Había dos carreras dentro del mismo Giro. En un grupo se alineaban los que buscan el triunfo de etapa; en el otro, los que aspiran a un puesto de honor en Milán. Compartieron pelotón hasta el kilómetro 54 de la etapa más larga (230), hasta ... que se formó la fuga de 23 corredores en la que se metió Gorka Izagirre y de la que salió el triunfo de Alberto Bettiol en la meta de Stradella, localidad conocida por sus acordeones. Fue un día de mucho ruido y polémica porque, a las órdenes de Peter Sagan, el pelotón desconectó y no quiso saber nada de buena parte de la etapa. En cuanto el eslovaco vio que Cimolai y Gaviria, los que le disputan el maillot de la regularidad, no iban en la escapada, paró la carrera. Su objetivo estaba cumplido. Los demás asintieron, firmaron la tregua y alcanzaron la meta a 23 minutos de Bettiol. Silbaron las críticas. Más ruido.
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Rovereto, de donde salió la decimoctava etapa del Giro, escucha todos los días el tañido de la 'Campana dei Caduti'. De los caídos. Está hecha con el metal de cañones fundidos durante la I Guerra Mundial. Recuerda a las víctimas de todos los bandos. Cada día. Ese eco era la banda sonora perfecta para despedir a este Giro que perdió enseguida a Landa y del que se acaban de bajar Ciccone y Evenepoel. Los caídos en la etapa anterior. Sonaba la campana por ellos. Y camino de Cremona, la ciudad donde se fabrican los mejores violines, se escuchaba aún en voz baja una pregunta que anima las expectativas para las dos jornadas de montaña que vienen: ¿La fragilidad de Egan Bernal, el líder, en Sega di Ala fue sólo un mal momento o el primer síntoma de su debilidad? ¿Tocarán las campanas por él en Alpe di Mera o Alpe Motta, los dos finales en alto que esperan?
Cuando a Bernal se le atragantó el miércoles el ritmo de Simon Yates en el kilómetro más vertical de Sega di Ala, el Giro pareció volver al punto cero. Luego, cuando el británico apenas sacó 57 segundos del mal momento del colombiano, la excitación bajó de nivel. Yates, que sufre en la bicicleta sin una mueca, no se deja vencer por el optimismo. Tiene a Bernal a casi tres minutos y medio. Lejos. Cuando le preguntaron si puede ganar el Giro, resopló: «No creo que se pueda decir eso». Más que a Bernal, mira al cielo. El mal tiempo le mata. Yates es un ciclista de energía solar. En eso confía, en que azote el calor este fin de semana. El parte anuncia días claros y templados.
La decimonovena etapa, de 166 kilómetros, terminará en Alpe di Mera, una pared de casi 10 kilómetros al 9% de desnivel. Un puerto de verdad. Y el sábado aguarda el último asalto en la montaña. De altura. Con tres cimas de primera encadenadas: el larguísimo San Bernardino (2.065 metros de altitud), el Passo Spluga (2.115) y la meta en Alpe Motta (1.534). Esos dos escenarios medirán el nivel de las reservas de Bernal. Y la capacidad de resistencia de Caruso, para quien ir segundo ( a dos minutos) en la clasificación es el premio a toda una vida de gregario. Y la ambición de Yates, el único que parece capaz de darle la Vuelta al Giro.
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Y algo más: la rabia de Almeida. El portugués, que ya pierde más de ocho minutos, no ganará la ronda italiana. Pero en Sega di Ala fue el mejor entre los favoritos. Subió entero, rebosante. Le duele que su equipo, el Deceuninck, haya apostado por Evenepoel y le haya relegado a él, que en 2020 fue líder de esta carrera durante catorce etapas. «Estoy mejor que en las dos primeras semanas», avisa. Ya no tiene que remolcar a la perla belga. Se ha liberado. «No tengo miedo», dice. Ni nada que perder. Eso le hace aún más peligroso. Puede intervenir en la resolución del Giro.
Todos se reservaron en la etapa maratón entre las campanas de Rovereto y los acordeones de Stradella. El pelotón se desentendió de la pelea pese a que el final, entre viñedos, colinas y curvas, se ceñía al perfil de una clásica. Así lo afrontaron los de la fuga. Gorka Izagirre gastó su bala. Y vio pronto que no tenía pólvora suficiente para las cuatro cotas previas a la meta. Cavagna, un ciclista que nació aerodinámico y potente, sí pareció tener ese reprís. Reventó a Vermeersch, el único que trató de seguirle, y enfiló hacia Stradella trazando los descensos al límite. Bajar no es lo suyo.
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Aunque casi llega. En el último repecho vio venir la sombra impetuosa de Bettiol, con el fuelle de su pulmón a todo volumen. Acordeón. Cavagna se quedó clavado, crucificado por Bettiol, que es un ciclista de palmarés extraño. Breve pero con un monumento como el Tour de Flandes. Aquel día de abril de 2019 sobre el pavés belga, el italiano no quiso mirar atrás cuando iba hacia la meta. Sintió que alguien se acercaba y se creyó perdido. Pero no eran los rivales los que se arrimaban, sino una moto de la carrera. Respiró. Siguió sin mirar, sin creer en lo que estaba haciendo, hasta cruzar la raya de su primer triunfo. Colosal: la gran clásica belga. En las calles de Stradella no le hizo falta girarse. Entró seguro de su primera victoria en este Giro al que todavía le quedan dos conciertos en montaña con el aliento que ahorraron los favoritos en la etapa más larga. «En un mal día se puede perder todo», declaró Bernal, el líder a examinar.
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