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A los ciclistas no les gustan los túneles. Oscuros, peligrosos. Claustrofobia. Pero cuando hace semanas Chris Froome visitó el Zoncolan, esos diez kilómetros verticales, sonrió al descubrir que casi arriba había dos galerías. Negras. Viejas. Eso buscaba desde que un control antidopaje en la Vuelta ... a España ha puesto en cuestión su carrera. Necesitaba salir del túnel. Eso hizo en el Zoncolan, donde ganó, se reivindicó y recuperó la alegría. Y algo más: reavivó su ambición pese a los tres minutos de retraso que acumula en la general: «Lo tengo muy difícil, pero esto no ha acabado».
Cuando se inclina tanto el horizonte es que el Giro ha entrado en el Zoncolan. Ojos al suelo. El corazón sube hasta latir en los dientes. Todos de rodillas agarrados al manillar. Igor Antón, que allí ganó en 2011 y que lleva todo el Giro a rastras, saca su rabia y ataca. Aguanta hasta que se le consume la bilis. Froome también suma dos semanas de carrera a contrapié, desde que se cayó en la contrarreloj inicial en Jerusalén. A rueda del que mejor le lanza, Poels, y cinco kilómetros de la cima se gira, pasa revista y ve que los demás tienen los pulmones a la brasa. Mueve la palanca y, sentado sobre su molinillo de pedales, acelera entre su habituales convulsiones a falta de 4,3 kilómetros. Como dicta el plan del Sky, escrito aquel día que vio por primera vez los túneles. «Era el momento, todos iban al límite». Froome, que parecía un cadáver, ha vuelto desde el infierno del Zoncolan.
Sólo Simon Yates, el líder inesperado, le sostiene el duelo a una decena de segundos. El kilómetro final es una alfombra de emoción. El Zoncolán parece Maracaná. Cien mil voces se reparten entre Froome y Yates, que, pese a morirse en cada pedalada, no le coge. A medio minuto vienen Dumoulin y su paciencia de contrarrelojista. Los tres, a su manera, van a ganar la etapa, aunque el triunfo en el Zoncolan es para Froome, el maldito, el cuestionado por su resultado adverso en un control antidopaje en la pasada Vuelta. «No debería correr este Giro», le critican algunos ciclistas. Froome ha callado su respuesta, ha asumido los reproches y ha cargado con la sombra de ese immenso y pegagoso dedo acusador. Incluso su físico le había traicionado. Ni siquiera había vuelto a ser el que hace nada era. Hasta que llegó el Zoncolan, el infierno alpino. El túnel liberador. Al entrar en la meta con 6 segundos sobre Yates descorchó toda la presión, champán de alegría. Había resucitado en el infierno. La montaña de la tortura le había devuelto la felicidad.
Como en el Mont Ventoux del Tour o Peña Cabarga en la Vuelta. Tenía que ser en el Zoncolan. De esta brutal cima, Froome sale renacido, aunque aún muy lejos -3 minutos y 10 segundos- de Yates en la general. Los dos británicos rentabilizaron mejor que nadie la gran cuesta alpina. Ellos y Dumoulin, que escaló todo el puerto en su burbuja, a solas con sus cálculos. Cedió apenas medio minuto en la cuesta más hostil para sus piernas. El holandés es segundo en la general a 1 minuto y 24 segundos de Yates. Le tiene a tiro de contrarreloj, la etapa que espera el martes en Trento. Aunque antes, este domingo, todos volverán a encontrarse en un encierro dolomítico con puertos sin mucho pasado pero con rampas de sobra. El final en Sappada es cuesta arriba como el de este sábado.
Los 40 minutos de calvario en el Zoncolan ordenaron de uno en uno a los ciclistas: primero Froome, a 6 segundos Yates, a 23, Pozzovivo, a 25 'Supermán' López, a 37 Dumoulin, a 42 Pinot... Noveno, la misma plaza que ocupa en la general, entró el vizcaíno Pello Bilbao, a 1.35, que lucha por un puesto ilustre en este Giro y que ya ha confirmado su valor entre la élite del ciclismo mundial. Más allá de los números, la cuesta más cruel de este Giro asistió al renacimiento del dueño de esta era, Froome. «En el Sky pensamos en ir a por la maglia rosa», avisó en la cima su gregario David de la Cruz. Ahora que ha vuelto, Froome no se rendirá. Nunca ha ganado una gran vuelta con una remontada como la que necesita aquí ante Yates y Dumoulin. Es otro desafío que le motiva. Camino inexplorado. Cosquilleo. Como en aquellas excursiones por la sabana de Kenia, el mundo salvaje que le educó.
A Yates, el Zoncolan le puso al límite por primera vez en este Giro. «No tuve fuerzas para coger a Froome» confesó. Los últimos 500 metros fueron un concentrado de agonía. Quiso y quiso y, con dos dientes menos en el piñón, no pudo con Froome, más ligero, alado entre la multitud. Así los relató el cuatro veces ganador del Tour: «Oía que le llevaba cinco segundos, diez. No sabía si me iba a atrapar. Fue un alivio. Ganar aquí es pecial, es una subida monumental». Para Froome, la etapa; para Yates, una maglia rosa aún más reforazada. Y para Dumoulin, la calculadora. Al holandés, ganador así en 2017, le salen la cuentas que lanzó al aire de los Alpes este espectacular Zoncolan, el infierno que hizo feliz a Froome.
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