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A Gino Bartali le gustaba llevar siempre impecable su bicicleta, una Legnano dorada. Hasta que, en plena II Guerra Mundial, un piloto de caza aliado vio allí abajo, en la entrada de una casa, algo brillante y le lanzó una ráfaga. Bartali, manos a la ... cabeza, temió por la bici que acababa de dejar fuera y, sobre todo, por su secreto. En los tubos del cuadro llevaba los pasaportes falsos con los que salvó de la cámara de gas a centenares de judíos. Desde entonces la llevó embarrada. De camuflaje.
Murió en 2000, con 85 años y sin contarlo. Luego se ha sabido que fue el ángel de la guarda de tantos supervivientes del holocausto. El ganador de tres Giros y dos Tours era mucho más que un campeón ciclista. La ronda italiana le dedicó su segunda etapa, que partió de Bolonia hacia Fucecchio, en la Toscana del piadoso Gino. Y salió un día para la bicicletas sucias. De niebla, frío, lluvia y chubasqueros. La bici de Pascal Ackermann, un alemán de casi 80 kilos, es una Specialized con frenos de disco. Una bala esmeralda de carbono. Con ella, bien embadurnada de tierra, ganó el primer sprint de este Giro en el que manda Primoz Roglic, el líder que intimida.
Bolonia, ciudad porticada, está hecha para jornadas así, grises y empapadas. Los soportales permiten pasear sin paraguas. La lluvia es un vecino más. A Mikel Landa, además, le vino bien. Anda a rastras con la alergia. Mayo es un mes caprichoso. Con el sol florecen los olivos. Y al alavés le tapan la nariz. La lluvia que mancha las bicicletas limpia el aire. Landa cedió más de un minuto el sábado en el prólogo. Más de lo previsto. Comparte consuelo con otro derrotado en esa subida a San Luca, el holandés Dumoulin. Queda aún todo el Giro. Los dos tienen un modelo a seguir, Chris Froome. En la pasada edición, el africano arrancó mal. Le costó coger su nivel. El Giro es como una traca que va en aumento, que revienta al final, cuando espera toda la montaña. Froome, que parecía derrotado, devastó la carrera en un puerto de tierra, La Finestre. Muchas de las mejores historias del ciclismo pedalean sobre bicicletas embarradas.
De meterse en la lluvia de esta segunda etapa se encargaron ocho fugados, Bidart, Frapporti, Maestri, Owsian, Sean Bennett, Cima, Clarke y Ciccione, el rey de la montaña. Con 10 grados de temperatura y bajo el aguacero, no hay polen que resista. Los ocho, bien cubiertos de ropa, tiraron hacia Fucecchio, 200 kilómetros más allá. No llegaron. No tenían un Bartali que les facilitara el salvoconducto. Los aviadores que les tirotearon eran los velocistas. Muchos. Gaviria, Ewan, Demare, Viviani y el joven Ackermann, subcampeón del mundo sub'23, ganador del G. P. de Fráncfort y de la Clásica de Almería. Un culturista a pedales.
A los esprínters no le preocupaba la fuga. Su misión era salvar el puerto de Montalbano, a 45 kilómetros de la meta. El libro de ruta lo camufla como de tercera categoría. Falso. Se estira 5,8 kilómetros con un desnivel medio del 6,8%. Muy similar, por ejemplo, a Sollube. Montalbano nada tiene que ver con el detective que protagoniza la novelas de Andrea Camilleri. El investigador es siciliano, del sur, del calor. Ni siquiera su nombre procede de esta colina. Fue un homenaje del autor al escritor Manuel Vázquez Montalbán. Esta montaña toscana se presentó oscura y peligrosa ante el Giro. Daba tanto miedo que hubo pelea por coger la curva que abría el descenso. La reclamó más que nadie el Bahrain de Nibali. Un aviso para todo el vértigo que queda estas tres semanas.
Tras un rato de sol, el público volvía a sacar el paraguas. Brillaba, amenazante, el asfalto. Hubo caídas. Boivin, Sutterlin, Carretero... La fuga se consumió por inercia. Detrás, todos se unieron para sabe quién es el más veloz del Giro. Y fue Ackermann el que primero desenfundó. El alemán certificó el buen momento del equipo Bora, al que sólo le falla su líder, Peter Sagan. En medio de ese tiroteo que es un sprint, Ackermann corrió como si estuviera solo. La mirada fija en la pancarta. Por su derecha, en hilera junto a las vallas, corrían Ewan, Gaviria, Viviani y Demare, todos con más galones que él.
El alemán, poderoso, se activó a 250 metros. Gas. Por el medio. En paralelo, les sobrepasó. Viviani vio que aquel tren germano era el bueno y quiso subirse en marcha a la chepa de Ackermann, pero ya era tarde. El novato acababa de ganar el primer sprint que disputaba en una gran vuelta. Gritó y para abrazarse a sus compañeros dejó la bicicleta en el suelo. Daba igual. Más no iba a mancharse tras un día largo, nervioso, de frío y lluvia. Roglic, líder rosa, lo definió así con ironía, «la típica etapa fácil del Giro».
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