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Fundación Euskadi. En esas dos palabras se resume la vida de Miguel Madariaga (Lemoiz, 74 años). Marino, taxista, masajista, director deportivo... y creador y sostén durante dos décadas del equipo Euskadi, que ganó etapas en el Tour, el Giro y la Vuelta. El relato de ... lo que es Madariaga está escrito por quienes le han acompañado en ese viaje. Yon Suinaga ha recogido esos testimonios en un libro, 'Convirtiendo sueños en realidad', que ve la luz hoy (12.00) en el antiguo seminario de Derio. Casi 300 páginas de homenaje a un personaje clave en la historia del ciclismo vasco. Los hijos son la verdadera biografía de los padres, y hoy muchos ciclistas que crecieron en la Fundación se juntan para abrir este libro en la que siempre ha sido su casa. La de Miguel.
– Al leer el libro, ¿ha descubierto cosas que ya había olvidado?
– Hay entrevistas con ciclistas y con personas relacionadas conmigo que me han traído buenos recuerdos.
– Salió del caserío en bicicleta.
– Era la única manera. De Lemoiz a Mungia hay doce kilómetros. Iba con la bici de mi padre, que pesaba veinte kilos. Era tan grande que tenía que pedalear sin poder sentarme. Y si se hacía tarde volvía con una luz; claro que entonces no te cruzabas con ningún coche.
– ¿Se planteó ser ciclista?
– No, no había posibilidades. Era de una familia muy humilde. Mi difunto padre murió con 51 años, de úlcera reproducible. Nosotros sólo teníamos afición al ciclismo. Mi hermano mayor se puso a trabajar en la mar y ahorró para una bicicleta.
– También usted fue marino.
– Es que el puerto de Armintza estaba a dos kilómetros de casa. Era una manera de tener un sueldecito. Con 16 años subí a un barco y estuve trece meses sin volver a casa.
– ¿Cómo fue aquello?
– Duro. Todo lo que veía por ahí fuera, en Barcelona, en Valencia, en Canarias, se me hacía extraño. Durante los tres primeros meses no salí del barco en ningún puerto. Tenía miedo de perderme. Poco a poco, espabilas. Navegar fue mi universidad. Aprendí a hacer equipo. En el barco hay que llevarse bien con los demás. El marino tiene un don especial para tratar con la gente.
– Volvió a tierra para hacer el servicio militar.
– Dos años de mili. Hice la instrucción en Cádiz. Tras más de tres años en el barco, ya tenía bastantes espolones. En la mar era camarero, servía a los oficiales. Al principio ni siquiera me manejaba bien en castellano. Lo aprendí. Y en la mili tuve suerte. A mí me han dado miles de puñaladas, pero siempre he sido un hombre afortunado. Un brigada nos cogió a unos cuantos vascos. Nos preguntó si éramos de campo o marinos. Yo era las dos cosas. Así que a mí y a un chico de Bermeo nos metieron a cuidar la huerta del cuartel.
– ¿Pasó allí toda la mili?
– No. Un capitán me preguntó justo antes de la jura de bandera a ver adónde quería ir. Le dije que no sabía, que era de caserío y que no conocía casi nada. Y me mandó recomendado a Madrid, de asistente del ayudante mayor del ministro de Marina. Pasé una mili de cine. Allí todos éramos vascos. No teníamos nombre. Nos llamaban 'Txo'.
– Una vez cumplido el servicio militar no regresó a la mar.
– No. Al volver a casa mi padre ya estaba muy mal y había que echar una mano. Saqué el carnet de conducir y compré una plaza de taxi en Mungia. Lo que había ganado en la mar lo entregué en casa, pero mucho más había ahorrado en la mili y con eso pagué el carnet y el taxi.
– ¿Cómo se ahorra en la mili?
– Trabajando mucho y gastando poco. En las cenas del ministerio nos daban una propinas increíbles. Y con las botellas que sobraban hacíamos negocio.
– Al volante del taxi se hizo director ciclista.
– Solía ir a la sociedad ciclista de Mungia y como yo era taxista pues empecé a llevar a corredores a las carreras. Esperaba a que terminara la prueba y les traía de vuelta. Al final sacamos un equipo de chavales, el Piensos Goimar. Luego vinieron el Olsa, el Teka, el SuperSer...
– También montó un gabinete de masaje.
– Es que no había ni masajistas en el ciclismo amateur. Hice dos cursos de masaje a distancia en una academia de Barcelona y todo lo que aprendí lo puse en práctica en mis equipos. Yo daba masaje, hacía la compra, preparaba el avituallamiento... El primer masaje se lo di a Marino Lejarreta en la Aragón-Bearn. No teníamos ni camilla. Desmontamos la puerta de un armario y la colocamos entre dos camas.
– Además de marino, camarero, taxista y director ciclista, también fue chófer en la Diputación.
