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Recorrer las etapas de este Giro que partirá mañana desde Bolonia es como pasar las páginas de la historia de Italia. La edición 102 de la ronda transalpina cruzará por Vinci, en memoria de Leonardo, muerto hace 500 años. Y por Furecchio, en homenaje al ... periodista y escritor Indro Montanelli. Y por Pesaro para escuchar la música de Rossini. Y por la localidad de L'Aquila, atormentada desde hace diez años por aquel terremoto devastador. Y por la nieve de Courmayeur, donde Charly Gaul congeló a Jacques Anquetil en el Giro de 1959. Y sobre todo, esta edición revivirá la etapa inolvidable, la Cuneo-Pinerolo que en 1949 asistió a un cambio de era: Gino Bartali, el campeón del viejo mundo dejó paso a Fausto Coppi, el campeón del nuevo mundo, de la nueva Italia que trataba de revivir tras perder la guerra mundial. El Giro es la carrera más fiel a sí misma. Para qué cambiar si es la más bella.
Ahora que las grandes vueltas huyen de las etapas contrarreloj, el Giro coloca tres en su escaparate. La primera, de salida. Así arrancará esta edición, con un prólogo de 8,2 kilómetros en Bolonia que termina en la subida porticada a la basílica de Luca (dos kilómetros finales al 9% de desnivel). En la novena etapa espera la 'crono' más larga, en San Marino y de 35 kilómetros. Tampoco será llana. Incluye un largo puerto. Todo en Italia es cuesta arriba. Incluso la contrarreloj final, de 17 kilómetros con meta en la arena de Verona, tendrá una subida en su ecuador. El Giro, más que ciclistas, reclama gladiadores. Dumoulin, Roglic, Landa, Yates, Nibali y López lo saben. Van con armadura. La necesitarán para pelear contra el reloj y, especialmente, contra la montaña que ocupa, abarrota, la segunda mitad de la carrera.
El Giro es siempre una pugna sin piedad. Así nació en 1909. En la redacción de 'La Gazzetta dello Sport' se enteraron de que 'Il Corriere della Sera' estaba preparando una gran carrera ciclista que recorriera el país. Y, pícaros, se adelantaron. El Giro era el mejor vehículo para vender historias, héroes y, claro, periódicos. La edición que se acerca vuelve a ir contracorriente. Nada que ver con el Tour y mucho menos con la Vuelta, que apuestan por etapas más cortas. El Giro es bruto. Esencia ciclista. Las jornadas iniciales, más o menos llanas, son largas, casi todas por encima de los 200 kilómetros. Así, con tantas horas en las piernas, los corredores llegarán a la 'crono' de San Marino, punto clave para especialistas como Dumoulin y Roglic.
A partir de ahí, el Giro se hará vertical. Mayo es un mes con muchas caras. Aún conserva el invierno en las cumbres. Si el cielo se tuerce, será un calvario. Comenzará de verdad en la decimosegunda etapa. Dos ecos. Salida en Cuneo y meta en Pinerolo. Al escuchar esas dos palabras, Italia se pone en pie. Como si conformaran el sortilegio que resucita a Coppi. De nombre, Angelo-Fausto, nacido en la planta baja de la casa familiar el 15 de septiembre de 1919. Cien años ya. Otro homenaje. Hay fotos de él, escuálido, piernas de alambre, ojos de malnutrido. Esas imágenes mentían. Con 8 años recibió en la escuela el siguiente castigo por hacer novillos: tuvo que escribir cien veces 'Tengo que ir a clase y no andar en bicicleta'.
Tiempo después, en otro año acabado en nueve, 1949, Coppi se enfrentó a sus límites en los 254 kilómetros de la etapa Cuneo-Pinerolo. Cinco puertos: La Maddalena, el Vars, el Izoard, Montgenevre y Sestriere. «Dile a Bartali que mire bien mi rueda en la salida porque no volverá a verla», sentenció. Y lo cumplió. Se quedó solo en el primer puerto, a 192 kilómetros del final y no paró. El escritor Dino Buzzati, que cubrió aquel Giro, describió así el escenario: «Esta etapa, que devora a los hombres». Bartali luchaba contra su edad, pedaleaba serio sobre el lodo. Sucumbía. Coppi se convirtió en leyenda. 'Un uomo solo é al comando; la sua maglia é bianco-celeste; il suo nome é Fausto Coppi».
En este Giro que comienza, la etapa Cuneo-Pinerolo sólo tiene un puerto, Montoso (duro, 9 kilómetros al 9,3%). Es el anuncio de lo que viene después: la decimotercera etapa con la llegada a Ceresole Reale (34 kilómetros de subida al 4,8%), la decimocuarta, con final en Coumayeur, base del Mont Blanc, tras ascender un coloso como el Colle San Carlo (10 kilómetros al 9,7%). La decimoquinta, que imita al Giro de Lombardía con los muros de Madonna del Ghisallo y la colina de Sormano. Y, ya en la última semana del Giro, la decimosexta jornada, de226 kilómetros y con el Gavia (Cima Coppi con 2.614 metros) y el bestial Mortirolo antes de alcanzar la meta de Ponte di Legno. Aún quedarán la subidas finales a Anteselva (17ª etapa), San Martino di Castrozza (19ª) y los 193 kilómetros de la vigésima etapa, con meta en el monte Avena tras subir el Passo Manghen y el Passo Rolle. En esas cimas está escrita la historia de Giro, que se prepara para otro capítulo.
2.614 metros de altitud tiene el Gavia, la cumbre más elevada de esta edición del Giro. Reta con 16,5 kilómetros de ascensión y un desnivel medio del 7,9%. En 1988, bajo una tormenta de nieve, el estadounidense Andy Hampsten sentenció la carrera.
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