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Durante la II Guerra Mundial, en Carpi, salida de esta decimoprimera etapa, los alemanes mantenían a sus prisioneros en barracones hasta que los enviaban a campos de concentración. Hasta aquí ha tenido que llegar el Giro para liberar a los escaladores, condenados hasta ahora a ... una carrera llana. Era su última jornada con las piernas atadas antes de ingresar en la montaña que viene. Y era, claro, la ocasión final para los velocistas, que tenían en la meta de Novi Ligure su cita final. No dejaron opción a los tres ciclistas que más se han fugado, Frapporti, Cima y Maestri. Los galgos reservaron plaza en la recta final. El francés Démare, vencedor a lo bestia en la etapa anterior, era por eso la rueda a seguir. Pero esta vez el último kilómetro estaba en una ligera subida. Y el pequeño Caleb Ewan rentabilizó como nadie ese leve desnivel. Cerró su banda derecha para que Démare no le rematara y, cabeza gacha, agarró su segunda victoria en este Giro que cambia de velocidad y se pone ya cuesta arriba para ver si Roglic resiste a Nibali y a escaladores como Yates, López y Landa.
Tiene tanto pasado Italia que hasta su tierra cuenta historias. El nombre de sus ciudades es como la portada de un libro. Un ejemplo, Novi Ligure, meta de la decimoprimera etapa. En esta pequeña localidad del Piamonte crecieron dos gigantes, Costante Girardengo, el primer gran campeón ciclista (ganador de los Giros de 1919 y 1923), y Fausto Coppi, el mito absoluto. A Girardengo, hijo de una familia numerosa y campesina, le pilló la I Guerra Mundial. A Coppi, la segunda. Girardengo retó en público a cualquier ciclista del mundo a medirse con él en un recorrido de 300 kilómetros. Nadie le replicó. Coppi, ganador de cinco Giros y dos Tours, logró su mejor triunfo después de su prematura muerte. Unificó Italia. Hasta los devotos de su eterno rival, Gino Bartali, se arrodillaron al paso de su féretro. Su leyenda no cesa. Otro ejemplo, la etapa que viene, la que da inicio a la montaña, es un monumento en su honor. La Cuneo-Pinerolo del 10 de junio de 1949. El día imborrable de la historia del Giro entre esas dos ciudades.
Fausto se llamaba en realidad Angelo-Fausto. Angelo, por su abuelo, y Fausto, por tradición familiar. Pero todos le decían Faustino. Tan delgado. La silueta de la pobreza. Nació en 1919, cuando el primer Giro de Girardengo. Y mucho tiempo después, ya famoso, le preguntaron por qué se había convertido en ciclista. «¿Qué podía hacer aparte de largarme de allí con la bicicleta?», contestó. Había que elegir entre labrar el campo para subsistir con hambre o buscar oro a pedales. «Cuando salía a entrenarme por la mañana temprano, los campesinos ya estaban en los campos; mi padre, mi hermano, doblados sobre sus azadas, con el único horizonte del trabajo y la fatiga. Yo hacía 200 kilómetros y cuando volvía por la tarde, cansado pero contento del largo entrenamiento, veía a la misma gente dedicada al mismo trabajo agotador y repetitivo», declaró el ciclista según recoge el libro 'La pasión de Fausto Coppi'.
Encontró puesto en una carnicería de Novi Ligure, a 20 kilómetros de su pueblo, Castellania. Perezoso, remoloneaba en la cama cada mañana y luego tenía que acelerar en la bicicleta para llegar a tiempo a la carnicería y no recibir los pescozones del patrón. Volaba. «Nadie pudo seguirme nunca». Lo mismo sucedió en aquella etapa entre Cuneo y Pinerolo del Giro de 1949, puntos de salida y meta de esta próxima jornada de la actual edición. El Giro pisa su mejor huella. Aunque en 1949 el recorrido fue brutal, 254 kilómetros y cinco puertos, Madeleine, Vars, Izoard, Montgenevre y Sestrieres. Italia era un país derrotado en la guerra, sometido. El ciclismo abrió un camino para su redención. Y Bartali y Coppi se erigieron en sus mesías. El viejo católico y el joven transgresor. Las dos Italias en un duelo entre Cuneo y Pinerolo.
En la salida, Coppi aconsejó llevar «pan, salami y una linterna». Muchos iban a llegar de noche. Algo tramaba. Se supo a 192 kilómetros de la meta, cuando atacó. La locura. Un fogonazo en un día gris. «Un uomo solo e al comando...». Así, a solas con su mito, cruzó el Vars. Y en el Izoard las moles de piedra se giraron a su paso. En su chepa cargaba con la nueva Italia y la llevó al triunfo en Pinerolo tras casi nueve horas y media de pedaleo. Bartali llegó el segundo a doce minutos. El relevo. El renacimiento. Aquel año, Coppi ganó también el Tour. Nadie había juntado ese doblete. Aún retumba esa gesta.
El Giro, en honor a Coppi, ha incluido la etapa Cuneo-Pinerolo en esta edición. Ya está aquí. Solo tiene un puerto, Montoso, pero es la primera cuesta de verdad (8,8 kilómetros con un desnivel medio del 9,5). Esta pared es el inicio del aluvión de montaña que viene. «Ya tengo ganas. Estoy preparado», avisa Mikel Landa. Lo mismo anuncian otros como Yates y López que también parecen derrotados. «Quiero darle la vuelta al Giro», insiste Landa. Pisar la huella de Coppi. Buena inspiración. El Giro se mete en territorio para la locura.
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