– Cuando construyeron la central nuclear en Armintza busqué allí trabajo en el área de tratamiento de aguas. Pasé varios exámenes. Ya sólo quedábamos tres candidatos para dos puestos cuando mataron a aquel ingeniero, José María Ryan. Me asusté bastante y decidí seguir con el taxi. Después salieron una plazas de chófer en la Diputación y me presenté. En un año ya estaba en el parque móvil, durante las inundaciones de Bilbao. A raíz de aquello me propusieron quedarme a cargo de un camión. Y fue entonces, durante una fiestas en Mungia, cuando conocí a Alberto Pradera –diputado general de Bizkaia–. Él sabía que yo era un hombre del ciclismo y me cogió confianza. Fue Alberto el que me propuso ir de visita al Tour.
– ¿Tenía tiempo para tantas ocupaciones?
– Empezaba a las siete de la mañana en la Diputación y terminaba a las once de la noche en el masaje, que era donde yo sacaba el dinero para el equipo.
– De aquellos viajes en verano al Tour nació la idea de formar un equipo profesional vasco.
– Alberto es una persona con muchas ideas. Estábamos una noche en Lourdes, tomando un café, y ahí surgió todo. Habíamos visitado ese día a Arsenio González, del Kelme, y a Perico Delgado, del PDM. Alberto se calentó con aquella idea de crear un equipo. Y a finales de 1993 salió la Fundación Euskadi.
– Tuvo un comienzo muy trompicado. El Euskadi estuvo a punto de desaparecer por las deudas.
– Varias veces. Me dio grandes alegrías y grandes disgustos.
– Hubiera vivido mejor de chófer en la Diputación.
– Seguro. Mi vida habría sido mucho más plácida.
– ¿Volvería hoy a meterse en aquella aventura ciclista?
– No, no, no. Por nada del mundo. Nunca pensé que alguien pudiera aguantar tantas cuchilladas como las que yo he recibido.
– Sin embargo, queda la obra del equipo, que paseó el nombre de Euskadi por las mejores carreras.
– Mira, yo nunca he ido a lo loco. Siempre he tenido gente muy importante a mi lado. El que mejores consejos me dio fue Juan José Ibarretxe. Cuando era vicelehendakari me llamó a su despacho en Vitoria. El equipo estaba a punto de ahogarse en las deudas. Juan José me dijo que aguantara un poco más. Hubo varias reuniones con Euskaltel y al final empezó a patrocinar el equipo en el verano de 1996. Eso nos salvó porque no teníamos ni dinero para los hoteles de la Vuelta a España. La Vuelta, por cierto, siempre nos echó un capote.
– Fueron momentos de angustia.
– Fíjate, cuando ganó Roberto Laiseka en Abantos no pude verlo. Iba en coche a Madrid con dinero porque Txomin Perurena (director del Euskadi) no tenía para abonar los hoteles. Lo puse yo con lo que sacaba del masaje.
El equipo Euskadi, que sigue adelante, dio su pedalada inicial en la temporada 1994.
– ¿Alguna victoria en especial?
– La primera, la de Agustín Sagasti en la Vuelta al País Vasco (1994). Fue clave porque nadie creía en nosotros. Y también la etapa de Roberto Laiseka en el Tour de 2001. Parecía que tras el caso positivo que tuvimos al principio de la carrera el equipo iba a desaparecer. Unos días después, Roberto ganó en Luz Ardiden. Y puedo decir que en esa etapa Johan Bruyneel y Lance Armstrong nos salvaron la vida.
– ¿Por qué?
– Roberto ganó porque ese día anduvo más que nadie. Pero desde del coche el USPostal, Bruyneel manejaba como quería la carrera en favor de Armstrong. Cuando saltó Roberto no tiraron a por él. Y en parte creo que fue porque teníamos una buena relación. En la reuniones de equipos para sacar adelante el Pro Tour, yo siempre apoyaba a Bruyneel.
– En 2012, el Euskaltel inició su camino al margen de la Fundación Euskadi, esto es, sin usted. Y sin usted, el equipo naranja apenas duró un año más.
– En seis meses se vino todo abajo. Me quitaron un hijo y en medio año me entregaron un muerto. Eso sentó muy mal en Euskaltel y también a algunos políticos. Antes de echarme tuve once reuniones con Euskaltel... Cuanta falsedad. En fin, hay cosas que no se pueden ni contar. Si las cuento, muchos pensarían que estoy loco. Con el dineral que costó cerrar el equipo había para seguir tres años con un conjunto de segundo nivel.
– En el verano de 2017 la situación era crítica en la Fundación Euskadi y apareció al rescate Mikel Landa, que se propuso para asumir la presidencia de la entidad.
– Mikel me llamó y en un cuarto de hora lo acordamos todo. Con él, el equipo ha funcionado. Orbea le ha dado un apoyo fundamental.
– Se ha quedado con el Aula Pedagógica de la Fundación. De nuevo como al principio, con los niños.
– Para que un ciclista profesional esté bien formado hay que invertir en los más pequeños.
– Con 74 años, ¿no se ve en una playa tranquilo como un jubilado más?
– No valgo para eso.
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