Bernal entra de rosa en la meta de Cortina d'Ampezzo. reuters

Bernal honra la maglia rosa y sentencia el Giro

El colombiano hace grande la etapa mutilada por el frío, gana en solitario tras un ataque en el Passo Giau y aleja a todos sus rivales

Lunes, 24 de mayo 2021, 17:12

Egan Bernal no sólo quería vencer. Reclamaba un lugar en la historia. Había ganado el Tour de 2019 tras una avalancha de tierra en el descenso del Iserán que obligó a suspender aquella etapa y su vuelo hacia la meta de Tignes. Llegó de amarillo ... a París, pero le quedó ese mal sabor. Se lo ha quitado en las calles empedradas de Cortina d'Ampezzo. Llegó solo. Como los mitos. Venía enfundado en un chubasquero negro. Se lo quitó mientras pedaleaba con la pancarta al fondo. Quería entrar de rosa «para mostrarle respeto a esta maglia». Un gesto de grandeza. Para perdurar. Y así, líder de un Giro que es suyo, desplegó los brazos como un crucificado que se libera del dolor de espalda que le martiriza y gritó su feliz rabia. Una imagen para el recuerdo. «Ganar de rosa es especial. Quería demostrar que estoy de vuelta», dijo. La etapa que no subió la Marmolada ni el Pordoi y que no pudo verse en las pantallas por las malas condiciones meteorológicas será inolvidable. Por obra de Bernal.

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¿Por qué se arriesga y ataca un líder cuando ya tiene la victoria en el Giro casi asegurada? A esa pregunta sólo han respondido los más grandes. Por orgullo. Porque en el fondo luchan contra sí mismos. Porque quieren ser leyenda. Porque sólo ellos pueden. Por eso se atreven a hacer más de lo necesario para lograr el triunfo. Su sello.

Eso hizo Eddy Merckx cuando era el líder de su primer Tour, en 1969. Saltó en el Tourmalet a por un gregario rebelde que quería quitarle el reinado de la montaña. Y ya solo en la cima y con casi 140 kilómetros hasta la meta de Mourens, se hizo esa pregunta que define a los grandes. ¿Por qué no? Su respuesta cambió el ciclismo durante una década. Ganó, claro, aquella histórica etapa. En el Passo Giau, Egan Bernal, líder rosa, se planteó la misma cuestión. Para atar el Giro le bastaba con seguir a otros como Carhty. Pero... La pregunta. ¿Por qué no? Y un rato después levantó los brazos en la meta de Cortina d'Ampezzo. La maglia rosa iluminó el día más oscuro.

«Era una etapa para sufrir», apuntó Bernal. A cinco kilómetros de la cima del Passo Giau, con lluvia y en un paisaje polar, el colombiano se citó con la historia. Vio que su gran rival, Simon Yates, no era capaz de seguir el ritmo que Simon Carr imponía en favor de Carthy. Apenas quedaban media docena de ciclistas en esa selección. Bernal no miró atrás. Solo arriba. A la nube que tapaba la cima. Lo destrozó todo. Caruso y Bardet intentaron seguirle. Imposible. Nadie puede en este Giro. Bernal cruzó la cumbre y se tiró por el descenso para alcanzar Cortina con 27 segundos sobre Bardet y Caruso. A casi minuto y medio llegaron Almeida, Carthy y Ciccone. Vlasov perdió 2.11. Y dos minutos y medio, Yates. Lejos, a 24 minutos, Evenepoel deambulaba agotado. Lo más probable es que se retire. Ahora, Bernal es más líder, con 2.24 sobre Caruso, 3.40 delante de Carthy y más de cuatro minutos con Vlasov, Yates, Ciccone y Bardet. Ha agarrado con fuerza la maglia rosa que tanto honra.

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Etapa amputada

Y todo eso sucedió en la etapa que peor comenzó. Capada. De madrugada, la dirección del Giro se curó en salud. No quiso arriesgarse a pasar bajo una nevada las cimas de la Marmolada (2.057 metros de altitud) y el Pordoi (2.239). Aplicó la norma prevista para condiciones extremas y recortó el recorrido, de 212 a 153 kilómetros, con los pasos por el alto de la Crosetta y el Giau (2.233), que tiene un descenso técnico y peligroso hasta Cortina. Al parecer, el sindicato de ciclistas había presionado para que se tomara esa medida. Pero no era una postura unánime. Egan Bernal, el líder, mostró su disconformidad en Twitter: «Este es un deporte de mierda». Hugh Carthy, también. «Me he levantado para hacer 212 kilómetros. Era el día para ganar el Giro», lamentó antes de tomar la salida en Sacile, donde no dejaba de llover.

El Giro se traicionó a sí mismo, a su pasado. Siempre ha sido una carrera con etapas glaciares. En 1914, cuando las carreteras eran de barro, las bicis de hierro y a los corredores no les dejaban cambiarse de ropa pese a llevarla empapada, sólo 37 de los 81 participantes alcanzaron la meta de Cuneo tras 468 kilómetros de lluvia y nieve. A Charly Gaul se le quedó el rostro deformado de tanto frío en el Monte Bondone, en 1956. Un alud cortó el paso por el Stelvio en 1965 y los ciclistas cruzaron a pie ese tramo. Y en el descenso del Gavia, en 1988, Van de Velde coronó el primero y acabó el último en la meta porque, congelado, tuvo que buscar refugio en la caravana de unos aficionados. Ese día polar algunos iban tan desnortados que pedalearon en sentido contrario a la carrera. Así es el Giro.

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En la Marmolada caían a ratos copos de nieve y la temperatura rondaba los dos grados. Iba a ser un jornada brutal. La carretera estaba abierta. Pero por allí, como por el Pordoi, no subió la 'corsa rosa'. La etapa fue otra. También de máxima exigencia pese a la amputación. Y la lanzó una fuga de peso formada en el ascenso a la Crosetta y que se redujo a seis dorsales en el calado descenso: Gorka Izagirre, Almeida, Formolo, Pedrero, Ghebreigzabhier y Nibali.

A ellos y a todos los demás se los tragó Bernal en el Passo Giau. Pedaleaba con la tracción que da esa necesidad de hacer historia que poseen sólo los elegidos. Bernal es de esa especie. «Estoy de vuelta», insistía. Que tomen nota Pogacar y Roglic.

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