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En junio de 2015, Nazier Jaser ganó el campeonato nacional de ciclismo de Siria. El corredor, que ahora tiene 30 años, sabía que no ... luciría el maillot que le otorgaba esa prueba. La situación en el país, en guerra desde marzo de 2011, la hacía insostenible. Su ciudad, Alepo, era un montón de escombros, y de Damasco tuvo que marchar porque era imposible incluso entrenar. Sus entrenadores de la federación y sus amigos y compañeros de equipo habían sido llamados a las armas. Era consciente de que su turno llegaría pronto, así que huyó de Siria. Para financiar su fuga vendió su bicicleta.
Jaser, refugiado en Alemania tras abandonar su país, está ahora en Yorkshire, donde se disputan los mundiales de ciclismo. Es la tercera vez -también en 2013 y 2017- que acude a una cita de esta envergadura. El miércoles, en la contrarreloj en la que arrasó Rohan Dennis, el sirio acabó penúltimo, a casi 25 minutos del ganador. Sufrió además una caída que mermó sus posibilidades. Sabe que es un corredor singular entre todos los participantes. «Creo que soy el único aquí que trabaja a tiempo completo y es ciclista a la vez», sostiene. No solo no puede entrenar como el resto, sino que hasta el material que utilizó es anómalo si se compara con los demás. Corrió con una bici que no supera los dos mil euros, un precio seis veces inferior respecto a las que tienen los otros deportistas.
El día que decidió huir de su país tenía un plan. Salir a entrenar con tres compañeros como cualquier jornada, para no levantar sospechas. Pero esta vez con una pequeña mochila en la que llevaban algo de comer y ropa. Cuando llegaron a la frontera con Líbano, se reunieron con un hombre que les había prometido 2.700 euros por cada bicicleta. «No había alternativa, necesitábamos el dinero para pagar el viaje», relata. El bote inflable desde Turquía hasta una isla griega ya costaba 1.400 euros. Montaron hacinados junto a otras 45 personas. Tras llegar a la costa, caminó cientos de kilómetros a través de bosques de Grecia y Serbia. Se escondió en varios trenes hasta que finalmente fue interceptado por las autoridades. Le enviaron a Austria, y de ahí viajó a Alemania con la ayuda de la Cruz Roja.
El viaje de huida de Jaser duró seis meses. Lo dejó todo en Siria para ser libre. «Abandoné trofeos, medallas, dejé todo lo que gané en el ciclismo. La guerra cambió mi vida, nuestra casa ya no existe. Todo se fue», dice. No obstante, sigue con su gran pasión: «El sentido de mi vida es pedalear».
Una vez en Berlín, se presentó junto a sus compañeros en el velódromo del barrio de Prezlauer Berg. Allí, Dieter Stein, un exciclista de Alemania del Este les dejó unas bicicletas y comenzaron a entrenar. Stein les ayudó en todo lo que pudo. Les buscó una casa, pero al ser solicitantes de asilo, no fue fácil llevarlos a competir. Pero no todo iba a ser ciclismo, sino que les buscó también un empleo. Jaser empezó a trabajar en una tienda de deportes, y ahora, cuatro años después, aspira a un puesto en la federación deportiva en Berlín.
Jaser pudo salir de Siria. Es uno de los muchos deportistas de ese país que huyen de la guerra y ahora viven en el exilio. Su progresión en el ciclismo le hizo salir al extranjero. Y es que en 2013 corrió su primer Mundial. Aunque la experiencia no fue buena, ya que los comisarios de la UCI no le permitieron participar con su bici de contrarreloj al alegar que no cumplía las reglas. Lo hizo con una normal y acabó último. Hace dos años, en Bergen (Noruega), se volvió a enfundar el maillot de Siria. En la 'crono' ocupó el puesto 50 de 65 participantes.
El domingo se disputará la prueba en línea, casi 300 kilómetros. Jaser baraja no salir, ya que él no está acostumbrado a esas distancias. «Lo máximo que he competido son 150 kilómetros», explica. Aun así, planea asistir como un espectador más para ver el evento.
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