caruso. El líder colombiano, que había salido desde Verbania con la idea de enfrentarse a Simon Yates, tenía un rival con el que casi no contaba. Caruso. La nueva versión de Caruso. Con galones.
En el palmarés de Damiano Caruso hay hueco de sobra. Sólo tenía dos victorias, una lejana, en la Setmana Coppi-Bartali, y otra reciente, en el pasado Circuito de Getxo. El de ayer es el triunfo de su vida. «Pensé en mil cosas en esos últimos doscientos metros, en todos los esfuerzos de tres semanas, en el trabajo de mis compañeros, del equipo y también el mío. Realicé otro sueño, no se puede ser más feliz», aseguró el ciclista siciliano. Y, de inmediato, compartió su victoria. «Durante toda la carrera pensé en lo que podíamos lograr en equipo. Mi compañero Pello Bilbao estuvo increíble. El setenta por ciento de mi victoria es gracias a él», destacó. El vizcaíno hizo lo que Caruso siempre hace. «Me considero un excelente profesional. Nunca me han llamado campeón porque nunca he ganado como campeón. Pero tuve mi gran día», festejó. Y hoy puede tener otro al subir segundo al podio de Milán.
Bilbao y Castroviejo, gregarios de oro, tiraban de los dos extremos de la cuerda. Y así llegó el Giro a su última cuesta, Alpe Motta. A Castroviejo, reventado, le dio relevo en la persecución Dani Martínez, el último protector de Bernal. Al líder le quedaban 7 kilómetros para sentenciar definitivamente la carrera. Delante, también explotó Bilbao. Caruso, que siempre ha hecho ese trabajo, se lo agradeció con una palmada en la espalda. Emocionante gesto. Y el siciliano se colocó al frente. Si el ciclismo le reservaba un día, era este. A por él. Dejo atrás a Bardet.
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Desde la cuneta le llegó un sonido que creía para otros. Era el ídolo de Italia, de rodillas ante la gesta del modesto e inesperado aspirante al Giro. Todos eran de Caruso. Por un día se sintió Pantani. Antes de cruzar la pancarta, siempre atento a los detalles, se cerró el maillot para que se viera bien para quien corre, Bahrain, y abrió los brazos para recoger la victoria que lo justifica todo. «Soy el hombre más feliz de la tierra», dijo. Más incluso que el que ganará el Giro, Egan Bernal.
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